La recogida de aceitunas es esencial en la cultura y economía de los palestinos. Pero, una temporada más, trasciende como la más peligrosa de la historia en Cisjordania ocupada, y con más destrucción y penuria por el asedio de colonos y militares israelíes que dificultan el acceso a los cultivos. Solo en esta campaña, la ONU ha registrado más de 200 agresiones, robo de cosechas, quema y destrozo de olivos y ataques armados en los que dos adultos mayores palestinos fueron asesinados.
Poco antes de recibir a France 24, temprano en la mañana, Subhi Abdul Hamid intentó recoger aceitunas en uno de sus campos, ubicado junto al camino principal de Qusra, una aldea palestina del norte de Cisjordania ocupada que está rodeada por cinco asentamientos ilegales israelíes y vigilada por puestos del Ejército hebreo.
Acompañado de su esposa y de otros familiares, su tarea se vio rápido truncada por los disparos de un colono judío armado que les forzó a huir.
"El Ejército y los colonos nos hacen sentir presionados, nos rodean por todos lados, no nos dejan ir a nuestras tierras y nos amenazan. Vamos a otro campo y ocurre lo mismo. Nos sentimos agotados por esta situación. El año pasado no pudimos cosechar porque estaba totalmente prohibido. Lo intentamos este año, pero es muy difícil y peligroso", detalla Subhi.
Esta es la violencia que enfrentan múltiples familias y agricultores palestinos de oficio durante la actual campaña de recolecta de olivas, calificada como "la más peligrosa de la historia" por un grupo de 12 expertos independientes del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
En su informe previo al inicio de la cosecha –que se completa cada año entre los meses de octubre y noviembre–, los especialistas subrayaron que los campesinos palestinos se enfrentan a "intimidaciones, restricciones al acceso a sus tierras, acoso severo y ataques de colonos armados y fuerzas israelíes".
La advertencia se ha traducido en el terreno en 203 agresiones documentadas por OCHA, la agencia humanitaria de la ONU, entre el 1 de octubre y el 14 de noviembre.
Los ataques se han registrado en 79 comunidades de Cisjordania ocupada, casi el 60% de ellos focalizados en el norte; han herido a 82 civiles (69 en manos de colonos y 13 por soldados); y más de 1.600 árboles han sido quemados, arrancados o destrozados, mientras que múltiples cosechas y herramientas de labrado fueron robadas.
Leer tambiénLa guerra de Israel en Gaza se expande con miles víctimas en distintos frentes
Aunque OCHA no lo especifica, esta temporada se han reportado al menos dos palestinos asesinados.
El 17 de octubre, en Faqqua, una aldea próxima a Jenin, un soldado israelí disparó una decena de tiros y una de esas balas acribilló a Hanan Abd Rahman Abu Salameh, una mujer de 59 años que estaba recogiendo aceitunas. Y el 10 de noviembre, Ahmed Ghazal falleció por las heridas causadas días antes durante un asalto de colonos en Sebastia, poblado del área de Nablus.
En este contexto de opresión y emboscada constante, y tras ser expulsados por los disparos del colono armado, Subhi y otras ocho familias se apuran para recoger las aceitunas en otra área más retirada de la carretera central.
Aunque "estar en este terreno también es peligroso", advierte la esposa del agricultor, que con gracilidad quita ramas y hojas de un balde con el fruto recolectado.
Junto a ellos se encuentra Abdel Hakim Wadi, uno de los líderes de Qusra que también arrima el hombro en las tareas. Asegura que "la parte difícil no es recolectar las olivas", sino "tener que estar todo el tiempo mirando porque en cualquier momento pueden venir colonos a atacarnos, con palos, barras de metal, piedras o tiros, y casi siempre vienen soldados a protegerlos".
Una tradición y un negocio vital, con más riesgos desde el 7-O
Si en poblaciones como Qusra los ataques de los colonos –en complicidad o compañía del Ejército israelí– han sido siempre una amenaza, desde el 7 de octubre de 2023 son el pan de cada día. Tras la masacre de Hamás en el sur de Israel, y a la sombra de las invasiones en Gaza y Líbano, los palestinos de Jerusalén Este y Cisjordania sufren una violencia exacerbada.
Fue aquí donde, solo cuatro días después del asalto del grupo, seis palestinos fueron asesinados en menos de 24 horas.
El 11 de octubre de 2023, colonos armados abrieron fuego contra jóvenes palestinos y mataron a cuatro. Al día siguiente, durante los funerales de las víctimas, otra ráfaga de disparos de los colonos fulminó a Ibrahim Wadi y su hijo Ahmed, hermano y sobrino de Abdel Hakim.
En Qusra, además de las agresiones constantes, que incluyen la quema de campos e inmuebles o la matanza de ganado, hay varias consecuencias. Los colonos mantienen bloqueado el camino principal que conecta con otros poblados palestinos vecinos, causando que un viaje de cinco minutos ahora se extienda "por media hora o más" a través de caminos alternativos, explica Abdel Hakim.
Y a dos de las seis escuelas de la aldea "es imposible entrar (…) los niños no pueden ir porque, muchas veces, colonos y soldados israelíes vienen, tiran gases o disparan".
De este asedio no escapa el líder comunitario. Tiene olivos al otro lado del camino, pero "no puedo cosecharlos" porque no le permiten entrar a su plantación. "Cuando voy, me disparan desde el puesto del Ejército que está en la colina", denuncia, señalando a lo lejos una caseta militar instalada en altura.
Leer tambiénLa revolución de los asentamientos: cómo Israel, oculto tras Gaza, se adueña de Cisjordania
Lo mismo pasa con las familias que acompaña hoy en la recogida.
A sus 78 años y con problemas de movilidad, Umm Mahmoud ayuda como puede. Mayormente sentada, la matriarca del grupo junta frutos caídos en la tierra y da indicaciones a los demás.
"Este es el único pedazo de tierra que nos queda", explica.
Porque, además de las tierras de las que tuvieron que salir corriendo en la madrugada, "tenemos una hectárea cerca de la aldea de Duma, con muchos olivos que pueden producir alrededor de 1.000 litros de aceite, pero tampoco nos permiten entrar allí".
"Antes del 7-O era posible ir a recoger olivas en las áreas cercanas a los asentamientos israelíes, aunque a veces vinieran a atacarnos. Pero después del 7-O todo es muy difícil. Solo Dios sabe si podremos trabajar esta tierra el año que viene o si también nos echarán de aquí, dejándonos sin olivas que recolectar", se lamenta la mujer.
Además del riesgo para sus vidas, los ataques israelíes están generando un enorme perjuicio económico para los agricultores palestinos, que tienen al olivo como su cultivo principal: representa un cuarto de los ingresos del sector agrícola y un 14% de la economía palestina.
"Nos afecta mucho. Si no puedo ir a mi tierra para recoger olivas, preparar aceite y venderlo en el mercado, no tengo nada", remarca Subhi Abdul Hamid, que también es taxista entre Nablus y Ramallah.
Abdel Hakim –que calcula que cada mes pierde "entre 2.000 y 3.000 dólares" por no poder trabajar sus campos– agrega que el panorama es aún más complicado porque, desde los ataques de Hamás, Israel no permite el ingreso de trabajadores palestinos en el Estado y "no es suficiente con las granjas y las fábricas que hay".
Por eso los palestinos esperábamos esta cosecha. Casi todos tienen ni que sea un olivo y necesitan (el dinero) para pagar los estudios de los niños o la universidad, construir una casa antes de casarse o simplemente comprar ropa y alimentos, dice Abdel Hakim a France 24.
El impacto de los ataques y las restricciones israelíes también es emocional. La cosecha de olivos es una tradición de generaciones con la que los palestinos reivindican su conexión con esta tierra. Se dice que el árbol tiene raíces profundas y es tan resistente como lo son ellos.
"Es algo muy hermoso, suele venir toda la familia, los niños incluidos. Se hacen comidas, té, café con fogatas en el suelo. Pero ahora no se puede. Si hay humo en el aire, los colonos o los soldados pueden verlo y venir rápidamente a causar problemas. Tampoco se puede traer a los niños, es peligroso", indica Abdel Hakim.
Subhi, que recuerda que comenzó a trabajar en los campos de sus padres cuando regresaba de la escuela, admite que se mezcla "el sentimiento maravilloso" de la recolecta con una violencia que hoy "nos quiebra el espíritu".
Mayor peligro para los voluntarios extranjeros
Como una más del grupo de familias, Jay Grave se sube a la escalera para alcanzar las aceitunas más altas. Esta joven estadounidense es una de las voluntarias del movimiento internacional de solidaridad con los palestinos.
Después de participar durante meses en las protestas contra la invasión israelí en Gaza, decidió viajar por primera vez a Cisjordania ocupada para intentar proteger a los habitantes locales durante la cosecha.
"Cuando vienen los soldados o los colonos, nosotros nos ponemos adelante", explica esta psicóloga oriunda de Kansas.
Leer también"Vivimos con miedo": a la sombra de Gaza, colonos israelíes multiplican sus ataques en Cisjordania
Este accionar es bastante extendido en los Territorios Palestinos ocupados y suele incluir a activistas israelíes. Se sostiene en la lógica de que, al ser extranjeros o israelíes, es menos probable que resulten agredidos o que sean arrestados.
Pero esta resistencia está siendo desafiada. Cada vez más, los voluntarios son reprimidos casi a la par de los palestinos.
Grave, que llegó a Cisjordania hace una semana, camina con dificultad porque se torció un tobillo al escapar de los gases lacrimógenos lanzados por soldados israelíes días atrás, durante otra jornada de recolecta.
En la vivienda en la que se hospeda en Qusra, Jay tiene pegado un cartel de Aysenur Ezgi Eygi, la activista turco-estadounidense de 26 años que fue asesinada por el Ejército israelí el 6 de septiembre durante una protesta contra los asentamientos israelíes en la aldea palestina de Beita (Nablus).
El medio independiente +972 ha informado además que, desde inicios de octubre, ocho activistas extranjeros han sido detenidos: cinco fueron deportados o presionados para abandonar Israel y a los otros tres les prohibieron la entrada a Cisjordania durante distintos períodos de tiempo.
Unos procesos acelerados, según el informe de la revista, a partir de la creación en abril pasado de una "fuerza especial" dentro de la Policía israelí –que responde al ministro ultranacionalista y colono, Itamar Ben-Gvir– dedicada a perseguir a esos voluntarios foráneos y coordinar con las autoridades israelíes para agilizar las expulsiones.
En este contexto, la joven estadounidense afirma que, aunque "los palestinos nos dicen que se sienten más seguros cuando están con nosotros", ella se siente expuesta al peligro.
Sin embargo, "eso no es un problema para nosotros" porque "la ocupación quiere dañar a cualquiera que apoye al pueblo palestino".
"Sabemos eso cuando venimos. Pero estamos aquí para documentar lo que pasa, para llevar estas historias a nuestros países y a los medios", insiste Grave, a la vez que remarca que "mi vida no tiene más valor que la de un palestino", pero "si a mí me disparan, eso se convierte en noticia internacional, a diferencia de cuando les hieren a ellos".
Abdel Hakim Wadi añade que "a Israel no le gustan los voluntarios porque ven, escuchan y graban todo, y lo dan a conocer al mundo, mostrando que los palestinos no mentimos".
"Si yo hablo con los medios, quizás alguien en Estados Unidos o Europa diga que estoy mintiendo. Pero si lo dicen los voluntarios, que son de sus mismos países, confían en ellos", subraya.
Esta tierra es nuestra vida. Sin ella, no tenemos nada
El líder comunitario también observa una escalada de los ataques contra los activistas y denuncia que un soldado israelí le amenazó que "si los voluntarios se quedan, te arrestaremos a ti, a tu mujer, tus hijos y te quitaremos el coche".
Según Wadi, las fuerzas israelíes buscan sembrar desconfianza entre los palestinos y los activistas, "quieren que la gente de Qusra los vean como un problema y los echen", pero "ellos entienden y trabajamos juntos".
Recién cuando comienza a bajar el sol, los agricultores palestinos y la joven activista se permiten respirar, tomar un té –con agua hervida en un hornillo instalado en un rincón, de la forma más discreta posible– y sonreír por los bolsones de olivas que han logrado recoger.
Beben desde el único pequeño presente en el lugar hasta el más mayor, un hombre de 85 años que, cubierto por la tradicional kufiya, rememora sus décadas como taxista, cuando hacía viajes de Nablus a Gaza.
La matriarca Umm Mahmoud emite la reflexión final, en forma de deseo: "¿Qué podemos hacer cuando nos atacan y nos disparan? Solo le rezamos a nuestro Dios para que nos proteja y que nos dejen tranquilos. Mi esperanza es que todo vuelva a la normalidad y que podamos trabajar de forma segura. Porque esta tierra es nuestra vida. Sin ella, no tenemos nada".