Con motivo del Día Mundial contra el Paludismo, un equipo de France 24 viajó hasta la selvática región del Chocó, en la costa del Pacífico colombiano. Este departamento registra el mayor número de casos de malaria de todo el país, cuyos datos todavía están por encima de los 70.000 anuales. Condiciones medioambientales, así como la minería ilegal, el cambio climático, la pobreza o la informalidad laboral son factores comunes para el contagio entre la población local.
En el departamento del Chocó, en la costa del Pacífico colombiano, hablar de malaria es hablar de cotidianidad. La región más empobrecida del país andino registra los mayores números de paludismo a escala nacional y ni siquiera la labor conjunta entre centros de atención primaria, hospitales y laboratorios departamentales de salud pública han logrado atajar la enfermedad.
Condiciones medioambientales de humedad y temperatura, una localización por debajo de los 1.600 metros de altitud y una economía precarizada, basada en la informalidad, son extremos que cooperan para que en el Chochó la malaria esté todavía lejos de desaparecer.
"Las personas llegan acá, salen positivos, se toman el tratamiento un día y ya no vuelven al control, porque si no van a trabajar no tienen para comer", dice la microscopista Virgelina Salas.
La profesional lleva 20 años trabajando en el pequeño corregimiento rural de Tutunendo, a media hora de la capital, Quibdó. Allí visita a pacientes que llegan al puesto de salud local con síntomas compatibles. Cada día atiende a personas febriles, con escalofríos, dolores de cabeza e incluso vómitos y sangrados… todos ellos indicadores de paludismo.
Hace las pruebas de gota gruesa, la más común para el diagnóstico. Luego las analiza en el microscopio y, con los resultados, proporciona el tratamiento a los positivos. Tras esto, traslada los datos al laboratorio departamental, donde evalúan la calidad de los testeos de ese puesto de salud y los más de 150 que hay repartidos por el departamento. En lo corrido del año, Salas ha diagnosticado 156 casos en una localidad de 5.000 habitantes. Ha habido años que ha tratado a más de 3.000 personas.
Pero el paludismo en el Chocó no escapa a las áreas urbanas. En la capital, el hospital Ismael Roldán recibe un goteo constante de pacientes que llegan a diario para hacerse la prueba. Allí, la Universidad de Antioquia desarrolla en paralelo una investigación junto a científicos de Estados Unidos y Perú para poner en marcha una posible vacuna. Para ello, toman muestras todos los días, y de ello se encarga Tomasa Santos, una microscopista que ya ha sufrido en tres ocasiones la enfermedad.
Esa mañana llegó al laboratorio John Arley, un minero de 19 años que ya contrajo la enfermedad en ocho ocasiones. Trabaja de sol a sol en la extracción ilegal de oro, sin ninguna protección como repelentes o toldillos. Asegura que lo hace por necesidad, para poder llevar un dinero a casa "porque no hay más". El joven llega a la consulta con fiebre y escalofríos. Poco después de hacerse la prueba, los resultados vuelven a ser positivos para paludismo. Y aunque asegura que tomará el tratamiento, tampoco dejará de ir a la mina durante los 14 días en los que tiene que tomarse las pastillas.
Una enfermedad con impactos desiguales en América Latina
En las últimas dos décadas, los casos de malaria se redujeron un 40% en el subcontinente americano. Incluso tres países latinoamericanos, Paraguay (2018), Argentina (2019) y El Salvador (2021) se declararon libres de paludismo, según la Organización Panamericana de Salud.
Sin embargo, en 2019 todavía se diagnosticaron más de 900.000 casos en América, muy lejos de los objetivos de erradicación marcados por los estamentos de salud internacionales.
Brasil, Colombia, Guyana, Haití, Perú y Venezuela son todavía las naciones más afectadas. Colombia sigue registrando más de 70.000 casos anuales, sin contar el infrarreporte. Pero Venezuela sigue siendo el territorio más alarmante: el agravamiento de la crisis política, económica y social de la última década terminó afectado a los sistemas de salud, al control de los vectores y a los tratamientos.
Así las cosas, la nación caribeña multiplicó los casos de malaria por 13 desde inicios del siglo XXI hasta 2019, justo al contrario de la tendencia a la baja observada en el resto de la región. Además, concentraba hasta 2019 el 70% de los casos de mortalidad por esta enfermedad.