En América, este 19 de abril se celebra el Día del Aborigen Americano. En el siglo XV, la región albergaba una inmensa variedad de tribus y pueblos indígenas que mermaron con el exterminio y marginación que impusieron los colonos europeos. Actualmente, los indígenas en Brasil siguen muriendo por lo mismo: el conflicto por la tierra. Mientras las organizaciones de DD. HH. advierten del valor patrimonial de los pueblos originarios y su papel fundamental como protectores de la Amazonía, los indígenas siguen luchando por sus tierras ancestrales.
Eran miembros de una tribu no contactada en el Vale do Javari, la reserva con el mayor número de comunidades aisladas del mundo, en la Amazonía de Brasil. Ese día de agosto de 2017, salieron a recoger huevos de tortuga —una práctica ancestral— en las orillas del río Jandiatuba. Pero tuvieron la mala suerte de cruzarse con un grupo de mineros de oro y la cosa no terminó bien: los garimpeiros asesinaron a más de diez miembros del clan.
Más tarde, durante la investigación del crimen, se supo que los autores del asesinato contaron lo sucedido en un bar, pocas horas después de la masacre.
“Incluso presumieron sobre haber desmembrado los cuerpos de los indígenas y haberlos arrojado al río”, sostuvo Leila Silvia Burger Sotto-Maior, antigua coordinadora para las tribus aisladas y recientemente contactadas de la Funai (Fundación Nacional del Indio de Brasil).
Estos hechos no acusan un incidente aislado, son un capítulo más en el conflicto centenario por la tierra en Brasil. La historia de la lucha entre quienes quieren protegerla y quienes quieren explotarla: es decir, los pueblos originarios contra los denominados “invasores”.
Varias organizaciones, como Survival Internacional, aseguran que los genocidios y asesinatos sistemáticos de indígenas en Brasil a manos de personas que quieren explotar la tierra son una realidad.
“Actualmente, no solo se siguen registrando casos de asesinatos, sino que cada vez van a peor. Las cifras muestran que, durante los cuatro años de gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro, los índices de seguridad de los indígenas han empeorado y mucho. El conflicto por la tierra es muy complejo y los autores de estos crímenes son varios: desde madereros o mineros ilegales hasta narcotraficantes”, sostiene Fiona Watson, experta en pueblos indígenas y directora de campañas de Survival, organización de DD. HH. de los pueblos indígenas y tribales.
Los grupos y diferentes clanes indígenas son muy conscientes de este problema. Para ellos, es una lucha que están librando desde hace siglos, desde la llegada de los colonizadores al continente americano en el siglo XV.
“Primero se llevan los troncos valiosos y después prenden fuego a la selva una o dos veces, para convertirla en pasto. No entienden nada”, cuenta Daniel, indígena de la etnia Kaxinawá de 27 años, al periódico ‘El País’.
Habla sobre los madereros, mineros y ganaderos ilegales y los grileiros —como se conoce a los ladrones de tierras públicas—, todos “enemigos declarados” de los pueblos originarios.
La declaración de la ONU subraya que “el derecho a la tierra está garantizado por la Constitución de Brasil y necesita ser cumplido por el Gobierno y respetado por la ciudadanía y las empresas”. En la Constitución de Brasil, los pueblos indígenas también tienen un capítulo propio, dedicado al deber que tiene el Estado de protegerlos y preservarlos. Pero los hechos indican que esta obligación gubernamental no se cumple.
En el vasto territorio de Brasil, muchas zonas son de alto riesgo para los indígenas vincluso las reservas protegidas—. Según Watson, una de las más complejas ha estado en el foco mediático últimamente: la reserva Yanomami. Allí se estimó que, junto a los cerca de 28.000 indígenas censados, también vivían en torno a 20.000 mineros ilegales explotando sus tierras. Es decir, los “invasores” casi igualaban en número a la tribu, por lo que el Gobierno de Luiz Inácio 'Lula' da Silva decidió lanzar operativos conjuntos de la Policía y el Ejército para sacarlos de la zona protegida.
Pero las consecuencias de los años que estuvieron allí son muchas. Solo a finales de mayo de 2022, se registraron al menos ocho enfrentamientos entre indígenas y garimpeiros. En uno de ellos, en medio del caos, dos niños murieron ahogados en un río. Decenas de yanomamis han muerto a manos a de los invasores, otros tantos lo han hecho a causa de las enfermedades que los trabajadores han llevado a la zona.
En el caso del Vale do Javari la cuestión es incluso más compleja, a los usurpadores de tierra tradicionales se le suman dos actores: los narcotraficantes y los pescadores y cazadores ilegales. Los primeros aprovechan los remotos ríos de la región y su situación cerca de la triple frontera entre Colombia, Perú y Brasil para transportar estupefacientes. La escasa presencia del Estado es un garante para la impunidad de sus actos.
La región también es rica en fauna como el pirarucú, un pez amazónico milenario que llega a pesar hasta 300 kilos, muy demandado en la zona. Además de amenazar el equilibrio de los ecosistemas con la caza y pesca ilegal, los furtivos roban el alimento a los aborígenes.
“Siempre hubo furtivos que se internaban en la reserva indígena. La novedad es que ahora son auténticas bandas organizadas”, denuncia la asociación Univaja.
Y aquellos que quieren arrojar luz sobre esta problemática se exponen a perder la vida en el intento, como sucedió con el reconocido indigenista Bruno Araújo Pereira y el periodista Dom Phillips. Ellos habían denunciado por años como las actividades de los mineros, madereros y narcotraficantes estaban destruyendo la reserva y la forma de vida de los pueblos originarios.
El 5 de junio de 2022 iniciaron un viaje por el cauce del río Ituí, que sería el último. Partieron desde Atalaia do Norte para internarse en la selva pero, al poco de haber partido, les perdieron la pista. Al final, se confirmaron los peores temores de familiares y amigos: ambos fueron asesinados por alzar demasiado la voz por la zona.
Para la Funai, este solo es un síntoma más del abandono estatal de la región. Los miembros de la organización también corren peligro y han sido asesinados en varias ocasiones.
“La Funai está sola, estamos solos, abandonados aquí. Este es el resultado del desmantelamiento de las políticas de protección de la Amazonía y a los indígenas”, sostuvo un trabajador de la Funai, en condición de anonimato, al periódico ‘El Confidencial’.
Los indigenistas e indígenas del Vale do Javari no son los únicos que acusan esta sensación de desamparo. Desde los Guajajara, en el estado de Maranhão, hasta los guaraníes, en el estado de Mato Grosso, sienten que tanto ellos como cualquiera que intente protegerlos están a merced de los invasores de tierra.
Los guardianes y protectores de la Amazonía
“El bosque y los ríos son nuestra casa, gracias a ellos sobrevivimos. Para mí la Amazonía no es solo el corazón de Brasil, es el corazón del mundo entero”, sostiene Bitaté, indígena Uru-Eu-Wau-Wau y protagonista del documental ‘The Territory’, de Alex Pritz.
En el estado de Rondônia, los indígenas Uru-Eu-Wau-Wau se han organizado para frenar a los “invasores”. En los últimos años, para hacer frente a los madereros y suplir la ausencia del Estado que debería protegerlos, crearon sus propias patrullas de control. Usan smartphones, radiotransmisores y drones para detectar a los furtivos y mostrar su existencia ante organismos como la Funai para que intervengan.
Los Uru-Eu-Wau-Wau no son los únicos que se han visto obligados a recurrir a estos métodos para garantizar su seguridad. Otras tribus, como los Guajajara, también se organizaron en un grupo al que llamaron 'Guardianes de la Selva'. Un título por el que muchos pagan con su vida.
“Prácticamente no hay presencia federal en todos los territorios indígenas. El hecho de que los propios indígenas, como en el caso de los Guajajara, se hayan creado sus propios grupos de guardianes significa que corren un riesgo muy elevado. Muchos miembros de ese mismo grupo o clan ya han sido asesinados”, sostiene Watson al respecto.
Los pueblos originarios tienen una visión de la vida y una forma de entender el mundo muy contrapuesta a las bases del pensamiento occidental. Según el Consejo Indígena Misionero, las lógicas indígenas establecen una estrecha relación entre los procesos y los medios de producción: la tierra se posee de forma colectiva y no individual, tampoco se ve como propiedad privada, sino como un espacio de relaciones sociales.
La naturaleza se entiende como proveedora, pero siempre desde el respeto, para no destruir la relación entre personas, seres y los otros elementos del bosque tropical que, en la cultura occidental, son vistos como inanimados. Es decir, la tierra y la naturaleza son parte y fuente de la vida y no se limitan a meros recursos para ser explotados.
"La tierra, para nosotros, no es algo que se venda. Forma parte de nuestra cultura. En el río Piraí, aquí al lado, está la casa de nuestros seres espirituales.", explica Jadenir Trinidade Gamela, uno de los líderes de la tribu, al periódico ‘The Guardian’.
Como él, muchos no entienden por qué son tratados como “ciudadanos de segunda” o por qué su identidad debería ser “algo de lo que huir”. Para Jadenir, la lucha por la tierra es la lucha por su identidad.
La explotación de la tierra destruye árboles y hábitats, vierte agentes tóxicos —como el mercurio— en las aguas de sus ríos ancestrales y acaba con su forma de vida y creencias espirituales.
“Las bandas criminales acaban con todo lo que sustenta la vida de los pueblos ancestrales”, señala Watson.
Por este motivo, la victoria final para muchos indígenas es la demarcación oficial de sus tierras. Aunque esta acción no es suficiente contra los invasores, al menos da validez a sus denuncias de cara a las instituciones brasileñas.
La protección de los pueblos es de suma importancia para toda la humanidad. Los datos muestran que las tierras indígenas son las mejor conservadas y más protegidas de la deforestación en la Amazonía —y en el mundo—. Las comunidades entienden mejor que nadie los ecosistemas en los que viven y saben interpretar sus cambios y si, por ejemplo, ven que algún animal empieza a escasear, dejan de cazarlo automáticamente o lo hacen en otra zona.
En 2022, la deforestación alcanzó los 7.900 kilómetros cuadrados, la mayor desde 2008.
Pero, si se recurre a los mapas, se aprecia que reservas como Arariboia, en Maranhão, o Puyanawa, en el estado de Acre, son una especie de “isla verde” ante la deforestación de la que están rodeadas.
Para la organización Survival Internacional uno de los principales obstáculos para proteger a las comunidades es la “impunidad”. Los datos muestran que en la mayoría de los casos de agresiones y matanzas contra indígenas muy pocas personas han sido investigadas y procesadas en un tribunal. La inaccesibilidad y falta de presencia gubernamental en los parajes remotos favorecen a esta ausencia de responsabilidades y justicia final.
“Los asesinos tienen que ser juzgados en una corte e ir a la cárcel. Porque esto también sirve como aviso para los demás y manda un mensaje muy claro, que el Estado no va a permitir asesinatos sin ser juzgados”, acusa Watson sobre este problema.
Actualmente, los pueblos originarios tienen muchas expectativas con el nuevo mandato del presidente de izquierda Luiz Inácio 'Lula' da Silva, que ha prometido velar por su bienestar y combatir a todos los “invasores”. Y lo cierto es que ya se han empezado a registrar cambios: Sonia Guajajara, de la etnia Guajajara, es ahora titular del recién estrenado Ministerio de los Pueblos Indígenas de Brasil. Además, el Ejecutivo ya ha lanzado varios operativos para combatir la minería y otras prácticas ilegales en tierras protegidas —como la reserva Yanomami—.
“Brasil está listo para retomar su protagonismo en la lucha contra la crisis climática, protegiendo todos nuestros biomas, sobre todo la selva amazónica (….) Vamos a luchar para conseguir la deforestación cero en la Amazonía. Brasil y el planeta necesitan una Amazonía viva”, apuntó 'Lula' el pasado 30 de octubre, durante su discurso de victoria.
No obstante, en los antiguos Gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) —incluyendo los del mismo 'Lula'— también se han registrado deforestación y abusos contra los indígenas . Los motivos, según expertas como Kerexu Yxapyry —cacica guaraní—, son varios. Entre ellos que, durante la década de los 2000 —época de apogeo del PT— los temas ambientales y de protección indígena no tenían tanto peso en la agenda mediática como ahora y, además, “la presión del lobby ruralista era muy fuerte”. Tampoco se tenía tanta conciencia medioambiental.
Y ahora, a pesar de los esfuerzos del Ejecutivo de 'Lula', los cambios no son tan palpables. En marzo, la deforestación interanual aumentó un 14 % y la falta de seguridad para los indígenas sigue siendo un problema real.
Según el antropólogo Conrado Octavio, detener la deforestación o proteger a las tribus no son tareas sencillas que den resultados a corto plazo. Si el Gobierno de 'Lula' quiere ver auténticos cambios va a tener que invertir mucho dinero y esfuerzo, ya que ha heredado un Estado totalmente desmantelado en materia medioambiental.
“Lo que debe hacer el Gobierno es desplegar seguridad —policías u otros cuerpos— para tener una presencia permanente en todos los territorios indígenas. Especialmente donde hay tribus aisladas, porque son las más vulnerables. Se necesitan programas de protección de los territorios, programas gestionados por el Ejecutivo y por las organizaciones indígenas, porque las comunidades son las que mejor conocen sus territorios”, explica Watson sobre la necesidad de más inversión gubernamental.
Para muchas organizaciones y los sectores indígenas brasileños, esta protección debe llevarse a cabo mediante el uso de la tecnología, con imágenes satelitales para monitorizar, vigilar y fiscalizar estas zonas. Algo que ayudaría a evitar invasiones, ya que los indígenas podrían mandar imágenes de los hechos en tiempo real a la policía.
“Ser guardián de la Amazonía es un trabajo sumamente peligroso, los indígenas desempeñan ese papel porque el Estado no hace nada. Pensando en el futuro, lo mejor sería que el estado cumpliera con sus deberes constitucionales: vigilar y proteger a los pueblos indígenas y sus territorios. Pero también ayudar a las comunidades a defender a sus propios territorios, equipándolas con las infraestructuras, herramientas y conocimientos necesarios”, defiende Watson.
El derecho a decidir: aislamiento de los pueblos indígenas
En las últimas décadas, algunos pueblos originarios decidieron contactar voluntariamente con las sociedades, pero otros no. Según el Instituto Socioambiental de Brasil, el país alberga 28 pueblos no contactados confirmados y se estudian indicios sobre otros 86. Algo que lo convierte en la nación con más indígenas aislados de nuestro planeta.
Ahora, las tribus tienen la opción de decidir si entrar en contacto o no, aunque no siempre ha sido así. Antes de la década de 1980, la política oficial de Brasil era forzar el contacto, pero tras ver que los pueblos originarios caían en decadencia rápidamente —las muertes se duplicaban tras el contacto—, decidieron respetar su aislamiento.
“Lo que más mata a los pueblos son las enfermedades transmitidas por los forasteros, han estado aislados durante cientos de años —o incluso miles de años en algunos casos— y no tienen inmunidad frente a enfermedades tan básicas como la gripe o el sarampión”, sostiene Watson.
En su convención de derechos universales, la ONU recoge que los pueblos indígenas tienen el derecho a decidir si quieren permanecer sin contacto o no. Algo que se suma a la evidencia científica, que ha probado que los pueblos indígenas tienen muchas más probabilidades de sobrevivir si no son contactados.
Más allá de la salud, el proceso de “asimilación” ha sido históricamente muy duro para los indígenas, principalmente porque algunas sociedades desarrolladas chocan frontalmente con su cultura tradicional. Además, esta “asimilación” muchas veces se ha usado como “pretexto” para quedarse sus tierras.
“También son sociedades modernas, son contemporáneas, saben manejar sus recursos naturales y protegen la biodiversidad del bosque tropical. Tienen derecho a elegir su forma de vida”, apunta Watson.
Los indígenas son guardianes y protectores de los bosques. No conciben la vida sin la naturaleza en el centro y —en su mayoría— no quieren hacerlo. Muchos indigenistas apuntan que los aborígenes representan una de las últimas posibilidades de preservar bosques húmedos tan importantes como la Amazonía. Y que acabar con las comunidades significa destruir sociedades enteras, llevar a cabo un genocidio y, por tanto, un crimen.
“Primero, porque tienen derecho a vivir y no saben sobre cuestiones como el derecho, sobre nuestra humanidad o sobre nuestra civilización. Creo que la humanidad avanza cuando entiende que esas minorías también tienen derecho a existir”, sostuvo del Bruno Araújo Pereira, antes de ser asesinado y tras volver de una expedición en la misma reserva del Vale do Javari en 2019.
En antropólogo Conrado Octavio destaca que la conexión entre la naturaleza y los indígenas es tan fuerte que hace “prácticamente imposible” que los indígenas se adapten por completo a la vida lejos de la selva porque significa romper con todas sus “estructuras sociales”. Dejar atrás todo lo que conocen y aman.
“Los pueblos indígenas fuimos los primeros en estas tierras, antes de que Brasil se convirtiera en Brasil. Tenemos derecho a estar aquí y derecho a amar nuestra tierra”, sostiene la organización Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil.
Durante este Día del Aborigen Americano y siempre, la reivindicación de los pueblos originarios es la misma: tienen derecho a habitar la tierra de sus ancestros, cuidarla y luchar por ella.
Con medios locales y fuentes propias