Son cuatro las mujeres organizadas en un grupo, la Colectiva contra la Violencia Ginecológica y Obstétrica (VGO). Sus páginas en redes sociales no suman miles de seguidores, pero el impacto de su trabajo académico y sociológico está cambiando las reglas del juego. Este grupo se ha convertido en un referente en la región por su trabajo que mide por primera vez en Chile y en muchos lugares de Latinoamérica una violencia muchas veces normalizada. La Colectiva contra la VGO informa activamente de investigaciones, debates, cuestionamientos y, también, nuevas leyes en Chile.
Son cuatro mujeres y todas ellas sufrieron violencia ginecológica u obstétrica.
Daniela Vargas Castillo, psicóloga clínica; Stella Salinero Rates, historiadora del arte e investigadora; Carmen García Núñez, trabajadora social y Thania Guzmán, psicóloga, las cuatro activistas feministas decidieron unirse en 2018 en un colectivo que denunciara lo que ellas mismas habían experimentado y de lo que nadie estaba hablando.
Vargas Castillo, lesbiana y lesbofeminista, ha sido discriminada en varias ocasiones por su orientación sexual. A los 19 años un ginecólogo le realizó un "examen ginecológico" (eco transvaginal) que resultó en un episodio de violencia sexual ginecológica. A los 21 se negaron a entregarle la orden médica para hacer un PAP (prueba de Papanicolaou) por, tal como afirma, "ser lesbiana, directamente”.
“De ambas experiencias logré tener conciencia real con el pasar de los años, mientras me informaba acerca de los procedimientos ginecológicos y de mi propio cuerpo”, cuenta a France 24.
Y añade: “Experimenté una sensación de confusión y malestar por la manera de actuar frente a lo que sucedía, mucha duda y culpa”. Una situación que es común en las mujeres que padecen este tipo de abusos.
Salinero Rates sufrió violencia obstétrica durante el parto de su hijo en 2015. Se le practicó la maniobra de Kristeller –una práctica cuestionada e incluso prohibida– en conjunto con episiotomía –una cirugía para ensanchar la abertura de la vagina– que le ocasionó un desgarro grado 4.
Según relata, su experiencia en el parto le “trajo graves consecuencias" a su salud tanto física y como emocional. "Interfirió mi relación con los demás", asegura. "En todo este proceso tuve que escuchar a médicos decirme que no estaba preparada para operarme porque estaba muy nerviosa”.
"¿Por qué lo vivimos en un silencio tan abrumador?"
“Varias de nosotras habíamos recibido denuncias de experiencias de violencia en el contexto de consultas ginecológicas y obstétricas. Dichas historias sumadas a nuestras propias vivencias nos convencieron de la necesidad de visibilizar y denunciar esta forma específica de violencia, que es parte del continuo de violencia a las que estamos expuestas a lo largo de nuestras vidas”, narra Salinero Rates.
La historiadora señala las particularidades de la ginecología, una disciplina concebida únicamente para las personas asignadas como mujeres al nacer. “Se desarrolla en un marco de mayor vulnerabilidad y exposición que en cualquier otro tipo de atención médica, patologizando y medicalizando nuestros procesos fisiológicos”, explica.
Para Salineros Rate su propia experiencia en el parto de su hijo "fue un proceso muy duro".
"Me pregunté qué sentirán las demás que habían vivido esta violencia, cómo ha impactado en la imagen de sí mismas, en sus cuerpos y sexualidad y además por qué lo vivimos en un silencio tan abrumador", cuenta.
En efecto, la experiencia de Salineros Rate no es particular. Muchas han sufrido de esas violencias, como otra de las integrantes del grupo, Daniela Vargas Castillo.
“Me di cuenta mucho más tarde de que lo que había sucedido en mi parto fue violencia y desde allí empecé a percatarme de otras situaciones de violencia ginecológica que había vivido anteriormente”, añade Vargas Castillo.
Son sus propias historias de vida las que movilizan a estas cuatro mujeres. Se pusieron manos a la obra y establecieron una forma de visibilizar, medir y poner en números aquello que pocos aceptan. Lo hicieron por medio de una encuesta. En ella logran abarcar cuántas mujeres han pasado por lo mismo que ellas sufrieron en silencio.
Los alarmantes hallazgos sobre la violencia ginecológica y obstétrica
Así nace la Primera Encuesta Nacional sobre Violencia ginecológica y obstétrica que mide no solo la violencia ejercida en el paritorio, sino también la que recibimos de forma cotidiana la mayoría de mujeres que pasamos por la consulta para cuidar nuestra sexualidad y salud reproductiva.
La encuesta de diseño transversal y carácter no probabilístico (por conveniencia) se llevó a cabo a través de una plataforma online entre diciembre de 2019 y mayo de 2020. Estuvo dirigida a personas asignadas como mujer al nacer, mayores de 18 años, que hubieran asistido a atención ginecológica en Chile y que se encontraran residiendo en el país durante al menos seis meses. Participaron 5.678 encuestadas, de ellas, 4.552 completaron debidamente el cuestionario.
Los resultados fueron abrumadores: un 67% de las mujeres vivió alguna forma de violencia ginecológica, un 79,32% reporta haber sufrido alguna forma de violencia obstétrica durante el parto y un 17,45% sufrió violencia sexual durante sus atenciones ginecológicas y/o obstétricas.
La encuesta también mostró muchas otras formas de violencia, algunas más claras, otras más sutiles: un 37,3% se sintió infantilizada por el personal de salud al realizarse consultas sobre su salud ginecológica, y un 33,8% sintió que sus preguntas no eran apropiadamente atendidas. Además, un 26% recibió retos o amenazas y un 21,4% afirmó que juzgaron sus prácticas sexuales.
La lista sigue. Un 17,8% recibió comentarios impertinentes referidos a su físico, vestimenta o higiene; 17,6% tuvo que escuchar comentarios inapropiados de índole sexual referidos a su cuerpo o sus genitales. Un 20,8% de las mujeres dijo que se le recetó bajo presión o sin tener claridad de qué modo dichos medicamentos pueden tener utilidad en su salud ginecológica.
Igualmente, se detectó que prácticas cuestionadas o incluso prohibidas siguen siendo habituales en las salas de parto.
Sólo un 46,8% de las mujeres afirmó haber firmado un consentimiento informado durante el parto y un 45,9% señaló que se le realizaron procedimientos sin pedir su consentimiento o sin explicar por qué eran necesarios.
“En síntesis, la imagen que conformamos de la consulta a partir de los resultados de nuestra encuesta es la de un espacio caracterizado por el juicio y control permanente, la imposibilidad de decisiones autónomas e informadas, donde se nos presiona para optar por ciertos tratamientos (hormonas)", señalan Molinero Rates, Carmen García Nuñez y Thania Guzmán en un artículo que analiza los resultados de su encuesta.
"La violencia es un componente habitual, todo esto dentro de un contexto en que el consentimiento informado es casi inexistente”, concluyen.
Su encuesta ha marcado un antes y un después al poner nombre a lo que nadie nombraba: la violencia obstétrica y ginecológica. Delataron lo que, hasta ahora, parecía una práctica más.
“Es difícil identificarla, ya que se encuentra naturalizada y además nos han enseñado a obedecer en los contextos médicos y, por tanto, a no cuestionar a quienes nos atienden”, señala Salinero.
La dolorosa asociación a la violencia sexual
Al ya complejo panorama se suma la dificultad de hablar del tema. Uno que sigue que siendo tabú al estar relacionado con nuestra sexualidad y nuestra intimidad. Además de estar, en muchos casos, vinculado a la violencia sexual.
"Si pensamos en cómo es el examen pélvico de rutina, nos recuerda la escena de una agresión sexual y violación, donde no estamos viendo qué nos están haciendo, no tenemos el control y nos introducen objetos", explica la investigadora.
Las malas atenciones que recibimos no se quedan ahí, en la consulta, también generan traumas. Tienen graves efectos en la salud. Salinero enumera algunos de estos: estrés postraumático, trastornos del sueño, recuerdos recurrentes. Todos ellos, explica, "efectos muy similares a los que produce la violencia sexual".
Lo anterior deriva en una paradoja. Muchas mujeres deben recurrir a servicios de salud mental, como asegura la investigadora, dentro del mismo sistema que las ha maltratado.
Un tipo de violencia “transversal”
Se trata de una violencia que se produce de forma transversal. Se da en ámbitos vulnerables y marginales, en hospitales públicos sin recursos; pero también en lujosos centros privados.
“La violencia ginecológica y obstétrica ha sido muy resistida por las y los profesionales de la salud, que en su mayoría la atribuyen a la falta de recursos y la infraestructura y no reconocen que sus prácticas de rutina son violentas”, señala Salinero.
“Es transversal. Es más evidente en el público porque la atención cursa muchas veces como si nos estuviesen haciendo un favor, mientras que en la salud privada hasta cierto punto deben tratar bien a sus clientes y no pueden permitirse ser abiertamente groseros en el trato. Esto no significa que dejen de hacer las mismas prácticas violentas, siendo ‘gentilmente’ violentos”, agrega.
Son muchos las prácticas cargadas de violencia en estos centros: juzgar nuestras prácticas sexuales, nuestra apariencia (peso, piel, genitales), realizarnos procedimientos sin consentimiento informado, no explicarnos los pasos de la revisión, hacernos desvestir sin ser el motivo de la consulta o imponernos decisiones.
En el caso de costosas clínicas de reproducción asistida para tener hijos, muchas mujeres han sido violentadas por su edad o han recibido diagnósticos catastróficos sobre su capacidad reproductiva sin exámenes suficientes.
Los diversos casos muestras las muchas caras de esta violencia. Mujeres que han fallecido por errados procedimientos, como Romina Rojas Zarhi que murió por un trombo cardiopulmonar, al ser mal diagnosticada, luego del procedimiento de cesárea para tener a su hijo. O, al contrario, mujeres a las que se les negó una cesárea y como consecuencia sus hijos sufrieron daños neurológicos.
Las violencias tienen otras formas como los casos de mujeres mayores que han sufrido de citologías realizadas sin cuidado que las han dejado sangrando y en muy adoloridas y, también, una adversión hacia las consultas.
La situación es especialmente crítica en la ruralidad. Allí múltiples mujeres han sido violentadas en únicos centros asistenciales accesibles. Y también, para mujeres con orientaciones sexuales diversas que han sido víctimas de discriminación en un lugar que debería ser especialmente seguro.
Todo este tipo de experiencias violentas fueron recogidas en la encuesta. Una que, al final, sirvió para muchas como un espacio catártico y terapéutico.
Violencia negada, invisibilizada y poco denunciada
Según arroja la encuesta, el porcentaje de denuncias es muy bajo. Mientras que las mujeres que buscan presentarlas se encuentran, en muchos casos, con un personal que no está capacitado.
Como consecuencia, múltiples mujeres abandonan los servicios de ginecología tradicionales y, en algunos casos, optan por terapias alternativas como los partos en casa.
“Muchas de quienes contestamos la encuesta, no volvimos a atendernos en servicios de ginecología. Un alto porcentaje sólo volvió a hacerlo con motivo de una gestación y un 6% definitivamente no se atiende”, señalan las autoras. “Hemos visto reportajes que culpan a las mujeres si han tenido un parto natural y algo sale mal”.
El problema detrás de ello, es que no existe una indagación acerca de los motivos por los cuales las mujeres no quieren acudir a dichos espacios de salud.
“Nuestra encuesta ha contribuido a conformar una imagen de la violencia ginecológica y obstétrica en Chile. Ha podido entregar cifras que demuestran la magnitud y prevalencia en de la violencia”, sentencia el colectivo.
Se trata de un primer paso, pero esperan ir más allá. Las autoras dicen que han recibido solicitudes de varios países de Latinoamérica y también de Europa solicitando permiso para difundir sus resultados.
La encuesta ha sido catalogada por sus artífices como una herramienta política que ayuda a identificar las violencias en el marco de la consulta ginecológica, al mismo tiempo en que genera conciencia sobre estas.
Además, las autoras ven su trabajo como una “investigación activista”, en el sentido en que ha servido de insumo para múltiples organizaciones feministas.
Los resultados de la encuesta han sido claves para aportar evidencia fundamental para el desarrollo de la ‘Ley Adriana’, que sanciona la violencia ginecobstétrica.
El trabajo sigue adelante y ya se están procesando los resultados de una segunda encuesta en Chile. Uno que busca repercutir en el ámbito académico, en la formación de los futuros profesionales.
“Es muy importante cambiar las mallas curriculares y la práctica para que cuando se estén formando las y los profesionales del área de la salud ginecológica y obstétrica, no reproduzcan las mismas violencias que se van transmitiendo de generación en generación”, señala Vargas Castillo.
Una academia reflexiva y crítica sobre estos temas es urgente. Allí reside, en gran parte, el enorme trabajo que hay por delante para contrarrestar este tipo de violencia.