Mientras avanza en su invasión a Gaza, Israel mantiene enfrentamientos cada vez más violentos con Hezbolá, en una frontera con Líbano que suma casi 100 civiles libaneses y 10 civiles israelíes muertos. En las últimas semanas, el miedo a una guerra total se ha hecho patente, sobre todo en poblaciones como Kiryat Shmona. Al igual que en el lado libanés, los residentes israelíes del lugar llevan más de ocho meses desplazados porque la ciudad es objetivo de ataques diarios. Pese a ello, recriminan al Gobierno de Netanyahu que no haya un plan para su retorno y le exigen que ataque más fuerte a Hezbolá. Reportaje exclusivo de nuestros corresponsales Janira Gómez y Federico Cué. 

En las calles de Kiryat Shmona hay más soldados que residentes. Con casi la totalidad de sus 24.000 habitantes evacuados, la principal ciudad del extremo norte israelí luce un vacío estremecedor. Además de jóvenes militares, algún trabajador esencial y varios adultos mayores, que no pueden o no quieren dejar sus hogares, se mantienen en esta población a dos kilómetros de la frontera con Líbano, en medio del fuego cruzado entre Israel y Hezbolá.

"Nadie circula por estos caminos, es una ciudad fantasma. Es muy triste y frustrante", lamenta Ariel Frisch, portavoz municipal, mientras recorre en coche las avenidas desiertas.

El silencio solo lo rompen las sirenas antiaéreas que avisan de lanzamientos de misiles o drones de la milicia chiíta libanesa, y el sobrevolar de los aviones de guerra israelíes o los disparos de artillería sobre la divisoria.

El hecho de que los buses, sin pasajeros, cumplan a rajatabla sus horarios, es tal vez la mayor rareza de este clima de tensión.

Un ambiente bélico que se cuela en el balcón de la casa de Yehiav Zuri, situada en un edificio nuevo, frente a una ladera montañosa.

"Allí está Kfar Kila", indica a France 24, refiriéndose a la aldea chiíta feudo de Hezbolá, y una de las comunidades libanesas más agredidas por Israel en estos ocho meses de enfrentamientos, también con bombas de fósforo blanco.

 "Desde ahí nos atacan con artillería y munición real. Da miedo incluso estar parados aquí hablando", confiesa.

Fue esa cercanía lo que motivó a Yehiav a abandonar su vivienda el 9 de octubre, en las primeras horas de las escaramuzas fronterizas, y mucho antes de la evacuación de Kiryat Shmona. De allí salió con su esposa, su hija y un bebé que nació "dos semanas antes de la guerra" y vuelve una vez al mes para verificar que todo está en orden y para recoger algunas cosas.

"La casa es nueva y casi no hemos logrado vivir en ella. Lleva ocho meses vacía y se ha convertido en una especie de almacén", explica Yehiav desde la sala, donde siguen desperdigadas cajas de ropa, herramientas y utensilios de cocina.

Hoy, parte de esas pertenencias se las llevará varios kilómetros al sur, al kibutz en el que están evacuados.

Si bien deplora estar lejos de su casa, sabe que el desplazamiento de emergencia era inevitable "por la dimensión del peligro" y porque "es imposible criar a tus hijos en esta realidad".

"Mi hija me pregunta: '¿Dónde está mi casa?'. Y tengo que explicarle que ahora no es un lugar seguro", amplía a propósito de la pequeña, que ha dejado de asistir a la escuela de educación especial a la que iba en Kiryat Shmona y ahora recibe clases en el sistema regular, una opción que no se ajusta a sus necesidades.

"Es otro serio daño del que no se habla, cómo afecta a los niños y a los jóvenes", subraya con conocimiento de causa porque tanto él como su pareja trabajan como docentes.

Completo "abandono" del Gobierno de Netanyahu

A Yehiav le preocupa además su padre, que solo aguantó un mes desplazado y decidió, pese al peligro, volver a su casa en Kiryat Shmona. Él querría seguir sus pasos, pero "después de ocho meses, aún no sabemos qué va a pasar y lo más perturbador es que no vemos ningún indicio de retorno".

Yehiav hace parte de los residentes del norte de Israel que aseguran sentirse "abandonados" por la coalición de gobierno de Netanyahu. "No soy solo yo, somos miles los ciudadanos que decidimos vivir aquí, en la frontera norte, lo que se conoce como 'la defensa del país'. Y sentimos que el país no está con nosotros".

Para este joven, "si cayeran misiles en Tel Aviv o Haifa (las grandes urbes costeras), incluso dos o tres, el Gobierno no permanecería en silencio".

Un silencio que denuncia que también se siente en los medios locales, ejemplificando que el día que Hezbolá lanzó el mayor número de proyectiles en una sola jornada hacia el norte de Israel –215, el 12 de junio–, los canales "mostraban programas de cocina y todo seguía como de costumbre. Es una decepción para la población".

Al ser funcionario y velar por la seguridad del sitio, Ariel Frisch cuida más sus palabras. "No es mi trabajo juzgar" al Ejecutivo, declara. Y agrega: "pero sí lo es decirles que se den prisa porque es muy difícil vivir bajo evacuación".

"Somos refugiados en nuestro propio país y eso no es normal. Y cada día que pasa, es básicamente una victoria para Hezbolá porque para ellos no se trata de conquistar, sino de infundir terror. Por esta razón, nuestro llamado al Gobierno israelí es que se haga cargo, porque necesitamos volver a un hogar en calma", completa su opinión.

Hoy, los 24.000 habitantes de esta ciudad están repartidos "por todo el país", desde Eilat (la urbe más al sur) hasta Kiryat Shmona. Muchos de ellos están ubicados en hoteles o apartamentos pagados por el Estado, pero se trata de una solución transitoria que empieza a exasperar a los desplazados del norte. La aspiración –nunca oficializada– era un retorno para el inicio del ciclo escolar en septiembre. No obstante, esa fecha luce cada vez más improbable.

Así, Ariel es uno de esos pocos empleados públicos que se observan en la ciudad, junto a las y los "veteranos que no quieren irse porque dicen 'este es mi hogar, moriré aquí antes que ser evacuado'". Entre sus tareas, está asistirlos y llegar a un sitio en emergencia, "ya sea por destrucción, por un incendio o, Dios no lo permita, una invasión. Podemos ser sorprendidos en cualquier momento y eso es realmente aterrador".

El temor a una infiltración terrestre de Hezbolá no es algo nuevo aquí.

Desde hace años, los israelíes del norte ven como una posibilidad que la unidad Radwan del grupo intente una incursión, sobre todo tras el asalto inédito de Hamás en el sur, que derribó la confianza en que el Ejército sea capaz de frenar un ataque similar. Por ello, Yehiav carga una pistola dentro de su pantalón y Ariel no suelta ni un momento su rifle, en un Israel en el que la tenencia de armas es totalmente habitual y producto del servicio militar obligatorio.

Antes no estábamos preocupados. Estábamos seguros de que cualquier cosa que intentara Hezbolá, nuestro Ejército sería más inteligente y fuerte para repelerlo. Íbamos a la frontera, veíamos a la unidad Radwan con sus kalashnikovs y no les temíamos porque sabíamos que no se atreverían. Pero después del 7 de octubre, entendimos que podrían atreverse, que podrían tener éxito y que el Ejército no es todopoderoso, por lo que debemos autodefendernos", justifica Ariel.

La batalla alienta la huída de residentes y empresas

Al margen de esta amenaza potencial, Kiryat Shmona lidia con ataques concretos como "más de 570 misiles" desde el 9 de octubre, según datos de la municipalidad. De acuerdo al reporte de Ariel, estos han causado "grandes daños en toda la población, con más de 50 casas totalmente destruidas y más de 800 edificios severamente dañados".

Si del lado libanés no hay alarmas que alerten de las destructivas bombas israelíes, de este lado, pese al sistema Cúpula de Hierro, el tiempo de reacción es igualmente escaso. "En Kiryat Shmona, en el mejor de los casos, tienes cinco segundos desde que suena la alarma hasta la caída del misil. No hay tiempo de ir a un refugio. Lo único que puedes hacer es tirarte al suelo y cubrirte la cabeza. Y así es como estamos viviendo cada día", subraya.

En el recorrido por esta "ciudad fantasma" –el espíritu de todas las aldeas fronterizas–, se observan algunas casas y sitios impactados por los proyectiles.

Uno es un cráter en plena carretera provocado por un "misil Falaq-1″, cuya explosión dejó con agujeros de metralla y ventanas rotas las viviendas de alrededor. Otro es el patio de un jardín de infantes, en el que se observa un hoyo generado por otra bomba de la milicia islamista.

Más al interior, en específico, hay un hogar vacío completamente calcinado por la caída de un cohete que desató un incendio, el cual carbonizó toda la vida que contenía en armarios, muebles, tenedores y hasta hilos de coser.

La opinión del funcionario es que este tipo de ataques buscan "que la gente tenga miedo y no quiera regresar", y así, "más del 40% de la población, la mayoría de ellos de sectores acaudalados" habría manifestado ya su intención de no regresar a vivir a Kiryat Shmona.

A ello se suma que "las fábricas, excepto las esenciales, están cerradas y parte de ellas se han trasladado al centro de Israel y no van a volver".

"Es un gran golpe para la economía local y necesitaremos una gran asistencia del Estado o inversiones de todo el mundo para recuperar nuestra economía, cuando regresemos", alerta Ariel.

La otra afectación que preocupa a las autoridades de Kiryat Shmona, reflejo del norte israelí, son los incendios en los bosques colindantes. Iniciados por el impacto de cohetes de Hezbolá o por los restos de las interceptaciones de los sistemas de defensa israelíes, las llamas se están propagando con más fuerza debido a las altas temperaturas.

Los incendios más grandes se produjeron a principios de junio, llegaron a pocos metros de zonas residenciales y requirieron dos días de trabajos de bomberos, miembros de la seguridad local y voluntarios. Los aviones hidrantes no pueden ser utilizados por el riesgo a ser atacados.

"Kiryat Shmona está rodeada de una gran cantidad de bosques, así que cuando estos se encienden, es como una jaula de fuego –advierte Ariel Frisch–. Si tienes un lugar hermoso en una zona de guerra, se vuelve una trampa mortal".

A unos diez minutos en coche desde Kiryat Shmona, al otro lado de unas montañas, se encuentra Margaliot, una pequeña comunidad agrícola (o 'moshav', como se las denomina en hebreo), situada justo en la línea divisoria entre Israel y Líbano. Una posición que la expone por completo a la vigilancia y a los ataques del movimiento.

Allí, Eitan Davidi, líder del poblado, gestiona su granja de aves y huevos, una de las especialidades de la zona. Sin embargo, los enfrentamientos, cada día más fuertes y de mayor alcance entre el Ejército y los milicianos, obligan a reubicar nuestro encuentro. "No podemos poner en peligro a ciudadanos o periodistas", justifica el jefe local, que ha tenido que salir corriendo de su campo de trabajo en días pasados.

Una guerra dura como "única solución"

Al pie de un sendero montañoso quemado por dichos incendios, Eitan, de andar portentoso y armado asimismo con un fusil, subraya que las acciones de Hezbolá "dañan nuestro estilo de vida, nuestro trabajo y nuestra rutina como campesinos".

A finales de mayo, este cabecilla comunitario alcanzó notoriedad en los medios israelíes por anunciar su intención de "descomprometerse" del Ejército y el Gobierno de Israel, y pedir el retiro de soldados de Margaliot porque no les garantizaban "protección ni seguridad", a la vez que acusó al Ejecutivo de haberse "rendido con nosotros".

Consultado sobre esas declaraciones, Davidi sonríe y rebaja el tono, alegando que se trató de "una protesta contra la falta de respuesta" más que de una intención real.

"Quise decirle al Estado de Israel que si no llevas a cabo lo que estamos pidiendo, que es destruir a la organización terrorista Hezbolá, entonces no queremos tener nada que ver contigo y nos queremos deshacer de ti", cuenta. Pero confía en que "el Estado de Israel sabrá cómo derrotar a Hezbolá y regresaremos a Margaliot para criar a nuestros hijos y continuar con la agricultura".

El reclamo de Eitan Davidi es que Israel "lleve a cabo una acción militar en el sur de Líbano, contra Hezbolá, para acabar con esa amenaza".

"Lo que está pasando ahora es una victoria parcial de Hezbolá –coincide con el funcionario de Kiryat Shmona–. Todos aquí en el norte entienden que es necesaria una ofensiva más amplia y que no hay otra forma de que haya calma en el terreno", justifica.

Su afirmación, que no contempla las consecuencias devastadoras para ambos territorios, e inclusive a nivel regional, que alertan analistas y organizaciones internacionales, encuentra cobijo en el resto de entrevistados y habitantes del norte de Israel. A día de hoy no conciben retornar al statu quo previo al 7 de octubre; tampoco alcanzar un pacto con Hamás en Gaza, como supedita Hezbolá, ni creen en resoluciones "fallidas" como la 1701, aprobada por la ONU tras la última guerra israelí-libanesa de 2006.

Para Ariel Frisch, "(los israelíes) debemos cambiar la ecuación y eliminar a los que causan terror".

"Líbano es un Estado soberano, tiene responsabilidades con la paz y se tiene que hacer cargo de Hezbolá, si es necesario pidiendo ayuda a países europeos o a Estados Unidos. Si no puede hacerlo, las fuerzas de Israel no tendrán otra opción que invadir y hacerse cargo de eso", sentencia.

Es esa guerra total que tanto se teme entre Israel y Hezbolá, una expresión de la que Ariel reniega porque estima que "ya estamos en guerra". Y, en parte, esa es la sensación: la de una guerra de baja intensidad que de este lado israelí se vislumbra como un futuro inevitable.

Hezbolá tiene más de 150.000 misiles y 80.000 bombas de artillería a su disposición, y eso es solo el arsenal del que tenemos conocimiento. Entendemos que nos exponemos a un gran riesgo, pero no lidiar con esto causará un riesgo aún mayor. No podemos permitir que el terror siga con vida o mantenga sus esperanzas", añade el subjefe de seguridad de Kiryat Shmona.

En medio de ataques cruzados de mayor violencia y frecuencia, y con la retórica belicista escalando a través de mensajes y vídeos más amenazantes, quedan los civiles. Los enfrentamientos fronterizos ya han matado a más de 97 residentes libaneses y diez israelíes, y han forzado el desplazamiento de más de 150.000 personas (94.000 en el sur libanés y 64.000 en todo el norte israelí).

"Yo no quiero una guerra, especialmente cuando mi casa está aquí –argumenta finalmente Yehiav Zuri–. Pero entiendo que esta es una situación de no retorno. Los residentes del norte no creemos que pueda haber un acuerdo sin una guerra dura, no hay otra opción. Hay un gran enemigo enfrente que debe ser arrasado y solo después de eso, y de que (Hezbolá) entienda su lugar, podrá haber un acuerdo".

De hecho, Yehiav recrimina que el Gobierno y las fuerzas israelíes aún no hayan lanzado esa "ofensiva amplia" en Líbano. "Personalmente, no sé qué están esperando. El norte está en llamas. No sé si vamos a tener un lugar al que regresar en unos días o meses", explica, a la vez que insiste en que "hay que dejar de hablar; si quieres disparar, dispara, no hables".