Ese destino, que se consideraba un importante lugar de refugio para ucranianos y rusos exiliados, es ahora un lugar del que cada vez más quieren salir, desde que se ha empezado a acusar al gobierno de Georgia de su cercanía con el Kremlin y porque las oportunidades económicas frente a la demanda no parecen ser suficientes, según los testimonios. Este es un panorama de la situación. 

Georgia, un pequeño país del Cáucaso, acogió a miles de exiliados rusos y refugiados ucranianos, quienes llegaron después de la invasión rusa a gran escala en Ucrania.

No obstante, desde que el Gobierno georgiano comenzó a ser acusado de cercanía con el Kremlin muchas de estas personas están pensando en emigrar nuevamente

Un ejemplo es el ruso Serguéi Tkachenko, que empezó a tramitar un visado humanitario a Francia. Vivía en Novorosíisk, pero no quiere volver ni quedarse en Tbilisi, la capital. 

“No me siento seguro aquí. Se siente mucho la influencia rusa. Acaban de aprobar una nueva ley (que obliga a ONG y medios a declarar la financiación extranjera que reciben y registrarse como agentes extranjeros), que es un ejemplo de esto”, dice. 

“Básicamente, se trata de una ley para censurar a la disidencia, como la que aprobaron en Rusia”, argumenta. 

En una situación similar a la de Serguéi estuvieron 30.000 rusos exiliados —varios de ellos opositores al gobierno de Vladímir Putin—, quienes abandonaron Georgia el año pasado, según cifras oficiales citadas por medios locales.

Serguéi sueña con una vida en un lugar en el que se sienta seguro junto con la mujer de República Checa con la que se casó el año pasado, pero el papeleo burocrático se lo impide. 

Pese a estar casado con ella, no tiene permitido viajar a la República Checa y tener una residencia europea. Le exigen algunos papeles en Georgia, que debería solicitar en Rusia.

“Sin embargo, regresar a Rusia para mí significaría probablemente que me encarcelen por veinte años”, detalla este joven especializado en computación, que huyó de Rusia por temor a ser reclutado y por sus ideas políticas contrarias a la invasión.

“Viajé a Georgia después de enterarme que los servicios secretos rusos me estaban buscando. No sé la razón exacta, es posible que sea por mis conocimientos de ciberseguridad, pero incluso encontrar un trabajo con un salario digno aquí ha sido muy difícil; por suerte me ayudaron algunas asociaciones de voluntarios. Sin embargo, tengo dificultades para llegar a fin de mes”, comparte. 

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Volver a emigrar

La cifra de los ucranianos permanentes en Georgia también tiene una tendencia a la baja. De los casi 189.000 refugiados ucranianos, que llegaron a Georgia en 2022, sólo quedaban unos 26.000 en 2023, según los registros oficiales consignados en medios locales.

Muchos de ellos, originarios de zonas ocupadas por las tropas rusas en el sur y este de Ucrania, como Mariúpol, fueron forzados a emigrar en un largo viaje fruto de la guerra que aún no acaba.

Nino Katamadze, una artista georgiana reconocida en Ucrania -tanto así que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski le otorgó una medalla- abrió un refugio para desplazados en Tbilisi, la capital de Georgia (país con más de 3’5 millones de habitantes).

Muchos de los ucranianos que ella acogió se han ido. Achaca el fenómeno a la falta de recursos, pero también a la actitud negativa -en su opinión- del gobierno georgiano con los desplazados.

“El gobierno a menudo habla de los políticos ucranianos menospreciando su lucha por ser independientes de Rusia. Esta actitud de desprecio no solo se percibe a través de sus declaraciones, sino también por la falta de mecanismos de apoyo y programas que facilitarían su estadía aquí”, afirma Katamadze y añade que por eso es importante la ayuda que la sociedad civil georgiana da a estas personas.

Larissa, una ucraniana originaria de Bila Tserkva, en la región de Kiev, que tiene dos hijos: Milanka, de cinco años; y Kuran, de siete, ambos con problemas psicológicos por el conflicto en Ucrania y con cuidados especiales, explica que la ayuda que recibe proviene principalmente de las ONG y ciudadanos comunes no del gobierno.

Mientras los niños juguetean con lápices y muñecos en el centro de acogida, afirma que también le preocupa la situación política de Georgia, donde el partido gobernante ha propuesto medidas que, según la oposición, son similares a las aprobadas en Rusia para restringir derechos y libertades de la ciudadanía. Por eso, ha pensado en irse.

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"Es bastante desafiante vivir aquí", dice la mujer que tiene visado humanitario y recibe un apoyo financiero del Estado georgiano que no supera los 15 euros.

"Además, ahora vemos leyes rusas (que están promoviendo) en Georgia, y la influencia de Rusia en la política es muy fuerte. Tengo bastante miedo, aunque espero que todo vaya bien", añade. 

El desafío económico también es mayúsculo, puesto que con el aumento de población en Tbilisi, también ha subido el precio de los alquileres en la ciudad, donde, según datos oficiales, el aumento el año pasado fue de hasta 120%. 

Juntos y con aire de hogar 

En un café en el barrio de Vake, en el noroeste de Tbilisi, voluntarios ucranianos, bielorrusos y rusos atienden a refugiados de Ucrania y a georgianos en estado de vulnerabilidad.

Mientras reparten sopas de pollo y platos típicos de la cocina local, la ucraniana Elena y la rusa Viktoria cuentan por qué se han involucrado en el proyecto.

“Todos nosotros podemos encontrarnos en momentos de dificultad y es importante mostrar que puede existir otro mundo. Esta es mi oportunidad”, dice Viktoria, originaria de Moscú.

“Lo que queremos es que la gente sepa que aquí hay un lugar seguro. No me importa que haya personas de Rusia o Bielorrusia”, afirma Elena, originaria de la ciudad costera ucraniana de Berdiansk, desde 2022 bajo ocupación rusa.

El propietario del restaurante, que ofrece este servicio de lunes a viernes, desde el mediodía hasta las cuatro de la tarde, es el georgiano Sergo Pogosov, de 43 años, quien explica que tomó la decisión hace un año y medio: “Yo mismo viví en Rusia y, cuando empezó la guerra, muchos amigos me preguntaron cómo podían ayudar. Así tuve la idea”, asegura.

Alejado de la política, Pogosov garantiza que seguirá manteniendo el proyecto en vida mientras pueda.