El alto el fuego entre el Ejército de Israel y Hezbolá en Líbano no silencia las tensiones internas del país devastado, donde la reconstrucción se enfrenta a una crisis estructural, en medio de las divisiones políticas y un vacío de poder.

Un paisaje de desolación envuelve las calles del centro de Tiro, una de las ciudades con historia ininterrumpida más antiguas del mundo. La aviación israelí ha reducido a ruinas 60 edificios en esta emblemática urbe del sur del Líbano tras dos meses de incesantes bombardeos.

Entre esqueletos de edificios y montañas de escombros, camina Nadia Habous, de 77 años, con las manos entrelazadas a su espalda y la mirada fija en el suelo, quizás para evitar tropezar con los restos de cemento, cristales y hierros esparcidos, o tal vez porque levantar la vista sería enfrentar la inmensidad de la destrucción. 

"No puedo llevarme nada, absolutamente nada. Vine a ver mi casa, pero ¿qué hay que ver? Ya no existe", murmura con un nudo en la garganta.

Nadia, con voz entrecortada, relata cómo sobrevivió a los implacables ataques israelíes en el corazón de Tiro. Después de resistir durante mes y medio, tuvo que huir cuando la violencia se tornó insoportable. Ahora vive en el barrio de El Hesbi, cerca del mercado de verduras, junto a su esposo anciano y su hijo. 

Con varias guerras contra Israel marcadas en su memoria, Nadia no puede evitar comparar el presente con el pasado. “En 2006, Tiro sufrió, pero no como ahora. Esto es terrible”, comenta con la resignación de quien ha sido testigo de más tragedias de las que podría soportar una vida.

A pesar del desolador panorama, al igual que decenas de miles de libaneses, Nadia sueña con reconstruir lo perdido, aunque la incertidumbre sobre el porvenir del país sea una sombra constante. 

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Las consecuencias políticas del conflicto podrían redefinir el futuro del país

El Líbano enfrenta un desafío tan intrincado como el conflicto: redefinir su identidad política y social en el posconflicto. Mientras algunos seguidores de Hezbolá consideran la guerra como una victoria, una parte significativa de la población rechaza la violencia y las secuelas de la contienda, una guerra que jamás respaldaron.

Este complejo escenario se agudiza con los cambios en Siria tras la caída de Bashar al-Assad, dejando entrever incertidumbres que afectan el destino de ambos países. En el Líbano, Hezbolá intenta ganar en el terreno político lo que perdió en el campo de batalla. 

“La proclamación de victoria de Hezbolá carece de peso más allá de su base de apoyo”, señala Bassam Lahoud, especialista en política de Oriente Medio de la Universidad Libanesa Americana (LAU). Según Lahoud, las preocupaciones de la mayoría de los libaneses no giran en torno a la victoria política, sino a las devastadoras secuelas económicas que el conflicto ha dejado a su paso. 

La guerra no hizo más que profundizar las grietas

La guerra, que se extendió por más de un año, comenzó como enfrentamientos localizados en la frontera. Sin embargo, todo cambió en septiembre cuando Israel destruyó miles de dispositivos de localización de Hezbolá, desencadenando una campaña aérea masiva seguida de una invasión terrestre. El saldo fue alarmante: más de 4.000 muertos y más de un millón de desplazados. 

Aunque la solidaridad con los desplazados y el rechazo a las agresiones israelíes fueron palpables, las consecuencias políticas del conflicto podrían redefinir el futuro del país.

“La cuestión de las armas de Hezbolá ha sido un tema divisivo durante décadas”, explica Lahoud. La guerra no hizo más que profundizar las grietas, creando dos bloques: uno que respalda al partido chiita y otro que presiona por su desarme. “La contienda ha abierto las puertas a una confrontación interna más profunda”, advierte. 

A pesar de las críticas, los opositores de Hezbolá se ven atados por divisiones internas y el temor a represalias violentas, lo que dificulta cualquier enfrentamiento directo. En este escenario, el Líbano se encuentra en una encrucijada, atrapado entre la necesidad de un debate urgente y el miedo a una fractura que podría empeorar su vulnerabilidad. 

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Las devastadoras consecuencias financieras

En lo económico, el panorama es desolador. Según el Banco Mundial, los costos de la guerra ascienden a 8.500 millones de dólares, provocando una caída del PIB de un 6.5%.

Sectores clave como el turismo y la reconstrucción avanzan con una lentitud desesperante, mientras la ayuda internacional sigue siendo incierta. Los países árabes, que en 2006 apoyaron con recursos la reconstrucción, ahora se muestran cautelosos. 

A esto se suma un vacío de poder alarmante. Desde que Michel Aoun dejó la Presidencia en octubre de 2022, el país no tiene un líder. El gobierno interino, incapaz de tomar decisiones clave, ha dejado al Líbano a la deriva. La reciente convocatoria del presidente del Parlamento, Nabih Berri, para elegir un nuevo mandatario, el próximo 9 de enero, añade una nota de tensión.

Hezbolá, ya ha dejado claro que su grupo jugará un papel crucial en este proceso. 

“La guerra ha demostrado la urgencia de un sistema político más eficiente que pueda atraer ayuda internacional y recuperar la confianza regional y global”, sostiene el coronel retirado George al Khouri. Según él, si el gobierno y los actores internacionales no se involucran activamente en la posguerra, “las entidades no estatales ocuparán ese vacío, profundizando las divisiones internas”. 

En el sur del Líbano, el Ejército nacional intenta llenar el vacío de seguridad dejado por el conflicto. Sin embargo, el rol de Hezbolá sigue siendo determinante mientras persistan la ocupación y las agresiones israelíes. Al Khouri anticipa que las tácticas del grupo podrían cambiar dependiendo del curso del alto el fuego, pero augura una coordinación con el ejército. 

El futuro del Líbano pende de un hilo. Su capacidad para superar divisiones internas, restaurar la confianza en las instituciones y redefinir su lugar en una región plagada de conflictos será crucial. La tregua puede haber acallado las armas, pero si las tensiones subyacentes no se resuelven, el país corre el riesgo de sumirse nuevamente en la tormenta.

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