Un mes después de la caída del régimen de Bashar al-Assad, la dolorosa tragedia de las desapariciones forzadas en Siria sigue sin resolverse. Si bien la liberación de miles de detenidos ha permitido que muchas familias se reúnan nuevamente, otros continúan viviendo con la angustia de no saber qué pasó con sus seres queridos.
136.000. Este es el número estimado de desapariciones forzadas bajo la dictadura de Bashar al- Assad. Mujeres, hombres, niños. Una tragedia compartida por casi todas las familias sirias y en todas las ciudades del país.
Tras la caída del régimen, el 8 de diciembre de 2024, muchas familias se apresuraron a ir a prisiones, hospitales y morgues con la esperanza de encontrar a sus seres queridos. Vivos o muertos. Y, mientras algunos han tenido la oportunidad de poner fin a una búsqueda dolorosa, otros continúan intentando encontrar rastros, aunque sean mínimos, de aquellos de quienes no han sabido nada durante años.
Solo 24.000 personas que figuraban en las listas de los 136.000 desaparecidos han salido de prisión, según la Red Siria por los Derechos Humanos, una ONG que documenta los abusos cometidos por el régimen desde 2011.
Pero las familias se niegan a perder la esperanza. En las paredes de Damasco y otras ciudades del país se multiplican los carteles de búsqueda. Una foto, un nombre, una ubicación, pero, sobre todo, un número de teléfono para contactar con sus seres queridos. Acciones imposibles durante los trece años de guerra.
Solo las autoridades estaban autorizadas a dar una respuesta. Y casi siempre era lo mismo: “ella no está” o “no sabemos”. Incluso se enviaron miles de certificados de defunción falsos a familias mientras sus seres queridos aún vivían bajo la tortura de verdugos a sueldo del régimen.
Si bien se han descubierto muchas fosas comunes, las posibilidades de encontrar con vida a las personas desaparecidas a la fuerza están disminuyendo.
“No hay prisiones secretas”, afirma Fadel Abdulghany, director de la Red Siria de Derechos Humanos.
“La mayoría de los que fueron liberados fueron arrestados hace unos meses. Tenemos pruebas de que el 97% de los desaparecidos por la fuerza fueron asesinados por Al-Assad".
Una verdad que las familias se niegan a escuchar. ¿Cómo puedes llorar sin tener pruebas de que tu ser querido ha muerto? ¿Sin poder darle un entierro digno? France 24 fue al encuentro de cuatro familias que cuentan la historia de quienes les fueron robados.
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“Mi hijo no está vivo ni muerto”
Oum Khaled Jumaa es la madre de Khaled Omar Jumaa, de 38 años, pintor, desaparecido el 26 de septiembre de 2013 en Damasco. Este es su relato:
"Mi hijo no estaba involucrado en política. Temía al régimen y al pueblo de la revolución. El 25 de septiembre de 2013, Khaled recibió una citación de la Policía en su casa. Fue acusado de pertenecer a grupos armados y, por lo tanto, de terrorismo. Fue interrogado, pero lo dejaron ir. Al día siguiente, sus amigos le dijeron que fuera al comité de defensa vecinal (un tipo de milicia creada en 2012 para apoyar al Ejército) para asegurarse de que todo estaba bien. Desde entonces fue arrestado
Fui a todas partes. En el Ministerio de Justicia, un empleado intentó ayudarme, pero lo amenazaron de muerte si abría el expediente. Un mukhabarat (del servicio de inteligencia) me pidió 1.200 dólares, pero cogió el dinero y desapareció. Otros también exigieron sobornos. Después de dos meses me di cuenta de que había desaparecido a la fuerza".
Después de la caída del régimen, fui a la prisión de Sednaya con la fotografía de mi hijo. Un interno me dijo:
’Madrecita, estábamos en la oscuridad, no vimos a nadie. Estábamos agachados, con las manos en la cabeza. Nunca miramos los rostros de los prisioneros ni de los verdugos'
Fui al hospital al-Mujtahid en Damasco. Las paredes estaban cubiertas de fotografías de personas muertas, con las caras hinchadas. Las mujeres gritaban, lloraban. Fui a la morgue y abrí los cajones. Vi el horror: cuerpos mutilados, desmembrados. Estaban irreconocibles. Los médicos me dijeron que el régimen vendía los órganos de los detenidos. Ya no duermo. Pienso en esas bolsas con todos esos cuerpos destrozados. Me enfermó. Tengo miedo de morir por eso.
Nunca pedí ayuda a un abogado ni a una ONG. ¿Para presentar una denuncia contra quién? ¿Y vienen y me arrestan a mí también? No.
Hoy estoy feliz por mi país pero triste por mi hijo. Ojalá hubiera visto todo esto. Solo conoció el sufrimiento. Todos los viernes voy a la plaza Omeya para manifestarme con las familias de los demás desaparecidos y exigir la verdad.
Mi hijo no está vivo ni muerto. Lo sentiría si estuviera muerto. Su habitación ha estado lista desde su arresto. Espero que regrese. Inshallah (alabado sea Dios).
Debe haber justicia, debe abrirse una investigación. Los responsables son los alauitas (una rama del islam). Ninguno de ellos fue arrestado ni torturado. Ya no quiero vivir con ellos, ya no confío en ellos. No quiero un juicio justo, nuestros hijos no lo tuvieron. Quiero venganza, torturar a los responsables como torturaron a nuestros hijos".
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“Como madre siento que está vivo”
Chadia Yahia Abu al-Ras, madre de Muhammad Amir Zelikha, quien desapareció el 6 de enero de 2013 a la edad de 28 años.
"La mañana del 6 de enero de 2013, fue a trabajar con su jefe a la imprenta. Le dije que no fuera porque tenía que pasar por el control de Peugeot (llamado así por el concesionario que se encontraba al lado), conocido por su peligrosidad, pero temía perder su trabajo. Ambos desaparecieron.
Intentamos llamarlo a él y también a la familia de su jefe. Un mensaje de servicio decía que el número era inalcanzable. Pensé que eventualmente regresaría porque Muhammad no estaba involucrado en política. A los cuatro días, mi marido fue a investigar a todos lados: Policía, prisión… Siempre le decían: 'no está acá', 'no sabemos nada'. Luego arrestaron a mi marido durante 12 horas porque se atrevió a hacer preguntas. Le dijeron que si regresaba, esta vez se quedaría.
Entre 2012 y 2014 iba dos veces por semana al Ministerio de Justicia con la foto de mi hijo. Un día conocí allí a un exprisionero que vino a declarar que estaba vivo porque su familia había recibido un certificado de defunción.
La apertura de la prisión de Sednaya nos dio la esperanza de encontrarlo nuevamente. Fui allí pero vi tantos horrores que me enfermé. Los que se marcharon llevaban allí un máximo de nueve años. Los demás, no sabemos dónde están. Si los mataron, los metieron en algún lado. Queremos saber dónde.
Quiero que Muhammad regrese. Mi hijo fue respetuoso. Era piadoso. Nunca lastimó a nadie. Si está muerto, quiero que me lo digan. Él está en el cielo y Dios castigará a las personas que lo lastimaron. Pero todavía espero que alguien me lo devuelva. Como madre, siento que está vivo".
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“Mantendré la esperanza hasta mi último aliento”
Zoubeida al-Aham, madre de Hazar al-Moulki, desapareció el 13 de enero de 2013, a los 25 años de edad, en Damasco.
"Mi hija era estudiante de química. El 13 de enero de 2013, se fue a la universidad pero no regresó. A las 22.00 horas sonó el teléfono. Cuando mi marido Ryad contestó, sonó una voz de hombre que decía: 'Tenemos a su hija'. Si quieren volver a verla, tienen que pagarnos 5 millones de libras sirias (unos 616.000 euros de la época)'. Nos hicieron escuchar su voz: "Estoy bien, pero ayúdenme para que me liberen rápidamente".
Todos los días, durante tres días, a la misma hora , sonaba el teléfono. La misma voz nos dijo que si no pagábamos no volveríamos a ver a nuestra hija. Al cabo de una semana, el precio había bajado hasta las 700.000 libras (unos 8.600 euros). Recaudamos todo el dinero que pudimos, nos endeudamos para poder pagar.
El hombre quedó con mi marido a las 6 p.m. Tuvo que ir solo y no avisar a la policía. Al momento del encuentro, el hombre lo cegó con una linterna, tomó el dinero y le dijo que nuestra hija llegaría en taxi. Mi marido y mi hijo esperaron tres horas. Buscaron por todos lados, pero ella nunca llegó. El número de teléfono ya no funcionaba.
Fuimos a la seguridad militar. En 2014-2015, el régimen abrió oficinas para las familias. Me dijeron que mi hija estaba en la lista, pero no dónde. Luego la oficina cerró. Nos llevaban de una sección a otra (las cárceles tienen nombres o números , N.D.): 'ella está ahí' y luego 'ella no está'. Mintieron constantemente. En 2019 nos dijeron que estaba viva pero sin decirnos dónde.
Es un secuestro cruel. Mi hija no participó en ninguna manifestación. No estaba interesada en la revolución. Fue arrestada por el comité de defensa del barrio y entregada a la seguridad militar.
Mantendré la esperanza hasta mi último aliento. Lo siento. Rezo por ella todos los días. Inshallah, ella reaparecerá algún día. Entonces le diré: 'Gracias a Dios que volviste entre nosotros'".
"Me gustaría encontrar al menos un hueso"
Mahmoud al-Mahmoud, hijo de Ahmed al-Mahmoud, detenido a los 33 años el 14 de septiembre de 2011 en Idlib:
"Mi padre era un activista en Idlib. Había estado haciendo campaña en secreto desde 2007. El 25 de marzo de 2011, subió a la mezquita de Kafr Nabl en medio de la noche para pintar 'Alá, Siria, Libertad' en un lado y 'la caída del régimen'.
El viernes 1 de abril de 2011, después de orar, se levantó y gritó la misma consigna. Se prohibieron las manifestaciones y la mezquita fue el único lugar de reunión. Más de 1.000 personas lo siguieron cuando empezó a caminar. Muchos guardaron silencio porque tenían miedo.
Al cabo de una hora, se informó a los servicios de seguridad y se dispersó la marcha. Los shabihas (informantes) hicieron una lista de todos los participantes y la Policía vino a nuestra casa esa noche. Mi padre no estaba allí. Sabía que vendrían. Le quitaron su computadora y lo rompieron todo. Empezó a esconderse. Vino a vernos, pero nunca se quedó.
Comenzó a organizar protestas semanales. Odiaba la violencia. Quería hacer una revolución pacífica pero al ver que el Ejército disparaba contra la multitud decidió tomar las armas, pero sin afiliarse a ningún movimiento.
A partir de entonces mi padre fue buscado. El 14 de septiembre de 2011, el régimen cortó todas las comunicaciones en Idlib y aumentó el número de soldados para bloquear el acceso a la ciudad. Nadie lo esperaba. Mi padre fue arrestado después de un intercambio de disparos con el Ejército. Fue golpeado. Estaban tan contentos con su premio de guerra que lo ataron a un vehículo para recorrer Idlib. Esa fue la última vez que lo vi. Yo tenía 11 años.
Después de dos meses sin noticias, mi abuelo, que tenía algunas conexiones, se enteró de que estaba detenido por la llamada policía política. Pagó una gran suma de dinero para ver a mi padre durante quince minutos. Hace tres semanas, mi abuelo admitió que ese día lo habían torturado tanto que no lo reconoció. Entonces mi padre le dijo que quería morir porque la tortura era muy insoportable y que estaba insultando deliberadamente a sus verdugos para que acabaran con él.
Fue trasladado a Alepo y luego a Damasco. En 2013, un exrecluso nos dijo que lo había visto en Sednaya, pero que no se acordaba cuándo. Intentamos conseguir un abogado en Damasco, pero nadie quería el caso porque lo consideraban un preso político y, por tanto, un terrorista. No había nada que pudiéramos hacer. Desde 2013 a la fecha no hemos tenido noticias. Vivimos con esperanza durante once años.
Cuando cayó el régimen, yo estuve entre los primeros en entrar en Sednaya. Durante una semana lo busqué todos los días y por todas partes. Y entonces me di cuenta de que ya no estaba.
Perdí la esperanza y volví a Idlib para contárselo a mi familia. Estaba temiendo este momento. Lloré mucho. Mi abuela de 99 años soñaba con volver a ver a su hijo. Mi madre estaba en shock. Tuvo que ser hospitalizada.
Desde el 19 de diciembre estoy de regreso en Damasco para buscar documentos sobre los responsables de las torturas para que algún día puedan ser juzgados. No quiero venganza. Quiero un juicio justo y equitativo. Quiero continuar la lucha de mi padre. Luchó toda su vida por la libertad y la justicia.
Cuando escuché los testimonios, fue tan violento que tuve un ataque de ansiedad. Con todo lo que he visto, sé al 99% que está muerto. Me gustaría encontrar aunque sea un hueso para saber que es él. Sabré dónde está".
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