Es la historia de un grupo de mujeres, como tantas en el mundo, que durante la pandemia enfrentaron el aumento de la violencia doméstica. Indígenas, desplazadas de su estado natal, deciden formar hace cuatro años en la periferia de la Ciudad de México un colectivo: 'Mujeres de la Tierra'. Sus pilares: soberanía alimentaria, defensa de los saberes ancestrales y sororidad. Informe especial.
En este cultivo de Santa Ana Tlacotenco, el maíz brota azul como los moretones y rojo como la sangre…una especie de vestigio o recordatorio de la violencia que han vivido las manos que lo siembran.
Alrededor, los cactus y los campos que se extienden hasta donde alcanza la vista dan la impresión de estar a horas de cualquier civilización urbana. En realidad, Santa Ana Tlacotenco pertenece a Ciudad de México.
A lo lejos, el volcán Tláloc contempla en silencio estas manos que cosechan con cuidado el maíz: "De cada mazorca que arrancas, debes sacar tres semillas que vuelves a poner en la tierra: una para los pájaros, una para los roedores y finalmente, una para que vuelvas a tener maíz dentro de tres meses", cuenta Chio. Este hábito lo heredó de su madre, que también le enseñó a cultivar.
Pero no aprendió aquí, sino en la Mixteca poblana, de donde es originaria. Chio nació y creció en una comunidad indígena a unas horas de la Ciudad de México, en un pueblo muy diferente a la capital. También allí empezó a tener parejas sentimentales, al igual que sus hermanas: Alma y Gris. Y grises empezaron a ser sus días: control financiero, insultos, violencia física y psicológica.
Chio estudió psicología educativa y poco a poco se fueron definiendo los contornos y límites de ese maltrato: no tenían por qué aguantar esta violencia.
Una vez identificados los abusos, quedó un gran impedimento a su libertad, un impedimento que de hecho comparten muchas mujeres víctimas de violencia intrafamiliar: no disponían de la independencia económica para asumir los gastos para su subsistencia y la de sus hijos. Fue el detonante para unirse como colectivo: serían las 'Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia'.
Del desespero derivado de la pandemia
La pandemia del coronavirus avivó trágicamente la violencia doméstica a nivel global, y en México ese fenómeno se tradujo en un incremento de entre 30% y 100% de la violencia de género, de acuerdo con estimaciones de la Secretaría de Gobernación.
Para Chio, Alma y Gris, esta cifra cobró realidad con la forma de un intento de feminicidio por parte del entonces esposo de una de las integrantes, hoy encarcelado.
Hicieron el recuento de sus saberes, y sumando sus conocimientos sobre el manejo de la tierra, el ciclo de la lluvia, el arte de la condimentación y el gusto por las recetas ancestrales, encontraron en el cultivo y la cocina su puerta de salida.
Con la garantía de que los alimentos sean cultivados de forma orgánica, y con ese particular sabor de una cocción a fuego de leña, el colectivo empezó a vender todo tipo de platillos tradicionales mexicanos: tortillas, tamales, gorditas. Y tampoco faltan las opciones vegetarianas: tlacoyos de frijol o requesón, tamales de guayaba o ensaladas de nopal con elotes.
Detrás de cada tortilla, se cuentan horas de ardua labor. Empieza con madrugar para cuidar del campo antes de que el sol sea demasiado intenso, sigue con llevar la harina al molino, agregar el nixtamal, pasar horas junto al fogón para preparar salsas, carnes, chicharrón y viajar dos o tres horas en bus para alcanzar la primera estación de metro donde se podrá vender.
"Y todavía unos quieren regatear", lanza Chio, cansada de estas prácticas que según ella desprecian el trabajo de quienes trabajan la tierra.
Pero si bien las hermanas tienen la piel empapada de sol y las manos endurecidas por un trabajo exigente, no se quejan: "Desde niñas, hemos tenido una conexión muy fuerte con la tierra, tanto que ella no nos quiere dejar, ni nosotras la queremos dejar", cuenta Alma con entusiasmo, ajustando su sombrero de paja. "Siento que es una compañera más, que algunos lastiman o agreden. Por eso nosotras tratamos de cuidarla mucho al no usar fertilizantes ni químicos".
Un proyecto ecofeminista al servicio del planeta
"A nosotros nos llamó mucho la atención su perspectiva ecofeminista, como unieron la lucha para la igualdad de género con la lucha para enfrentar el cambio climático", detalla Elsa Delabroy, responsable de los proyectos para la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD) en México.
La institución pública francesa, a través de fondos, reconoce el trabajo de 'Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia' en pro de la igualdad de género. Tanto Francia como México se enorgullecen de contar con un enfoque de política exterior feminista.
"En lo personal, me impresiona también su esencia comunitaria: hacen talleres, trueques de conocimientos; siempre están en una dinámica de intercambio y compartir", continúa Elsa Delabroy.
Hoy, el colectivo se conforma por nueve integrantes, y su intención es que más mujeres se sumen. Pero hablar de feminismo no es sencillo en esta zona de la Ciudad de México: desde 2019, la Fiscalía General de Justicia contabilizó 35 feminicidios en Milpa Alta, la alcaldía donde se encuentra 'Mujeres de la Tierra'.
Si bien las integrantes del colectivo subrayan los saberes de este pueblo en cuanto a cuidados ambientales, reconocen que el pensamiento machista está muy presente. Las activistas aún son miradas con animosidad: hace poco, cuentan, un vecino les gritó que eran prostitutas y que por eso las mataban.
Pero Chio, Gris, Alma y las demás compañeras ya no mujeres habituadas a la violencia: "Yo era una persona con muchos miedos: miedo a soltar personas, de expresarme, hasta de ir al metro. Pero la colectiva me vino a cambiar un montón", relata Alma. "Hasta como mamá: ahora le digo a mi niña que ya no se debe dejar, que yo me dejé pero que ya las cosas cambiaron".
Hoy poseen los conocimientos que debería recibir cada niña a temprana edad: que la violencia no es amor, que cualquier forma de control es maltrato, y que el miedo no debe existir en casa.
"Cuando estuve en una situación de violencia y se me pidió perdón, yo me armé de fuerza para decir: "No, no te voy a perdonar". Porque he sido testigo de tantos perdones; de cómo mi abuelo le pedía perdón a mi abuela, de cómo mi papá le pedía perdón a mi mamá… Y la violencia, en lugar de desaparecer, crecía", concluye Chio, acariciando a sus dos perritas: Tlacoya y Frijola.
Esas lecciones están destinadas a ser transmitidas, por lo que naturalmente empezaron a idear una "escuela de la tierra".
Pronto esperan recibir alumnos para una educación en pro de la paz, de la igualdad de género, del cuidado de la tierra y de masculinidades más sanas.