China fue el gran elefante en la habitación desde el inicio de la cumbre del G7 en Italia. Recientemente, el presidente francés, Emmanuel Macron, había endurecido el lenguaje hacia el gigante asiático. Estados Unidos desde hace tiempo ha adoptado esa actitud de enfrentamiento. Así que, finalmente, el bloque integrado por las democracias más ricas optó por reafirmarse en su pulso contra Pekín. 
 

Una relación tirante con China. Es lo que ha puesto en evidencia la declaración final de la cumbre del G7, difundida (de manera anticipada) el viernes 14 de junio por el bloque, en una de sus partes más relevantes. La justificación: Pekín estaría brindándole apoyo a Moscú para que Rusia mantenga su invasión a gran escala en Ucrania y, por eso, surge una advertencia. 

Se seguirán tomando “medidas” contra “actores en China y terceros países que apoyen materialmente la maquinaria de la guerra de Rusia, incluidas instituciones financieras […] y otras entidades en China que faciliten la adquisición por parte de Rusia de artículos para sus industrias de la defensa”, avisaron las potencias del bloque.

Para los países del G7 -Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido-, dar un sostén a Rusia implicaría acciones que “socavan la integridad territorial, la soberanía y la independencia de Ucrania”. Por ello, “impondremos medidas restrictivas en consonancia con nuestros sistemas legales para prevenir abusos y restringir el acceso a nuestros sistemas financieros para individuos y entidades específicas en terceros países, incluidas entidades chinas, que participen en esta actividad”, añadieron.

Según el G7, China también apunta a prácticas comerciales desleales. Por ello, se le pide abstenerse de “adoptar medidas de control de exportaciones, particularmente en minerales críticos, que podrían provocar importantes interrupciones en las cadenas de suministro globales”.

Aun así, en un documento de 36 páginas en el que la palabra China aparece 29 veces, los líderes aseguraron que su objetivo no es un enfrentamiento con Pekín.

Nuestro fin “no es perjudicar a China ni obstaculizar su desarrollo económico”, escribieron ratificaron los líderes. Un matiz, este último, que algunos observadores han interpretado como el resultado del temor de los países europeos a iniciar una verdadera guerra comercial con Pekín, que podría llevar a consecuencias imprevisibles.  

Un desenlace conocido

El desenlace era un secreto a voces. El propio Joe Biden, el presidente estadounidense, lo había dejado claro en sus primeras declaraciones al llegar a la cumbre. “China no está suministrando armas (a Rusia), pero sí la capacidad para producir esas armas y la tecnología disponible para hacerlo, por lo que, de hecho, está ayudando a Rusia”, había afirmado el mandatario estadounidense. 

Sus palabras llegaron después de que el martes, la Unión Europea anunciara que impondrá aranceles adicionales (de hasta el 38%) a automóviles eléctricos importados de China a partir de julio, lo que le expone a represalias de Pekín. Y, en el programa de la agenda del G7, figuraba una sesión dedicada a seguridad económica.

Así que casi no hubo cambios entre los borradores de la declaración final, a los que tuvo acceso France 24, y la versión definitiva. El enfoque hacia China se mantuvo. 

No era la primera vez. Ya en las reuniones del G7 de Finanzas en mayo, China había sido uno de los grandes temas sobre los que los países del bloque habían manifestado su preocupación. Allí, los ministros de Economía del grupo habían sugerido la posibilidad de tomar medidas. “Si bien reafirmamos nuestro interés en una colaboración equilibrada y recíproca, expresamos nuestra preocupación por el uso por parte de China de políticas y prácticas no de mercado que socavan a nuestros trabajadores, industrias y resiliencia económica”, se leía entonces en el documento firmado por las siete democracias más ricas.

El factor Macron

Por eso, el grupo afirma que vigilarán “los posibles impactos negativos del exceso de capacidad y considerarán tomar medidas para garantizar la igualdad de condiciones, en línea con los principios de la Organización Mundial del Comercio (OMC)”.   

Algunos líderes europeos también habían manifestado más recientemente su creciente malestar hacia la potencia asiática, entre ellos el presidente francés, Emmanuel Macron. Tan solo semanas atrás, en coincidencia con el viaje del presidente chino, Xi Jinping, el mandatario galo había afirmado que Francia debería replantearse su relación con la potencia asiática.

“El futuro de nuestro continente depende muy claramente de la capacidad para seguir desarrollando una relación equilibrada con China”, dijo en una reunión a la que también asistió la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen

No fue el único en enviar señales a Pekín. En diciembre pasado, Giorgia Meloni, la anfitriona del evento y primera ministra de Italia, también había optado por abandonar la llamada Ruta de la Seda, pocos meses antes de la expiración del acuerdo con China.

Meloni así había puesto fin a la particularidad de que Italia fuera el único país del G7 en integrar desde 2019 el ambicioso proyecto chino de infraestructuras para conectar Europa, Oriente Medio y Asia.

China entonces no había respondido con mucha aceptación. "China se opone a la denigración y sabotaje de la iniciativa. La división entre campos provoca separación", dijo entonces el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Wang Wenbin, sin mencionar, sin embargo, a Italia.  Eso sí, añadió, 150 países, incluida Italia, participaron en octubre en reuniones relacionadas con el proyecto. Lo que sigue ahora se sabrá en los próximos días o semanas.