Hace un tiempo la sociedad dominicana pulverizó la trayectoria artística de una pobre muchacha que se topó con un kilo de sustancia, presumiblemente heroína, en su camino.  Después de purgar cárcel y ser señalada por la horda como la nueva “bruja de Salem”, se salva de la hoguera, se “regenera” y comienza a recoger los retazos de su carrera consiguiendo una que otra presentación. Como siempre, apresada la “chiva expiatoria”, nunca supimos nada sobre los dueños de la sustancia.

En contraste, esa misma sociedad dispara al estrellato a una niña prostituida a muy temprana edad (según sus propias palabras) que no se educó con sus padres, que habla abiertamente sobre sus perversiones sexuales y consumo de drogas, exponiendo su herida narcisista de forma procaz, tanto en el lenguaje oral como en la gestualidad. Una es Martha Heredia, y la otra es Tokischa.

Mozart La Para

En año 2016, mientras el Ministerio de la Juventud le otorgaba el premio “Juan Pablo Duarte” a Mozart La Para, una joven, Yanillis Pérez, ganaba el Festival Internacional de Cine Toronto. Pasamos del espectáculo a la exhibición de la herida.

Armando Almánzar Botello, filósofo y psicoanalista dominicano, se refiere con frecuencia al striptease de la herida. Barenger (1991), citado por Eduardo Braier, se refiere por su lado a la herida narcisista como todo evento que ha “disminuido la autoestima, del Yo”. El autor   insiste en que ese evento traumático estaría marcado por una relación dañada con objetos afectivos valiosos.

Martha Heredia

No es mi interés en estas notas, poner etiquetas pseudo-diagnósticas a sujeto que no ha sido mi paciente, como es el uso en determinados medios y por determinados expertos.  La mirada diagnóstica, si la hubiera, sería a la sociedad actual.

Comparo, estas dos figuras públicas recientes, del mismo género, en condiciones sociales similares. Una castigada y la otra representando “dignamente” a la juventud dominicana en los Billboard Music Awards, como síntomas de una sociedad enferma.

 Martha Heredia era la mula, animal de carga, y sobre ella había que colgar todo el peso simbólico de la culpa social. Mientras, Tokischa se convertía en la reina del común, modelo servido en las redes como estímulo a las inconductas que la sociedad hipócrita dice combatir.

Alguien pone en el circuito del lenguaje sus prácticas con sustancias prohibidas y es eximida de censura. Abre las piernas y se relame los labios ante símbolos sagrados y consigue la admonición social, desméritos que sin embargo aumentan su estrellato y estatus de ejemplo a la juventud.

Existe una zona de inestabilidad que la sociedad se empeña en ocultar. Eso que Jung llama “el montón de estiércol”, expande por todas partes su pestilencia, aun cuando nos empecinamos en taparlo. Lo reprimido retorna de múltiples formas. Tokischa es el síntoma, Martha Heredia el acto fallido. Tokischa es la abertura procaz del retorno de lo reprimido, Martha Heredia el encubrimiento.

La sociedad falla en su intento por ocultar el deterioro. El síntoma como grafo, imagen del significado hipócrita, es esa paradoja que se empeña en ocultar mostrando.  Normalización una forma de violencia auto-infligida. La sociedad se organiza en torno a su propio deterioro, se fagocita.

Mientras organismos burocratizan el trabajo pendiente a nivel comunitario para paliar el problema del embarazo temprano, exhibimos en los medios el tartamudeo mental (vísceras de la perra)  de una muchacha díscola como mensaje icónico a la juventud.  Esta violencia de liquidación del sistema de sentido es invisible, resulta fácil de enmascarar.

Foucault inició la crítica a la patologización al visibilizar el exceso de la taxonomía psiquiátrica. Sin embargo, la preocupación hoy es la despatologizacion, neologismo que propongo para referirlo a la normalización indiscriminada de toda forma de conducta.

Diseñamos nuevos relatos para avalar la instauración de lo “nuevo” individual, y etiquetas para excluir lo colectivo por conservador, heteropatriarcal, nacionalista, etc.  La muerte moral instaura lo sinuoso como norma. Pretendemos invalidar el “lenguaje del poder” fundando otro aún más excluyente y violento.

Si el discurso sobre la “libertad” se propone como modelo para la anulación del contrato social en favor del “código” de cada cual, rápidamente estaremos ante un grave problema de convivencia y cualquier advertencia estará descalificada a prioiri.  Solo nos queda disentir de los nuevos relatos. Debemos hacerlo ahora, antes de que la censura alcance la categoría de mordaza.

* El autor es psicólogo