Leonel Fernández es un político que nació con buena estrella. En 1996, Balaguer lo convierte en presidente en su primer intento por alcanzar el poder; y tras salir en el año 2000, las circunstancias políticas y económicas le abrieron de nuevo las puertas del Palacio Nacional.

Ya para finales del año 2003 era evidente que volvería al poder. La quiebra masiva de bancos, la devaluación de la moneda y la inflación, que empobrecieron a la clase media y dificultaron la subsistencia de los más pobres, fueron allanándole el camino. Y sobre todo, las locuras de Hipólito Mejía. En medio de una devastadora crisis económica, a Hipólito se le ocurre impulsar una reforma constitucional para poder repostularse. Con esta acción no solo traicionó la memoria de  Peña Gómez y la tradición partidaria, sino, lo peor, se traicionó a sí mismo. Durante toda su carrera política, Hipólito Mejía había maldecido la reelección, y, al igual que Danilo Medina, le achacaba todos los males sociales habidos y por haber. La lección que le dio la sociedad a Hipólito le costó dieciséis años al PRD para, ya como PRM, volver al gobierno. La mayoría de nuestros políticos están acostumbrados a mentir; a decir una cosa hoy y otra mañana sin sonrojarse. Pero las sociedades cambian, avanzan, abren los ojos. Pero Leonel Fernández cree que la política y el mundo son estáticos.

A partir del año 2004, Leonel Fernández se instala en la presidencia de la República con un propósito muy claro: utilizar el presupuesto nacional como instrumento de dominación política. Al mismo tiempo, su grupo recaudador empieza a manejar grandes contrataciones públicas, las que se hacían grado a grado y casi siempre sobrevaluadas. Víctor Díaz en Obras Públicas, Félix Bautista en OISOE, Diandino Peña en la OPRET, entre otros tantos, constituyeron un club de asaltantes que depredaban las finanzas públicas con varios propósitos: acumular capital para el jefe de la cuadrilla, Leonel Fernández, y satisfacer sus ambiciones personales.

Como Leonel Fernández es un caudillo, que piensa que el único que puede gobernar a la República Dominicana es él, necesitaba asegurarse un caudal económico que le permitiera sobrevivir fuera del poder y mantener su estructura lubricada con la manteca del dinero de la depredación del erario. Además, debía ser fuerte financieramente para enfrentar a Danilo Medina, porque sabía que éste utilizaría el Estado para aplastarlo, tal y como sucedió, en caso de que llegara al poder.

Aparte de ser el padre de la Generación Canalla, Leonel Fernández también es el padre de la impunidad.

Por otra parte, el entorno militar y policial de Leonel Fernández seguía los pasos a los jerarcas civiles del gobierno; recordemos que a muchos de ellos les fueron canceladas las visas estadounidenses por sus tratativas con el narco, por sus desafueros al frente de los estamentos policiales y militares. Las prácticas que hoy denuncia el Ministerio Público en el caso Coral fueron perfeccionadas en los ocho años de Leonel Fernández. Para comprobarlo, solo hay que escudriñar las fortunas que tienen.

Son incontables los casos de corrupción que acontecieron en los gobiernos del señor Leonel Fernández; dignos de mencionar son los Supertucanos, Sun Land, y Odebrecht. Lo peor de todo era que el Ministerio Público, con pruebas más que suficientes, articulaba unos expedientes mostrencos, con la finalidad de que no hubiera condenas. Aparte de ser el padre de la Generación Canalla, Leonel Fernández también es el padre de la impunidad.

Fue así como la corrupción que venía de lejos terminó de institucionalizarse.

La Generación Canalla que gobernó hasta el 2020 produjo engendros como Félix Bautista, Víctor Díaz Rúa, Diandino Peña, Chío Jiménez, Radhamés Camacho, Felucho Jiménez, Luis Manuel Bonetti, Abel Martínez, Margarita Cedeño, Jean Alain Rodríguez, Francisco Domínguez Brito, Francisco Javier García, Andrés Navarro, los hermanos Medina Sánchez, la familia Montilla y un infinito etc. Esta generación, encabezada por Leonel Fernández y reforzada por Danilo Medina, se dedicó a depredar las finanzas públicas de manera vil.

Si esta Generación Canalla se hubiese dedicado a gobernar con decencia, siendo menos avariciosos, hoy tendríamos otro país. Solo tenemos que detenernos en las demandas que hacen los moradores de muchas comunidades; todas piden a gritos que les arreglen sus calles, que les suplan de agua potable, que les construyan un hospital. En fin, demandas que pudieron resolverse durante los dieciséis años que la Generación Canalla estuvo en el poder. Con el dinero que se robó este conglomerado de gente, sin la más mínima pizca de honor, se pudieron resolver la gran mayoría de las demandas de los más pobres de nuestro país.

A veces nos preguntamos si esta Generación Canalla sentirá algún remordimiento cuando observan a tantos dominicanos vivir en casuchas miserables, a orillas de ríos y cañadas, expuestos  a las más calamitosas de las circunstancias, mientras ellos disfrutan de villas de lujo en playas y montañas, en el país y el extranjero, adquiridas con el dinero que les robaron a esos pobres que merecen mejor suerte. Y nos respondemos que no, porque el canalla no sufre del mal del remordimiento.

Esta Generación Canalla no fue capaz de dejar resuelto un solo problema. Tenemos una Policía Nacional aquejada de todos los males del mundo; una generación de jóvenes dedicados a delinquir porque ellos se dedicaron a robarles la oportunidad de estudiar, de trabajar. Y  una educación a la cual no pudieron mejorarle sus malos índices de calidad, porque el Ministerio de Educación en esos días no era más que El Ministerio de la Depredación. Eso sí, ellos y todos sus descendientes tienen su futuro asegurado porque fueron a los colegios bilingües más caros; accedieron a las becas de grado y posgrado que otorga el gobierno; los colocaron en las mejores instituciones públicas y privadas y sus cuentas bancarias les asegura una vida llena de lujos. Pero no podrán decir que lo que tienen fue fruto del sudor de sus frentes, porque sus fortunas son mal habidas. Podrán disfrutar de la buena vida, pero deben saber que la sociedad dominicana pensante, aquella que fue víctima de sus tropelías, no le tiene el más mínimo respeto, que incluso la desprecia. Podrán vanagloriarse de sus éxitos, pero nunca podrán volver a salir a las calles a dividir al país entre peledeistas y corruptos, a pontificar sobre la honestidad, porque esta Generación Canalla es la más deshonesta que ha conocido la historia republicana.

En un artículo aparecido recientemente en el Listín Diario, Leonel Fernández afirma; “Nuestra próxima meta: dos millones de afiliados para mayo del 2023, a un año de los comicios. De ahí en adelante, el crecimiento exponencial, para garantizar una República Dominicana democrática, justa y solidaria”.  Yo le agregaría: sobre todo donde la corrupción y la impunidad vuelvan a entronizarse en nuestra nación. Leonel Fernández apuesta al olvido, al aquí no ha pasado nada y quiere vender la idea de que la Fuerza del Pueblo es distinta al PLD, cuando todos sabemos que esa entidad política no es más que una copia reciclada del partido que él forjó como institución canalla.