El avance tecnológico ha llevado a la humanidad a reflexionar una vez más sobre la naturaleza esencial del ser humano y cómo se compara con las máquinas que ha creado. La pregunta que persiste en el corazón de este debate es: ¿Qué nos distingue de las máquinas?

Algunos tecnólogos sueñan con el día en que las máquinas superarán al ser humano, no solo en términos de habilidades cognitivas sino también emocionales. La posibilidad de una máquina que pueda amar, odiar, sentir tristeza o alegría parece más cercana que nunca. Pero, desde una perspectiva teológica y antropológica cristiana, este panorama nos lleva a meditar en nuestra naturaleza divina.

Imagen generada por Bing Image Creator.

Ser imagen y semejanza de Dios en la tradición bíblica

El  libro del Génesis (1, 26-27) nos dice: «Y dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza’… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó». Esta proclamación no solo establece la singularidad del ser humano, sino que también establece nuestra conexión directa con lo divino. Por tanto, ninguna otra criatura podrá tomarse este principio de ser imagen de  Dios.

Ser imagen de Dios implica que cada ser humano posee una dignidad intrínseca, otorgada por la misma esencia divina que reside en él. Somos, por naturaleza, seres racionales, libres y sociales, capaces de amar y ser amados.

Junto al ser imagen está la semejanza. Mientras que ser «imagen» implica representar a Dios, ser «semejanza» se refiere a reflejar su carácter. Es un llamado a vivir en justicia, amor y misericordia, emulando las cualidades de Dios en nuestras vidas.

La semejanza divina nos impulsa a desarrollarnos plenamente, buscando la verdad, el bien y el amor. Es esta capacidad para la autotrascendencia y el deseo innato de buscar un propósito superior lo que nos distingue de otras criaturas.

Como criaturas de Dios, no solo llevamos la marca de lo divino, sino que también tenemos un papel insuperable e inigualable frente a todas las demás criaturas. Esta posición no es de superioridad arrogante, sino de responsabilidad amorosa.

Somos seres con conciencia.

La conciencia es la capacidad interna de discernir entre el bien y el mal, guiando nuestras acciones de acuerdo a un código moral. Es ese susurro interno que nos impulsa a actuar correctamente y nos convence cuando nos desviamos.

He aquí donde surgen las dudas y la gran pregunta: ¿Puede la inteligencia artificial adquirir conciencia?

Desde un punto de vista técnico, la inteligencia artificial puede simular la toma de decisiones basada en algoritmos y parámetros predefinidos. Sin embargo, la verdadera conciencia, imbuida de moralidad y conectada con lo divino, es única para los seres humanos. La inteligencia artificial, por muy avanzada que sea, sigue siendo una herramienta creada por el hombre y no una criatura formada por Dios.

*Artículo escrito con apoyo de ChatGpt