A principios del siglo pasado a John Rockefeller se le estimaba una fortuna de alrededor del 1.5-2% del PIB de los Estados Unidos, en parte gracias a que era el accionista mayoritario de la ya desaparecida Standard Oil, que dominó el sector petróleo entre los años 1870 y 1911, representando en su momento entre el 75-80% de la producción petrolera del país y que también controlaba el 90% de las refinerías del llamado oro negro. Ese gran cartel fue sometido a la ley antimonopolio, dividiéndola en consecuencia en lo que se denominó a partir de entonces en las “7 Hermanas”: Esso, Shell, Socony, Socal, Gulf Oíl, Apoc y Texaco.
Otro caso muy conocido fue el de la corporación Bell Atlantic, dividida en el 1984, en también 7 compañías regionales, posteriormente conocidas como “Baby Bells”. Ambos conflictos legales podemos asegurar que fueron positivos para el mercado consumidor. En lo referente a la división de la Standard Oil se impulsó la competencia entre las mismas, reduciendo así los precios de los derivados del hidrocarburo. En tanto, la ruptura de Bell Atlantic engendró un mayor acceso a más alternativas, dándole un empuje a la industria telefónica y disminuyendo los costos de las llamadas.
Y es que las ideas convencionales de monopolio son alérgicas a la competencia. El padre de la economía moderna, Adam Smith, sostenía que el precio del monopolio es siempre el más alto posible, mientras que el precio natural o de libre competencia es el más bajo. Smith argumentaba que el sistema mercantil atentaba contra la propiedad que cada persona obtiene a través de su trabajo, mientras el reputado economista norteamericano Milton Friedman acusaba al monopolio de una gran parte de los males de la economía, las cuales definía con fallas del mercado y describía el fenómeno como anomalías de un sistema económico libre.
La historia norteamericana nos evidencia que se ha pasado de manera paulatina de un mercado abierto y competitivo a uno de economía de un reducido número de empresas que dominan industrias claves.
Ambos, en épocas y realidades distintas, entendieron el peligro de los monopolios, debido a que los mismos, en parte impulsados por políticas proteccionistas, concentran las riquezas de las industrias en un reducido grupo de corporaciones. La historia norteamericana nos evidencia que se ha pasado de manera paulatina de un mercado abierto y competitivo a uno de economía de un reducido número de empresas que dominan industrias claves.
Mucho se habla de la desigualdad, donde las opiniones de la génesis de la acentuada discrepancia de riquezas varían de un economista a otro. Ahora bien, entendemos que para comprender las verdaderas causas del aumento de la desigualdad es importante que dejáramos a un lado al reputado economista francés Thomas Piketty, y leamos al asesor financiero Jonathan Tepper, particularmente su más reciente libro titulado “El mito del capitalismo: Los monopolios y la muerte de la competencia” , donde explica cómo la ralentización del crecimiento y el aumento de la desigualdad han acabado siendo una combinación tóxica en las economías occidentales, especialmente en los EE.UU., provocada por un capitalismo monopolista, y no de exceso de capitalismo de libre mercado como muchos creen.
Lo anterior viene en referencia a los recientes reportes inflacionarios que aún persisten en los EE. UU., como en el resto del mundo, donde si bien sus causas tienen raíces en las políticas fiscales y monetarias, al igual que la interrupción de la cadena de suministros, sería imperdonable pasar por desapercibido el alto grado de concentración de los mercados en reducidas manos, que es algo que nos debería importar a todos, ya que los intereses no podrían ser mayores.
Estas mismas presiones inflacionarias han puesto al descubierto la fragilidad de determinadas industrias, precisamente por la dependencia de un limitado grupo de compañías que controla una cantidad substancial del mercado, donde 4 corporaciones controlan el 90% de la fórmula lácteas, otras 4 tienen el 85% del mercado de la carne, 3 el 78% del mercado de la pasta, y 3 más asumen el 72% del mercado de los cereales.
Ante la formación de monopolios, protegidos por aranceles impositivos a la importación de la competencia, cualquier ruptura de suministros de una sola compañía implicaría escasez, alza y manipulación de los precios; en fin, es un virus contra las economías, al igual que limita las oportunidades y deprime la remuneración laboral. En contexto, es una situación en la que como país debemos vernos en ese espejo.