El año pasado, por este mismo medio, publicamos en tres entregas una colaboración titulada La Globalización en pañales.  En la misma hacíamos un recuento del proceso de integración global, no tan solo en lo referente a la apertura comercial, sino también en lo que tiene que ver con el intercambio cultural, flujo de ideas, y más recientemente en el de la tecnología que inició en el nuevo mileno y que se conoce como “Globalización 3.0”.

Esos planteamientos fueron motivados por el gran libro titulado “The Great Surge”, escrito por el economista Steven Radelet, un fabuloso trabajo que ilustra los logros de la globalización con cifras tan relevantes que señalan cómo para el año 1979 el intercambio comercial reflejaba el 27% del PIB, y que además ya para el 2019 (pre-COVID) reflejaba el 60% del PIB. Al igual que de un crecimiento del PIB de US$2.96 trillones a US$87 trillones para el mismo período, lo que representa un crecimiento de más de 2,800%, que equivale a un crecimiento de US$803 per cápita a US$11,428 per cápita, para un crecimiento de más de 1,300%.

Por otro lado, como parte de ese crecimiento, contrario a la opinión general, la desigualdad ha disminuido a nivel global de forma drástica, bajando de 0.80 en 1988 a 0.65 en el 2013, de acuerdo con el Gini índex. Utilizando el mismo parámetro obtenemos también que durante el período 2005-2015, de 17 naciones en América Latina, 15 disminuyeron en más de 1 punto en la desigualdad y bajo el mismo período, donde de 11 países asiáticos, 7 cayeron 1 punto.

En retrospectiva, durante la época colonial, y la Guerra Fría, la mayoría de las personas en los países en vías de desarrollo carecieron de oportunidades y progreso económico. Cuarenta años después de la nueva ola de movimientos independentistas se arraigaron instituciones políticas y económicas más abiertas y eficaces.

Los nuevos líderes pasaron al primer plano e introdujeron políticas económicas mucho más sensatas que alentaron el comercio y la inversión, se cerraron empresas estatales disfuncionales, se eliminó la distorsión de la tasa cambiaria, cambiaron las políticas que habían socavado la agricultura y las exportaciones de manufacturas. Como resultado, para el 1994 había cincuenta países en desarrollo con tasas de inflación superiores al 20%, una clara señal de mala gestión económica, y para el cierre del 2021 solo había cinco.

Como explicamos en el trabajo al que más arriba hacemos alusión, la integración mundial sucedió un cambio que condujo a una mayor integración global con flujos mucho mayores de comercio, inversión e información. Las nuevas tecnologías redujeron los costos comerciales, vincularon los mercados y crearon nuevas posibilidades económicas que jamás pudiesen haber sido imaginado.

Traemos todo eso a colación tras la invasión rusa a Ucrania, pues comentábamos entre un grupo de amigos que, en el mejor de los casos, asumiendo se llegase a un acuerdo que ponga fin a la guerra, ya tenemos un precedente donde todo el avance económico de Rusia desde la caída del Bloque Socialista apunta a desvanecerse en meses. Muchos analistas, incluso aseguran, que este nuevo conflicto bélico geopolítico iniciará un gran cambio a la desglobalización, con nuevas barreras comerciales, y la concretización de nuevos bloques comerciales con la manta de la promoción del proteccionismo.

Mientras otros entienden que hemos llegado al pico de la globalización, lo que implicaría un cambio en esta tendencia, traduciéndose en más barreras comerciales, más altos costos y probablemente un resurgimiento del populismo donde las naciones buscarán menos dependencia de otras naciones.

Sin lugar a duda que, en el mejor de los escenarios, lo sucedido ha sido un ojo negro para la globalización. Únicamente esperamos que sea solo eso, un retroceso en un movimiento político-socioeconómico y cultural aún verde en donde las naciones emergentes han representado más del 60% de todo el crecimiento mundial. Finalmente debemos reiterar que aún con ese panorama seguimos creyendo que la globalización aún está en pañales.