Ha llegado el Viernes Santo, un día que cada año nos recuerda el sacrificio y la muerte de Jesús, quien se enfrentó a la intolerancia religiosa y a la persecución en una aldea empobrecida, lejana al centro del poder político que se encontraba en Roma, como capital del imperio romano.
Jesús de Nazaret, aprendiz de carpintero, pastor de ovejas, caminante impenitente, predicador, polemista, totalmente desprendido de los bienes materiales, renunciante de la tradición humana de acumular y poseer, buscaba siempre el lugar donde estaban los conflictos, la multitud, donde era posible cuestionar las ideas establecidas, incluyendo la religión, muy especialmente la fe y la creencia en dioses paganos y populares.
Con unos cuantos seguidores, realmente muy pocos, se puso de frente a la autoridad, desafío el poder, fue condenado, torturado, y acribillado. Y desde aquel punto inicial dio pie a la conformación y consolidación de una creencia que ha sido mayoritaria en la humanidad, la fe cristiana, y su vida es motivo de investigación y puesta como ejemplo del buen ser humano. Su sacrificio es lo que se conmemora en las distintas estaciones de la Semana Santa, que tiene el Viernes como el día de mayor dolor y compromiso, el día de definición de lo que todo ser humano debe hacer con su vida, porque fue Viernes Santo cuando murió Jesús y cuando entregó su vida para salvar a todos los que le siguieran en el periplo del camino hacia Dios.
Son muchas las iglesias que tiene a Jesús como el hijo de Dios, aunque los judíos siguen todavía esperando el enviado del Padre. Los cristianos dicen que ese enviado llegó hace más de 2 mil años y no tienen ninguna duda de que era Jesús, hijo de María y José de Nazaret.
El sentido del descanso de Semana Santa es por la solemnidad que representa la muerte y el sacrificio de Jesús. El descanso como vacaciones, la fiesta parrandera, la borrachera, las playas, las montañas, el viaje y tantas actividades que el mundo ha inventado en los países cristianos, como el nuestro, es un invento de la modernidad. Son una excusa para el relajamiento por las tensiones del trabajo, del diarismo cotidiano, el ajetreo constante. Sí, merecido generalmente, pero apoyado en un punto de partida que es la muerte de aquel que fue golpeado y crucificado para que los que le sucedimos diéramos su testimonio. ¿Es eso lo que hacemos? No, en la casi generalidad de los casos. Las excepciones son pocas.
Disfrutemos el Viernes Santo. Es lo que manda la tradición, pero no olvidemos que detrás de las conmemoraciones hay un sacrificio, un compromiso, una idea de justicia, de solidaridad, de hermandad, de amor al prójimo y de adhesión y apego a la verdad. La verdad, cualquiera que ella sea, en religión, en política, en cultura, en educación, en salud, en bondad, en la fe. Un mundo mejor siempre es posible, y depende de nosotros, como seres humanos que heredados el mundo que Jesús conoció y padeció hace más de 2 mil años.