El inicio del 2022 nos atrapa preocupados por la pandemia de COVID-19. La mayor preocupación surge por las nuevas variantes del virus y en particular la que se denomina Ómicron. Con justa razón gobernantes, científicos, periodistas, inversionistas están tratando de adivinar lo que viene y las amenazas que representa a nuestra “normalidad”, perdida tristemente en noviembre y diciembre del 2019 cuando comenzó a hablarse del virus y se quiso culpar a los chinos por su afición a comer murciélagos.

Pero hay muchas otras cuestiones que nos convocan. Los chinos siguen creciendo y en gran medida dominan el mundo oriental y una porción importante del occidental, luego de haberse anclado en África.

Las nuevas tecnologías siguen siendo una preocupación para Estados Unidos, que no ha permitido la inauguración de su 5G por las serias dudas que tiene sobre la posibilidad de que los chinos hayan creado el método más sofisticado de espionaje para destronar a todo occidente del control político y militar. El imperio del norte detesta la nueva tecnología y no quiere que nadie en el mundo la instale sin resolver sus certezas de que los chinos son espías.

La guerra en el Medio Oriente ha dejado de preocupar a los países que controlan el Consejo de Seguridad. Israel ha cambiado de primer ministro, pero sigue controlando los territorios de la franja de Gaza, donde opera la Autoridad Palestina y el gobierno de Hamas.

Irán sigue siendo señalado por las potencias occidentales como un "riesgo", pero la relevancia noticiosa ha caído, luego de los atentados que pusieron fin a la vida de Qasem Soleimani, a quie el alto mando militar iraní que Teherán consideraba un héroe en vida y al que EE.UU. acusaba de la muerte de "cientos" de sus ciudadanos, porque supuestamente era un terrorista.

Por otro lado Rusia y su poderío militar, creciente, y el liderazgo autoritario de Putin sobre áreas que parecen ser parte de la política estadounidense, constituyen otra preocupación para Washington y las potencias de la Unión Europea. Putin parece, o así es proyectado en EEUU, como el auspiciador de las ambiciones de Trump por volver al gobienro. Conviene a Putin que Trump insista y sea nuevamente presidente de los Estados Unidos. Los atentados del 6 de enero de 2020 en los Estados Unidos no afectarán, presumiblemente a su creador y manejador, mister Trump, pero ha dejado a mucha gente de la base en prisión y con cargos penales durísimos.

Y por supuesto que la izquierda en América Latina tampoco es preocupación (Cuba, Venezuela, Nicaragua, México, Argentina, Perú, Bolivia, Honduras, Chile y pronto Brasil) tienen o están a punto de tener gobiernos de izquierdas. La izquierda ya no es la misma de antaño. Es una izquierda con deseos de diálogo, de gobernanza pacífica, hasta que haya elecciones. Las elecciones, a menos que se cuente con la suficiente certeza de que favorecerán a estos gobiernos,  siempre habrá que manipularlas, controlarlas y retener el poder a toda costa. Es lo que acaba de ocurrir en Nicaragua, y antes ocurrió en Venezuela, porque es una izquierda que nada tiene que envidiar a la extrema derecha. 

La economía global, pese a todos los problemas, más o menos funciona con cierta estabilidad. El petróleo todavía es importante, aunque ha dejado de tener la relevancia de años atrás. Ya sabemos cómo se destruyen las democracias petroleras. Sólo hay que intervenirlas por dentro, con un patrón o héroe militar, que reivindique su acto suicida, y que le convierta en dictador. Un conductor de autobús del transporte público llega a presidente y destroza a todos con frases cohetes, cohecho electoral y mucha corrupción. Y es ayudado por las que se denominan como grandes democracias, las grandes potencias, que imponen sanciones a los gobiernos que no les gustan, hundiendo en la miseria a los pueblos, y aferrando al poder a los déspotas que utilizan las restricciones internacionales como sus pretextos y excusas favoritos.

El mundo cambió. Estamos a punto de cambiar de imperio mundial. Estados Unidos, derrotado y avergonzando, decidió abandonar Afganistán y entregar el poder a los talibanes que han instalado un estado autocrático y religioso que todo el mundo rechaza, pero que nadie se atreve a hacerle frente. China negocia con los talibanes, los apoya, del mismo modo que ha apoyado a Corea del Norte en sus afanes nucleares. Son los mismos extremistas islámicos a los que apoyó EEUU cuando los invasores de Afganistán eran los soviéticos.

Estamos conscientes. El mundo cambió y el poder mundial cambió de capital, ¿ahora en el lejano oriente?