El mundo no camina con base en el optimismo, algo de lo que la humanidad ha hecho gala desde siempre, y que ha conducido al progreso y a la prosperidad.
El mundo construido sobre la base del fracaso del fascismo hitleriano, se está llegando a su fin. Terminada las dos guerras calientes, llegó la guerra fría para establecer la multipolaridad, en consonancia con los derechos, la democracia, la prosperidad, las tecnologías en progreso y las migraciones.
La riqueza mundial creció, las investigaciones contra epidemias fueron una razón para la extensión de la esperanza de vida. Las poblaciones crecieron, la urbanización se impuso, y las sociedades altamente satisfechas y desarrolladas fueron ejemplos y fuentes de imitación. Alemania creció, sin Hitler, y se convirtió en la locomotora de la economía europea, impedida de tener ejército. Italia, sin Mussolini, prosperó como pocas veces en su historia lo había conseguido, sin aplastar a otros países, Japón, con Hirohito, también aprovechó el momento para dejar atrás el fascismo y convertirse en una economía pujante.
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas fue uno de los polos del desarrollo, enfrentada a un mundo occidental que promovía la democracia y la cooperación, encabezada por los Estados Unidos. El país de Abraham Lincoln pasó, con la caída del socialismo real y la desaparición de la URSS, a gobernar una globalización de prosperidad, paz, reconocimiento de derechos y de dominio de su entorno, unas veces entronando y otras destronando gobiernos, invadiendo países, imponiendo sus normas y dictando las claves de la ética y la transparencia.
Eso ha llegado a su fin. Y como telón de fondo, Estados Unidos se enfrenta al crecimiento, expansión y poder de influencia de la República Popular China, que está dejando atrás siglos de humillación, enterrando la pobreza y dándose a conocer como el país más innovador y más relevante, junto a Estados Unidos, en tecnología, inteligencia artificial, movilidad y capacidad de influencia.
La democracia anda en serios aprietos en todo el mundo, y en particular en Europa. La ultraderecha gobierna en Italia, en Holanda, en Bélgica, en Hungría, en la República Checa, se acerca muy fuertemente al gobierno en Francia, Alemania, y asedia al gobierno socialdemócrata único, que sobrevive en Europa, que es España, donde aún subsiste el Partido Socialista Obrero Español.
Estados Unidos da coletazos que lucen respuestas desesperadas a la influencia China y Europea. Con sus actuaciones destruye el mundo conocido, el régimen multilateralista protagonizado por las Naciones Unidas, y utiliza como herramienta principal para lograr objetivos una política de aranceles que castigan a países aliados y no aliados, que corroen la democracia y que ponen en vigencia normas arbitrarias, como la que ha puesto sobre el tapete Hugo Alconada Mon, en el diario El País, versión de Argentina.
“Donald Trump logró otro imposible: los corruptos del mundo, de todos los credos, naciones e ideologías, brindarán a su salud, unidos, felices y en paz. Porque desde hace una semana, el planeta es más corrupto gracias a él.
Me explico: el lunes pasado, el presidente de Estados Unidos ordenó suspender la aplicación de la ley que penaliza en Estados Unidos las prácticas corruptas cometidas en el extranjero (FCPA, por sus siglas en inglés) por empresas y ciudadanos estadounidenses, pero también por todas las compañías e individuos de otros países que cotizan u operan en ese país. Y no solo eso, su Gobierno también desactivará las grandes investigaciones por “cleptocracia” contra gobiernos de otros países, como Venezuela o Argentina.
Solo durante el último cuarto de siglo, al menos doce multinacionales admitieron en Estados Unidos que pagaron sobornos en Argentina. Desde Siemens a Odebrecht, y de Ralph Lauren a Ferrostaal, pasando por Stryker Corporation, Helmerich & Payne, Ball, Biomet, Dallas Airmotive y Sterycicle, entre otras. De ellas, ¿cuántas fueron condenadas en Argentina? Cero.
Así, en su afán por abrir nuevos negocios para las empresas estadounidenses en desmedro de sus competidoras —en particular, de China—, Trump abrió una compuerta con consecuencias imprevisibles”.
Muchos derechos están en cuestionamiento en este momento. Se promueve el racismo, se incendia el odio, se elogia la falsedad y de acredita la infamia. En general los medios sociales que existen tienden a ser complacientes con estos nuevos modelos.
Por el momento, sin embargo, toca resistir, tener entereza y no dejarse amilanar. Hay que proclamar la vigencia de los derechos humanos, del derecho a la convivencia, de negación del racismo y el fascismo como elementos traumáticos y abusivos. Hay que seguir creyendo en la dignidad y en la fuerza de la solidaridad, en la protección del medio ambiente y devolver los daños que el cambio climático ha representado. Hay que proclamar que no todo es capital, que los ricos no tienen la mirada igualitaria ni poseen la conciencia sobre la justicia social. Hay que insistir en la política democrática, en los partidos como vía para hacer frente, desde el Estado, a los graves desafíos de una generación de la ultraderecha que ha llegado a destruir todo cuando representa la justicia y la solidaridad como fuente de la convivencia humana, entra razas, regiones geográficas, religiones, ideologías y diferencias raciales y económicas.