Es muy difícil ser mujer en esta sociedad y asumir que, como estamos en democracia, los discursos religiosos y anacrónicos insistan en relegar a las mujeres a las cadenas de la esclavitud: seguir siendo pasivas, ignoradas, golpeadas, satanizadas.
Resulta que el sesgo antifemenino, disfrazado de prédica religiosa, se expresa hoy como ocurría conla edad media, cuando las mujeres eran quemadas con cualquier pretexto, acusadas de brujas, o marcadas y denigradas en público sólo por tener ideas propias o exigir sus derechos.
En el siglo XXI el discurso misógino, no solamente de ciertos religiosos y evangelistas, sino de políticos de la extrema derecha, cobra vida y sigue empujando a la sociedad a retrotraerse a un pasado vil ya superado.
Las palabras del anacrónico Ezequiel Molina son ofensivas y están fuera de contexto, como bien ha expresado el Foro de Mujeres Periodistas Dominicanas, y con precisión ha demostrado que la idea de que tras cada mujer exitosa empresarial o profesionalmente habría un hogar fracasado, es una verdadera salvajada, fruto de la mala fe, más que de la ignorancia.
Los datos son más que elocuentes.
El discurso ha dejado perpleja a nuestra nación, pues dista de la realidad de la contribución de las dominicanas al tejido social y productivo. Más de 600 mujeres son propietarias de empresas que exportan más de 1,400 productos, que benefician tanto a sus hogares como a los de muchas otras mujeres; además, dirigen el 52.6% de las Mipymes, luchan por la representatividad en las juntas empresariales y realizan importantes contribuciones a los grupos empresariales.
También hay que recordar que constituyen el 60% de las matrículas universitarias y el 55% de las matrículas de la educación técnica, sin que esto signifique que se desliguen de las labores de cuidado. Ante este panorama, el discurso emitido constituye un acto que busca frenar y colocar más barreras ante la creciente autonomía y el empoderamiento de nuestras mujeres, que ha repercutido de manera positiva en toda la sociedad, empezando por sus hogares.
De hecho, 48.2% de los préstamos del sistema financiero son solicitados por las mujeres, quienes los utilizan para sus emprendimientos y para su educación y la de sus hijos e hijas, mostrando una perenne responsabilidad hacia el mejor de los porvenires.
Este discurso nos recuerda que hace precisamente un siglo las dominicanas enfrentaron con entereza opiniones como estas que temían su profesionalización, su autonomía y sus liderazgos, pronosticando que al cursar carreras técnicas y universitarias se “devastaban los hogares”; pero, al contrario, es esta lucha por su educación, la de sus madres, amigas y hermanas, la que erigió a nuestras pioneras como ciudadanas, desde lo moral, para alcanzar luego la ciudadanía política y civil. Y, en ese trayecto, ahora se encamina hacia la constitución de sus derechos económicos y sociales.
Es lamentable que el pastor coloque en la opinión pública esta noticia falsa al comenzar el año, y es más lamentable cuando los comentarios “respaldaderos”, mayormente emitidos en redes sociales, se hacen eco.
En ambos casos son síntomas de la urgente necesidad de un gran diálogo nacional sobre el estado de los derechos civiles y políticos de las dominicanas en la actualidad, que encamine hacia una reforma al sistema educativo desde las perspectivas de derechos humanos y de género; se sincere y tomen acciones contundentes ante los feminicidios y el embarazo en niñas y adolescentes, superando la mala práctica de justificar los crímenes de la violencia machista y de los violadores. Es también esencial que se adopten políticas que promuevan y den respaldo a la constitución de hogares corresponsables, entre hombres y mujeres.
Este discurso también revela las plagas que laten en espacios laborales, como el acoso sexual, el techo de cristal, el piso de cemento y el síndrome de la impostora. Situaciones que están repercutiendo de manera negativa en el bienestar de las dominicanas que se auto-constituyen económicamente.
Si de algo sirve este discurso del sinsentido es en demostrar la urgencia de que se creen las condiciones en igualdad de oportunidades para las mujeres que llevan triple cargas, en vez de juzgamientos a la luz de la ignorancia, en este ya cuarto de siglo. ¿Dónde están las políticas de conciliación laboral y familiar? Deben dejar de ser éxitos de pocos espacios laborales. ¿Acaso también se les negarán estas políticas a las dominicanas, como el derecho a la salud sexual y reproductiva?
Ciertamente, las dominicanas tienen éxito en la vida pública, contra todo pronóstico, pero también necesitan que los males estructurales –y no los mal señalados “individuales” del pastor– sean corregidos por toda la sociedad, tales como el costo de la canasta familiar, la inseguridad, las violaciones sexuales, la venta de drogas y los empleos que no garantizan derechos.
Escuchar discursos como el de Ezequiel Molina, en una reunión con tantas mujeres de fe, que lo respaldaron con su presencia y sus aplausos, resulta más que paradójico, perplejo y demostración de un gran atraso social y religioso en nuestro país. La fe debe servir para salvar las almas y liberar las mentalidades, nunca para encadenar a los seres humanos, y menos a las mujeres.