Hay personas que piensan que la desigualdad que vive nuestra sociedad no es un problema sino algo justo, piensan que es el resultado de que unos se esfuercen y otros no. El problema, según ellos, es la pobreza. Ignoran que la pobreza y la desigualdad están íntimamente ligadas; que no existe la una sin la otra. Si realmente queremos enfrentar la pobreza desde su raíz y no con paños tibios, es necesario enfrentar la concentración extrema.
Gran parte de las desigualdades no provienen del esfuerzo de unos y la vagancia de otros, sino de privilegios históricos que llegan a estar incluso establecidos por ley. Los fenómenos de la pobreza y la desigualdad no dependen tanto de virtudes o defectos de las personas sino de estructuras que pueden generar oportunidades para todos por igual o privilegios para unos pocos.
Los datos sobre la desigualdad de ingresos en República Dominicana son preocupantes. En el año 2022, el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo publicó el informe “Desigualdad del ingreso en la República Dominicana 2012-2019”. Los datos que arrojó este trabajo, hecho de la mano de CEPAL y la metodología del World Inequality Lab, hablan por sí solos: las 100 mil personas más ricas del país concentran más ingresos que los 8 millones de personas más pobres.
República Dominicana era el país en 2019 donde el 1 % de las personas con ingresos más altos percibía la mayor proporción del ingreso bruto nacional (30.5 %), de toda la región latinoamericana con una participación que superaba entre 2 y 5 puntos porcentuales a la de México, Chile y Brasil. Mientras, el 50 % de las personas con menores ingresos solo accedía 12.6 % del ingreso bruto nacional.
Estos niveles de concentración nos afectan a todos negativamente, incluso a los ricos, ya que limitan el crecimiento económico, deterioran la democracia, coartan que exista más personal calificado y generan sociedades poco cohesionadas.
El contexto actual, en el que se avecinan reformas estructurales postergadas durante décadas, es el momento para enfrentar los privilegios que generan desigualdades estructurales de una manera integral. Las políticas públicas que pueden combatir la desigualdad no son ningún misterio o imposible. Las de mayor relevancia para esto son diversificar la matriz productiva, la política fiscal, las políticas de empleo y salarios, las de protección social, políticas para reducir las desigualdades entre hombres y mujeres; y las políticas para garantizar servicios públicos de calidad, sobre todo educación, salud, cuidados y acceso al agua y saneamiento.
Todas estas políticas son esenciales, pero, según su diseño, pueden reducir las desigualdades o ayudar a profundizarlas.
Pensemos en la política tributaria: su objetivo, además de recaudar, es también hacerlo de una forma justa, es decir, que los más ricos aporten más parte de sus ingresos en impuestos que los más pobres. Veamos el ejemplo sobre los impuestos a los ingresos de las personas. Según los datos publicados por MEPYD y provistos por la Dirección General de Impuestos Internos, la distribución de los diferentes tipos de ingresos de las personas que pagan impuesto sobre la renta (capital, trabajo independiente, trabajo asalariado) es muy diferente entre las personas de altos y bajos ingresos.
- INGRESOS DE CAPITAL, LOS MÁS CONCENTRADOS: El 96,9 % de los ingresos de capital pertenecen al 10 % de los/as contribuyentes de mayores ingresos. Pero incluso dentro del 10 % más rico hay importantes diferencias: las 2,561 personas de mayores ingresos declarados (0,1 % más rico) concentran el 80 % de los ingresos de capital del país.
- INGRESOS DEL TRABAJO INDEPENDIENTE: El 63,1 % de los ingresos del trabajo independiente es percibido por el 10 % de los/as contribuyentes de mayores ingresos. Y de nuevo, dentro de este grupo un pequeño grupo concentra la mayor parte: el 35,1 % de los ingresos del trabajo independiente es percibido por el 1 % de los/as contribuyentes de mayores ingresos.
- INGRESOS DE LOS ASALARIADOS, LOS MEJOR DISTRIBUIDOS: El 42,1 % del total de los ingresos por el trabajo asalariado fue percibido por el 10 % de mayores ingresos. Este el tipo de ingreso mejor distribuido entre los contribuyentes.
En base a estos datos, se hace evidente que, si queremos hacer pagar más a los más ricos, lo adecuado sería reforzar los impuestos y la fiscalización de los ingresos del capital. Al contrario, el sistema tributario actual privilegia los ingresos de capital gravando los dividendos con una tasa de un 10 %, mientras que las rentas del trabajo (dependiente o independiente) pagan tasas superiores (entre un 15 % y un 25 %) privilegiando a los que poseen capital frente a los que trabajan. El diseño del impuesto sobre la renta actual no solo no reduce la desigualdad sino que la profundiza privilegiando unas rentas sobre otras.
Este es solo un ejemplo del diseño de sistemas como el salarial o el impositivo que establecen privilegios que ahora tenemos la oportunidad de enfrentar de una forma integral. Fortaleciendo la tributación de las rentas del capital y enfrentando la evasión de las rentas de los profesionales liberales aumentaríamos la recaudación proveniente de los más ricos reduciendo la desigualdad y la dependencia de impuestos al consumo como el ITBIS. Revisar las exenciones a algunos sectores empresariales es también prioritario en términos de eficiencia y equidad.
Enfrentar la desigualdad socioeconómica nos beneficia a todos y todas ya que: impulsa el crecimiento económico, acelera la lucha contra la pobreza, reduce el espacio para la corrupción, genera cohesión social y fortalece la democracia.
En importante no obviar el conflicto de intereses. Para garantizar los derechos de la mayoría, es necesario reducir los privilegios de unos pocos. Las políticas públicas contra la desigualdad son urgentes y para acabar con la concentración extrema se necesita un claro compromiso gubernamental con las mayorías, capaz de desligarse de los intereses de las élites. También necesitamos una ciudadanía que participe y exija, siendo consciente de los altos niveles de concentración y de que las reformas deben fortalecer la tributación de esos pocos que concentran la mayor parte de la riqueza y los ingresos del país. La solución a la desigualdad y la pobreza implica mirar la otra cara de la moneda: la riqueza.