De acuerdo a los datos aportados, preliminarmente, por el X Censo Nacional de Población y Vivienda (2023), por lo menos el 50.6 por ciento de la población dominicana se concentra en dos regiones: Ozama (Santo Domingo y el Distrito Nacional), y Cibao Nordeste (Provincias Duarte, Hermanas Mirabal, María Trinidad Sánchez y Samaná).
El país ha crecido, y se concentra en las zonas urbanas, privilegiando crecimiento en la parte de servicios, porque en el caso de las ciudades que destacan en el Cibao Nordeste, dos provincias se encuentran en el área de desarrollo turístico: María Trinidad Sánchez y Samaná.
Estos datos hay que ponerlos sobre la mesa, a la hora de analizar lo que está ocurriendo en nuestra economía y en nuestro desarrollo social y económico. En su más reciente informe el Banco Mundial analiza precisamente lo que está constatando de nuestra economía y crecimiento:
“El desempeño macroeconómico de la República Dominicana superó el promedio regional de América Latina y el Caribe (ALC) durante las últimas dos décadas, lo que llevó a una rápida convergencia hacia los niveles de ingreso per cápita de los EE. UU. La República Dominicana llevó a cabo reformas económicas entre la década de 1990 y principios de la del 2000, las cuales incluyeron la liberalización de las transacciones financieras y del comercio de divisas, la eliminación de los controles de precios y las restricciones a la inversión extranjera directa (IED). Estas reformas contribuyeron al crecimiento económico de las siguientes dos décadas, el cual promedió 5,8 para el período 2005-2019. Asimismo, las favorables condiciones económicas externas, así como su estratégica posición geográfica, también contribuyeron al sobresaliente crecimiento económico”. Esto dice el documento Repensar la productividad para impulsar el crecimiento sin dejar a nadie atrás”, del BM. junio 2023.
Sin embargo, pese al crecimiento y las buenas decisiones que se adoptaron al finalizar el siglo XX, hay signos de agotamiento que nos empujan a cambios en la estructura económica.
El mismo documento de referencia nos ayuda en su balance:
“El modelo de crecimiento de la República Dominicana se ha basado en la acumulación de factores más que en el crecimiento de la productividad. La formación de capital ha sido el principal contribuyente al crecimiento económico, representando 3,7 puntos porcentuales del crecimiento del PIB en promedio entre 2005 y 2019. El empleo fue responsable de un aumento no despreciable de 1,6 puntos porcentuales en el crecimiento del PIB durante el mismo período, mientras que la calidad del capital humano aportó 0,4 puntos porcentuales”. Hay un estancamiento salarial, se mantienen las notables desigualdades, pese a que en sentido global en productividad, por ejemplo, nos igualamos casi a los Estados Unidos al finalizar el siglo pasado, y ahora estamos a gran distancia, por debajo.
“La productividad en la República Dominicana alcanzó los niveles de productividad de los Estados Unidos a mediados de la década de 1990. Sin embargo, debido a la ausencia de posteriores reformas, para el 2019 solo representaba el 60 por ciento del nivel de productividad de los Estados Unidos, muy por debajo de economías estructuralmente similares, así como de economías aspiracionales, tales como Costa Rica y Uruguay, respectivamente”.
El país está obligado a mejorar la competitividad, a incrementar la calidad de su capital humano y a poner en marcha un riguroso cumplimiento de las normas existentes para estimular la competencia. Además, y a esto los políticos temen por razones electoralistas, hay que impulsar una reforma fiscal que aumente la capacidad del Estado de afrontar los grandes desafíos. Incluso reducir los incentivos a sectores que han sido ampliamente estimulados, como el turismo.
Lo dice claramente el BM en su informe:
“La implementación de una reforma tributaria, así como mejoras en la eficiencia del gasto público pueden generar ahorros fiscales sustanciales. Por el lado tributario, la eliminación de las exenciones tributarias y la ampliación de la base impositiva siguen siendo las principales prioridades. Las reformas en el lado de la eficiencia del gasto también pueden ayudar a abordar los cuellos de botella que limitan el crecimiento de la productividad. Por ejemplo, mejorar la eficiencia del gasto público en educación ayudaría a mejorar la calidad del capital humano y reduciría las incompatibilidades de habilidades mediante la reasignación de más recursos a iniciativas como la modernización de los planes de estudio en el nivel secundario, una mejor alineación de la educación universitaria con las necesidades empresariales (especialmente en el sector de tecnologías de la información), y la implementación de sistemas de alerta temprana para prevenir el abandono escolar”.
Los datos aportados por la Oficina Nacional de Estadística (ONE), como preliminares del X Censo Nacional de Población y Vivienda, son un punto de partida para empujar en la dirección de consolidar el crecimiento, reducir las desigualdades, engordar la capacidad del Estado para afrontar los grandes desafíos de la comptetitividad, la mejoría de la educación y la reducción de la pobreza.