El triunfo de Javier Milei en Argentina ha supuesto una conmoción para América Latina, por sus extravagantes propuestas. Sin embargo, es posible que, si el ganador hubiese sido Massa, también habría aplicado un tratamiento de shock orientado a restablecer cierto equilibrio y controlar la inflación, pues cualquier gobierno nuevo tendría que hacer algo contundente si no quiere terminar peor. No creo que ese país admita cuatro años más sin una solución, aunque ciertamente es difícil afirmar dónde está el límite de la adversidad humana. Argentina no puede ser Haití.

Pero hay otros asuntos claramente distintos, pues el presidente electo dice que va a dolarizar la economía y desaparecer el Banco Central. Otra cosa es que pueda. Todos los análisis que he visto resaltan las restricciones políticas e institucionales que va a afrontar, pero yo quiero concentrarme en la viabilidad económica.

Para dolarizar una economía, en el sentido de sustituir los pesos en circulación por dólares y convertir el dólar en moneda oficial, no como unidad de cuenta (que ya lo es), o como depósito de valor (que también lo es), sino como medio universal de pagos, se requeriría conseguir un monto que Argentina no tiene ni parece que vaya a tener en el plazo previsible.

Tendría que tener en manos del Banco Central o del Tesoro público, por lo menos lo suficiente para pagar en moneda extranjera todos los pasivos monetarios y cuasimonetarios del Banco Central de la República Argentina (BCRA). Esto sería para comenzar, y después convertir a dólares todas las deudas y compromisos, y esperar que cuando los mismos venzan, cuando las empresas tengan que pagar los préstamos a los bancos y éstos devolver los depósitos a los ahorristas, haya dólares suficientes para evitar un entorpecimiento de las operaciones económicas.

En octubre pasado la emisión monetaria argentina eran 7.7 millones de millones (billones) de pesos. Si se los fueran a cambiar a la gente por dólares, primero habría que ver qué tasa de cambio aplicar, pues en Argentina hay mil tasas diferentes. Si se aplicara la tasa oficial de 356 pesos por dólar, ahí necesitarían US$21,638 millones; el problema es que el BCRA tiene también pasivos de corto plazo por 23 billones de pesos (64,521 millones de dólares), de los cuales, dos tercios son letras de liquidez (LELIQs) que vencen en menos de 28 días.

De modo que solo para absorber los pesos emitidos y los que tendría que emitir próximamente, necesitaría 86 mil millones de dólares. Todo ello sin contar los 46 mil millones que el gobierno debe al FMI que, si bien no vencen de inmediato, habría que tener cuando haya que pagar.

Por lo pronto, también a octubre, el BCRA tiene US$22,559 millones en reservas, aunque de estos, no pudimos determinar cuántos son reservas disponibles, pues en ese concepto suelen incluirse activos internacionales no líquidos.

El monto en dólares requerido para desmonetizar los pesos podría ser menor si el Banco Central decide cambiarlos a otra tasa, como la del mercado paralelo, que es de 1,056 pesos; pero ojo, que eso significaría una devaluación con profundas implicaciones económicas, sociales y políticas. Podría optar por una tasa intermedia, y eso es importante, porque dependiendo de cuál, Argentina podría resultar carísima para su gente, pero baratísima para los extranjeros, para los que lleven dólares (o al revés), y esto quedaría congelado en el tiempo, determinando su competitividad.

No hay dudas de que si dolarizara la economía resolvería en breve el acuciante problema de la inflación, dado que ya sus autoridades no podrían, por sí mismas, originar desórdenes monetarios. Bueno, la inflación de Argentina pasaría a estar atada a la de los Estados Unidos y sus desórdenes monetarios serían los de la FED, en la que existe una gran confianza (no necesariamente avalada por la historia).

Cuando se dolariza se gana eso, la confianza, pero también se pierde, pues ya no habría autonomía para contrarrestar los ciclos; es decir, si por ejemplo bajan los ingresos de divisas por caída de los precios internacionales, se reduciría la circulación interna, pudiendo generar crisis y desempleo.

Además, los países ceden el señoreaje. Y como esta es una palabra tan rara, quiero aprovechar para explicarlo. El señoreaje es lo que se ganan los falsificadores de dinero, es decir, la diferencia entre lo que cuesta fabricar el dinero y lo que se puede comprar con él.

Fabricar dinero prácticamente no cuesta nada, dado que es un pedazo de papel. Por eso es ilegal falsificar dinero, ya que el Estado tiene el monopolio de ganarse el señoreaje. Pero tampoco quieren que se lo ganen gobiernos de otros países.

Si para mantener funcionando la economía argentina necesita que haya circulado, digamos, 10 billones de pesos, eso no les costó mucho fabricarlos. Pero si en vez de pesos necesitara, por ejemplo, 40,000 millones de dólares, no podría fabricarlos. El señoreaje se lo gana el que fabrica los dólares, es decir, los Estados Unidos. De modo que, como sociedad, estaría perdiendo dicho valor, y eso se lo ganarían los EUA que, con sólo poner a funcionar su maquinita, podrían consumir productos argentinos por ese monto.

Sin dolarización, un país como Argentina solo necesita dólares para las transacciones internacionales, y para conseguirlos requiere vender bienes y servicios; eso hay que producirlo, pero no constituye un gran problema porque, una vez que tiene los dólares, los usa para comprar bienes y servicios a otros países, que ellos también tuvieron que producir. De modo que, en última instancia, está cambiando su trabajo por el ajeno.

Distinto es si decide abandonar su moneda y adoptar el dólar a cambio, pues entonces necesitaría dólares también para su circulación interna, por lo que habría que comenzar a trabajar para producir soya, trigo, carne o vino para venderlos en el exterior a cambio de dólares que no se van a usar, sino que seguirían circulando internamente. En resumen, estaría cambiando sudor por papeles, entregando bienes con valor real a cambio de papeles cuyo único valor es fiduciario (que reside en la fe). Estaría regalando el esfuerzo de su pueblo a quien emite los dólares que, por cierto, es quien menos lo necesita.

Claro, una sociedad puede caer en una desesperación tan grande que opte por hacer tal sacrificio; pero insisto, que es solo como un medio para contrarrestar la inflación, porque los demás problemas siguen ahí. Panamá tiene más de un siglo dolarizado, El Salvador y Ecuador tienen más de dos décadas y no han resuelto gran cosa. Es más, la República Dominicana estuvo dolarizada casi la mitad del siglo pasado, hasta que se creó el peso en 1947, y éramos mucho más pobres que ahora.

Si de lo que se trata es de quitarles libertad de cometer locuras monetarias a gobiernos que no siempre están preparados para administrar bien sus monedas, parece más justa la opción tomada por los países europeos. Cuando decidieron que cada uno de ellos suprimiera su moneda para sustituirla por el euro, entonces crearon un Banco Central de todos, de modo que el señoreaje fuera compartido por ellos, en proporción a las dimensiones de sus economías. Nadie tuvo que vender bienes y servicios que costaran sudor a sus pueblos para conseguir los euros; simplemente cambiaron por uno nuevo sus viejos papeles.