Crisis de los sistemas de gobierno, crisis de los partidos políticos, crisis de la política, crisis de las ideologías, la antipolítica, los outsiders.
Estas palabras e ideas, lugares comunes en los debates políticos de actualidad en la mayoría de los países, se encuentran en los discursos de los políticos de manera repetitiva, pero también en los análisis de los estudiosos de la política.
Algunos, ex cátedra, advierten a los actores del sistema que si no renuevan el discurso, la forma de relacionarse con la ciudadanía, si no transforman su quehacer interno en los partidos, podrían ser desplazados por cualquier advenedizo (outsider) que consiga encantar a la mayoría incluso con las ideas más absurdas y extremas. Estos analistas no dudan en culpar al liderazgo político de las crisis que sufren los partidos.
Otros, en modalidad de predictores de catástrofes, hablan del supuesto peligro de que se materialice un plan dirigido a hacer desaparecer los partidos políticos y a disminuir al liderazgo político tradicional. Esta teoría de conspiración, porque no es otra cosa, denuncia que la "antipolítica" es la punta de lanza de ese plan malvado. Curiosamente, los que suelen tener este tipo de discurso alarmista son políticos derrotados o con escasas posibilidades de ganar el poder con el voto de la mayoría. Excusan su incapacidad para convencer a la mayoría de los votantes lanzando la culpa a otros.
Eso que llaman la antipolítica no es exactamente el odio irracional a los políticos ni el rechazo inapelable a cualquier participación en los procesos electorales y a la vinculación con los partidos. Si se considera así, se reduce el fenómeno a que es una actitud individualista asumida por los indiferentes ante lo que ocurre en su país y en el mundo; se les suele acusar de carecer de empatía social. De esa manera resulta cómodo y fácil para los actores de cualquier sistema político culpar a otros de sus errores: Los partidos están en peligro no por las malas prácticas de sus líderes y dirigentes, sin porque los indiferentes dan la espalda a la política y porque sectores poderosos -a los cuales nadie ha podido identificar ni explicar sus supuestos motivos de manera convincente- dirigen un plan para destruir los partidos.
Y sin faltara un chivo expiatorio, para eso están los medios de comunicación, como si desde las redes sociales, las páginas de internet, la televisión, la radio y los impresos se pudiera hacer el trabajo que los políticos (y únicamente los políticos) están llamados a llevar a cabo en los partidos, en el territorio y en la sociedad.
Si de una cosa pueden tener parcialmente la culpa quienes deciden no participar en el quehacer político partidario ni acudir a votar en las elecciones, es de permitirles creer a los malos políticos que pueden actuar a sus anchas, hacer y deshacer sin tener que responder al reclamo social.
Pero nadie puede culpar de los males y debilidades del sistema a quien da la espalda a la política, asqueado por las trampas, la corrupción, las imposiciones anti democráticas dentro de los partidos, la exclusión, el machismo y la gerontocracia, entre otros vicios. Y ni qué decir de aquellos líderes que se creen indispensables, que atan la suerte de sus partidos y de sus países a su propia suerte, que prefieren que el partido desaparezca una vez que ellos no estén en condiciones de dirigirlos o de ser candidatos.
Tampoco se puede culpar por el deterioro de los partidos o su desaparición, a quienes suscriben la antipolítica o la no participación. En una sociedad abierta, la participación es un derecho, un deber, nunca una obligación.
De la suerte de los partidos son únicos y exclusivos responsables los líderes y dirigentes, que anteponen sus ambiciones e intereses personales por encima de los de la organización en la que militan y muy por encima de los intereses del país que quieren gobernar.
Si hoy se habla con temor de crisis de los sistemas de gobierno, de crisis de los partidos políticos, de crisis de la política, de crisis de las ideologías, de la antipolítica y del riesgo de la irrupción de un outsider, los únicos culpables son los políticos que, en gran medida, han hartado y hastiado a la gente.