La cultura y la doble moral no son ajenas a los datos publicados por el Ministerio de Educación en este mes de mayo. El MINERD ha causado revuelo por señalar que “al menos 1422 estudiantes están embarazadas en este año escolar, de las que 112 han sido víctimas de violación y 28 de incestos”. Además, el informe les da seguimiento a las noticias de denuncias de violencia, acoso y relaciones sexuales entre pares en las escuelas.

Las cifras se pueden también cruzar con los últimos datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONE), de 2019, los cuales indican que el   20,4%  de las  menores  entre  15 y 19 años son madres, cifra por encima del 18% de América Latina y el Caribe. Este es un 20,4% con alto riesgo para sus vidas y las de sus bebés. Además, más de la mitad de estas madres tempranas abandonan sus estudios. 

Cuando salen a la luz pública estos estudios aparecen generalmente como breaking news y su difusión solo refuerza los estudios y análisis publicados por investigadores del tema e instituciones que trabajan en los sectores desfavorecidos, como es el caso de los trabajos publicados desde hace décadas por Tahira Vargas, el libro de  Berenice Pacheco Salazar sobre violencia en las escuelas y la labor realizada en el terreno por  numerosas ONGs como Save the Children, Plan Internacional y la Fundacion Abriendo Camino, entre otras. 

La lectura de estos datos llama poderosamente la atención sobre el hecho que el 12% de estos embarazos son producto de violaciones y que la gran mayoría de los padres no son pares sino personas adultas, lo que indica el mantenimiento tras bastidores de una cultura indignante de abusos y violaciones.

En respuesta a esta situación el MINERD, el Gabinete de Niñez y Adolescencia (GANA) presidido por la primera dama Raquel Arbaje, y el Consejo Nacional para la Niñez (CONANI) han asumido esta causa que nos mantiene en vilo como país. 

Entiendo que las acciones y las políticas deben ser enfocadas hacia la realidad de la vida de los sectores a quienes se dirigen. Muchas propuestas pretenden hacer recaer solamente sobre las familias el papel de asumir la educación sexual sin tomar en cuenta las carencias educativas de muchos adultos, la promiscuidad generada por la pobreza, el lado turbio de muchos núcleos familiares que son, desgraciadamente, el primer eslabón de una “educación” en violencia intrafamiliar, abusos e incestos en contra de niñas, niños y adolescentes. 

Siempre hay mucho desfase entre la realidad que se vive y los planes, entre el discurso y la práctica, la información y la desinformación y las diferentes visiones que se tiene de los problemas según los credos.

Existe una suerte de “Omertà” familiar y barrial que encubre a menudo a los depredadores y abusadores, sin olvidar que estos actúan en la mayor parte de los muchos casos desde la sombra. Demasiadas son todavía las familias que entregan sus niñas contra una ayuda encubierta para el hogar o que las mandan a tener relaciones con hombres mayores.

Lo que se debe corregir es la hipersexualización de las niñas que se manifiesta en muchos sectores, donde estas asumen desde pequeñas el papel de mujercitas trabajadoras, además de la creencia generalizada de que el éxito social se logra más por la apariencia que por la educación.

Independientemente de cuales sean los casos de violación de la integridad de nuestras adolescentes y jóvenes es impostergable la educación sexual científica e integral, informaciones accesibles y la facilitación al acceso a centros de planificación, la aceptación de una vida sexual activa de los adolescentes integrada desde una perspectiva de género, y el reconocimiento del aborto en sus tres causales.

Todas estas medidas no surtirán efectos sin la superación de la cultura de la violación, lo cual pasa por un cambio social y de mentalidad que permita la denuncia de hechos bochornosos que se esconden bajo el genérico “embarazo en adolescentes”.

Esta es una lucha contra el tiempo al igual que en materia de medio ambiente. El tiempo juega contra nuestras chicas. Si no actuamos rápidamente se seguirá reproduciendo la cadena del abuso y de la violencia en contra de las niñas en el seno de las familias, de la sociedad y de las escuelas.

¡El trabajo de educación debe iniciar desde ahora y dirigirse a la sociedad en su conjunto!