No está en el espíritu de la época hablar bien de los haitianos. Redes y medios de comunicación prefieren hacerse eco de las más de mil plagas de las cuales los nacionales de la vecina nación serían portadores. 

Ver a diario como, paulatinamente, se está creando un terreno fértil para cualquier tipo de desbordamientos que podría acarrear nefastas consecuencias empieza sencillamente a ser estresante.  No es atizando las llamas que se encontrará una solución duradera a la grave, peligrosa y multifactorial crisis que atraviesa la República de Haití y que nos concierne en primera línea. 

Al momento de definir una política de estado en las relaciones con Haití se debería poner un freno al golpeteo diario de informaciones verdaderas, falsas, medio falsas, tendenciosas o sin sentido que crean una molestosa e inútil sensación de zozobra.

Muchas veces parece que no se está hablando de seres humanos sino más bien de cucarachas como los hacían los hutus en Ruanda para deshacerse de los tutsis, o de ratas como hacían los nazis para justificar la exterminación de los judíos.   

En vez de calmar el juego, leí en un diario del 1 de marzo pasado una declaración de un consejo evangélico, retomado en la primera página de ese periódico, según la cual “nuestra seguridad alimenticia estaría en peligro” por el desbordamiento de la migración haitiana.

¿Por qué hablar de algo que no está en la palestra cuando las mismas declaraciones hacen hincapié en que la seguridad alimentaria ahora mismo está garantizada?  ¿A qué viene este titular, si sabemos todos que estamos utilizando todos los medios, vía nuestra diplomacia, con redadas, muro, despliegue de tropas, tanquetas, helicópteros y drones para evitar un eventual “desbordamiento”? 

¿Uno se puede preguntar si es propio de religiosos hacer pronunciamientos de este tipo y cuál sería el propósito de este tipo de discursos si no es el de echarle más leña al fuego? 

En torno a este tema, no podemos olvidar la complejidad de la situación si se toma en cuenta que hasta la fecha los trabajadores haitianos contribuyen de manera decisiva a la producción de alimentos, percibiendo bajos salarios y favoreciendo nuestro sector agrícola. Debería estar claro que le toca al gobierno poner orden en la casa para garantizar una seguridad alimentaria que podría verse más bien afectada con el retiro brusco de la mano de obra haitiana.

También me enteré en este mismo periódico que son los haitianos que nos traen el cólera, por tener en su país un deterioro total de los servicios de salud y mucho más casos declarados y muertos que nosotros. Seguramente son ellos también los que nos traen el dengue, el Covid, la leptospirosis y ahora la chikungunya.  Sin querer ofender a nadie hay sectores de la capital que son semejante a sus similares de Puerto Príncipe y que necesitan de urgentes medidas de saneamiento ya que los microbios y los virus no tienen fronteras. 

Las autoridades sanitarias tienen toda la potestad para decidir acerca de las medidas de higienización que se deben tomar en la frontera para acceder al mercado binacional y otros puntos fronterizos. Lo que es molestoso no es buscar soluciones a los problemas que nos atañen, sino la forma despectiva en que se abordan los problemas de determinados seres humanos por el solo hecho de estos ser pobres y haber nacido del otro lado de la línea fronteriza. 

Los haitianos de clase media que han huido de la situación de su país y los de clases altas que invierten aquí no escapan al escrutinio. Según el mismo líder religioso estas personas hacen vida social con los dominicanos, lo que demostraría que hay “un contubernio de muchos sectores para mantener a los haitianos ilegales”.  

Los palos van y vienen sin ninguna consideración para una población que ha buscado albergue aquí, que trabaja, aporta a la economía, vive legalmente al igual que nacionales de otras partes del mundo que se han instalado en nuestra tierra.

Los que escriben de esa manera no piensan que esos ciudadanos haitianos sufren no solamente por la terrible situación que atraviesa su país y la incertidumbre por la suerte de los seres queridos que han dejado atrás, sino también por lo que deben sentir al ser reducidos a seres humanos de segunda clase al ser maltratados de esa manera a través de los medios de comunicación. 

Al meter a todos los haitianos en el mismo saco sin ningún matiz se olvida a toda la gente valiente que no ha abandonado el barco y que están del otro lado de la frontera, luchando por sobrevivir en las más difíciles circunstancias, o en los miles de hombres y mujeres que lo hacen desde la gran diáspora haitiana.

Hoy en día, tenemos que tomar todas las medidas responsables para garantizar nuestra soberanía nacional, nuestra frontera, parar la inmigración ilegal pero dentro del marco del respeto absoluto de los derechos humanos de cada hombre, mujer, niños, niñas y adolescentes que vive sobre nuestro suelo, garantizando su dignidad y sin arremeter de manera indiscriminada contra el pueblo haitiano.

Ojalá que el gran pacto nacional le ponga un freno a las bocinas que tanto daño hacen a las relaciones dominico-haitianas, las cuales están llamadas a perdurar más allá de la crisis actual.