La aprobación en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas del envío de fuerzas militares y policiales hacia Haití, con la misión de restablecer el control gubernamental sobre los territorios controlados por pandillas armadas, ha generado esperanzas, pero también rechazo e interrogantes.

Lo del rechazo es comprensible: a ningún pueblo le gusta ver entrar a tropas extranjeras en su país.

Las interrogantes surgen porque ya Haití ha sido intervenido con militares, y no ha podido darse respuesta a los problemas más dolorosos que sufre ese pueblo: carencias de servicios, falta de empleo, problemas de inseguridad, escasez de alimentos y medicinas.

Si la intervención se queda solo en la eliminación de las bandas armadas para devolverle la seguridad al pueblo haitiano y la debida autoridad al gobierno interino que encabeza Ariel Henry, de poco serviría.

Se requiere de un plan de solución integral, que acompañe al pueblo haitiano en la adopción de un cronograma de trabajo que requiere de recursos económicos.

Ese plan debe contemplar la recuperación de la economía, la creación de empleos, el fortalecimiento institucional y la celebración de elecciones para que Haití tenga un gobierno como manda su Constitución, como presidente, primer ministro, parlamento, alcaldías.

Es fundamental que se reconstruya Haití tras la pacificación.

La reconstrucción de Haití deberá ser financiada por los países más ricos, pero se puede crear  un fondo especial, a través de la ONU, para que muchos países aporte lo que puedan.

No sería la primera ocasión en que un país se reconstruye gracias a la solidaridad o la intervención de otros países. Hay muchos ejemplos en la historia.

Es fundamental que se reconstruya Haití tras la pacificación. De lo contrario, resurgirían los grupos de la delincuencia armada, que tienen sus raíces en el abandono de ese pueblo, en la miseria y en la falta de oportunidades.