Desde hace meses, todos los sectores donde se ubican las gasolineras se enfrentan a nuevas realidades. En cuanto haya un rumor de disponibilidad, resultará imposible caminar por la zona. Sin embargo, el número de estas empresas ha aumentado considerablemente en la última década. Esta multiplicación coincide con la casi imposibilidad de servicio.

Lo que podríamos llamar el «síndrome de las gasolineras» es similar en el universo político. El número de partidos y líderes políticos en Haití es increíble. Estos partidos insignificantes acompañan a asociaciones inexistentes en el mantenimiento de una sucesión de desórdenes que llamamos, con complacencia, «la crisis haitiana». Recuerdo que alrededor de 1986-87, saludábamos a los exiliados que regresaban al país con sincera emoción. En la canasta de cangrejos actual, el líder suele aceptar un cargo, según sus intereses personales, y el partido se convierte automáticamente en cómplice de las peores irregularidades. El aspecto más peligroso de todas las crisis haitianas de las últimas tres décadas es el temperamento haitiano. Con un individualismo que roza la extravagancia, los destacados intelectuales tienen los mismos impulsos que los jóvenes caudillos más bárbaros. En la mesa de negociaciones, al micrófono o en el poder, es difícil notar la diferencia.

A menudo se olvida que las elecciones del 16 de diciembre de 1990 fueron posibles porque el Departamento de Estado suspendió temporalmente muchas visas. Como parte de las medidas para el retorno a la democracia en octubre de 1994, las autoridades estadounidenses suspendieron las visas y las cuentas bancarias en territorio americano de varias personalidades.

Una de las mayores debilidades de nuestra democracia es que muchos de sus actores se impusieron a través de medios alejados de los principios democráticos. Así, perpetúan años de crisis. Cuando escuché algunos comentarios sobre el antihaitianismo de los sectores que organizaron la marcha patriótica en la República Dominicana del 6 de agosto, sonreí. Desde hace mucho, muchos años, la sede principal del antihaitianismo está en Haití.

Con los trabajos de los historiadores Julio Jean-Pierre Audain, Leslie Péan y Gérard Jolibois, nos enteramos de que «bajo el gobierno de Sténio Vincent (1930-40), fueron la hermana del presidente, Résia Vincent, y un tal Luders quienes crearon las redes de reclutamiento de trabajadores haitianos para las empresas estadounidenses que habían invertido más de 50 millones de dólares en el sector azucarero de la República Dominicana.» Desde diciembre de 1958 hasta el asesinato de Trujillo en mayo de 1961, «[…] el presidente François Duvalier (1957-71) ganó entre 6 y 8 millones de dólares estadounidenses con la venta de braceros». La delincuencia tiene raíces estatales. Se conocen en la actualidad cientos de casos de violaciones de derechos, autorizadas tácitamente por el Estado. A estas violaciones hay que añadir el cierre de iglesias y la imposibilidad de organizar funerales en amplias zonas. ¿Qué dirán las autoridades a los centenares de familias cuyas casas han sido confiscadas por la «revolución» (evito cualquier palabra violenta)? El drama ha alcanzado tal magnitud que supera todos los planes mezquinos de quienes lo crearon.

De Cristóbal Colón a Miguel Díaz Canel (Mi padre me hacía leer a Juan Bosch), por primera vez en la historia de las Américas, las cancillerías parecen estar en inconvenientes con la tragedia haitiana. Las caravanas de refugiados que aparecen en la frontera haitiano-dominicana, en las playas de Cuba, del Estado de Florida en Estados Unidos y las demás islas del Caribe representan una pequeña parte de la irresponsabilidad histórica de las élites y las clases políticas de Haití. Ocultaron las cifras durante los gobiernos de Duvalier. ¿Cómo se puede ayudar a los países de la región a afrontar las consecuencias de la indiferencia calculada de los dirigentes de Haití? Inevitablemente, habrá, como tantas veces, el envío de tropas militares. La experiencia histórica ha demostrado que el sistema judicial debe crearse urgentemente. Que sea accesible para todos. Porque todo el drama comenzó con la injusticia institucionalizada, que se reforzó con el tiempo. Quién mató a Su Excelencia es una pregunta complicada. ¿Qué sucede con los que fueron asesinados durante el gobierno de Su Excelencia?

En el estado de ánimo actual y la decadencia moral en la que se encuentra la sociedad haitiana, se debería celebrar una gran reunión (evito la palabra «cumbre»…) en la República Dominicana, entre los líderes del Caribe y los de Haití. Objetivo: elaborar sinceramente una agenda realista y luego firmar un acuerdo de paz que conduzca a las elecciones. Es hora de que las facciones de Haití empiecen a entender que se han convertido en un drama hemisférico. No existe una «solución dominicana» a la tragedia haitiana, pero desde los apresuramientos de los años 90 a favor del hijo pródigo, símbolo de personalización de la democracia, los poderosos responsables internacionales han mostrado demasiados prejuicios hacia la sociedad civil dominicana. La República Dominicana constituye, cada vez más, el único y verdadero aliado del pueblo haitiano. Cuando un dominicano pronuncia el nombre de Duarte, se le llama «nacionalista». En mi familia, hablamos del prócer Juan Pablo Duarte desde varias generaciones. ¿Dónde me encuentro?

Gilbert Mervilus

Notas: Leslie Péan, AlterPresse, Haití-República Dominicana: viernes 18 de octubre de 2013 y Julio Jean-Pierre Audain, Las sombras de una política nefasta, México, Imprenta Arana, 1976, p. 125.

United Press International. Revelan contrato entre dictadores Duvalier y Trujillo.Listín Diario, LXXVI, (17745). 23 agosto 1964: p. 3

Fotos: Frontera Haití-República Dominicana, por Ramón L. Sandoval