Haití parece estar ahora en su peor momento, luego del asesinato del presidente Jovenel Moïse, el 7 de julio de 2021.

Varios meses después de la llegada de los efectivos kenianos, como parte de la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad, las bandas siguen teniendo tanto poder, como el control del 85 por ciento del territorio capitalino, más el control de carreteras y pueblos, aparte de que anunciaron y cumplieron atacando por lo menos tres aeronaves norteamericanas que el pasado lunes intentaron aterrizar en el principal aeropuerto del país.

Por lo menos 700 mil personas han sido obligadas a abandonar sus hogares en Haití, en los últimos años, las principales embajadas han tenido que cerrar sus operaciones, y organizaciones humanitarias, como Médicos Sin Fronteras, evalúan o ya han dejado de ofrecer servicios en el país.

Las Naciones Unidas ya han advertido la existencia de focos similares a la hambruna, y el abastecimiento de alimentos se convierte en una verdadera odisea.

Los atentados contra aeronaves norteamericanas, en vuelos comerciales hacia Puerto Príncipe, provocaron indignación. De acuerdo con una nota del diario The New York Times, “la Administración Federal de Aviación suspendió todos los vuelos estadounidenses a Haití durante 30 días, y American Airlines dijo que no volvería al país hasta febrero como mínimo. Incluso se suspendieron los vuelos humanitarios de las Naciones Unidas”.

Las bandas son las que controlan el territorio haitiano, y las fuerzas internacionales parecen haber colapsado en su intención. Deborah Pierre, una uróloga que intentaba ocupar su automóvil el pasado martes, fue acribillada a balazos, y su padre, un dentista, fue herido de gravedad. Igualmente personal de Médicos Sin Fronteras, que transportaban en una ambulancia pacientes heridos, fueron interceptados y las personas heridas fusiladas por las bandas.

Todo esto ha ocurrido al mismo tiempo que el Consejo Provisional Presidencial juramentaba a un nuevo primer ministro, Alix Didier, a quien designó y juramentó luego de despedir abruptamente al sustituto de Ariel Henry, Garry Conille, por diferencias sobre decisiones adoptadas y falta de comunicación entre el Consejo Provisional Presidencial y el primer ministro. El hecho fue aprovechado por las bandas.

También ha ocurrido inmediatamente después del triunfo arrollados de Donald Trump como candidato republicano en las elecciones del pasado 5 de noviembre. La experiencia dice claramente que Donald Trump no dará impulso a una estabilización de la situación política en Haití, ni destinará recursos, como lo hicieron en la presente administración, para pacificar Haití.

Las bandas atacaron en el pasado comisarías de policías, asaltaron cárceles y pusieron en libertad a las personas privadas de libertad, y no se conoce que haya habido acciones para restablecer el sistema carcelario.

Tan grave es la realidad que el embajador norteamericano, Dennis Hankins, quien permanece en Puerto Príncipe, ha sido fotografiado en reuniones con los líderes de las bandas que azotan la capital, los mismos que dispararon contra vuelos comerciales cuando se acercaron al Aeropuerto Internacional Toussaint Louverture.

Hankins admitió las reuniones y las justificó con la búsqueda de seguridad para el entorno de su embajada: “De vez en cuando, hay contactos con las bandas, y para nosotros se trata de controlar la seguridad en la región de la embajada”, se justificó, pero el Departamento de Estado emitió una declaración aclarando que no negocia con las bandas.

“Estamos centrados en combatir a las bandas y promover la seguridad en Haití mediante apoyo logístico y financiero a la Policía Nacional de Haití y a la misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad”. Fue lo que hizo público el Departamento de Estado.

El objetivo de las bandas es lograr desarticular cualquier proyecto de normalización de la democracia en Haití. Quieren el reino del terror, y eso parece estarse logrando. Queda poco tiempo para que la comunidad internacional pueda hacer algo. A los propios haitianos que hacen esfuerzos para rescatar a su país de las bandas les queda poco tiempo.

Hay quienes sostienen que una intervención militar extranjera podría ser una solución. Son nuevas realidades a las que el mundo se enfrenta en estos tiempos. La otra posibilidad es cumplir con los deseos de los políticos nacionalistas haitianos, que cese por completo la intervención de la comunidad internacional, y del Corp Group, y que sean ellos los que tomen las decisiones de restablecer el país con un régimen pacto entre ellos, posiblemente, en negociaciones con el liderazgo de las bandas.

Lo que sea que venga será un gran riesgo para la República Dominicana. La presión migratoria de los haitianos que buscan salir del infierno en que se encuentran será cada día mayor, sin importar las restricciones y control que imponga el gobierno dominicano. Son 390 kilómetros de frontera que resultan la única salida que tienen millones de haitianos para fugarse del invierno en que aún sobreviven.