En la República Dominicana es un lugar común decir que el sistema político o, cuando menos, el sistema de partidos, está en crisis.

Y se suele advertir que sería catastrófico que desaparezcan o se debiliten los partidos, que cuidado con el demonio de la anti política.

Pero los únicos responsables y culpables de lo que les ocurra, mal o bien, a los partidos son sus dirigentes, sobre todo sus líderes.

Y si se revisa la historia electoral se comprobará que los partidos que crecen consiguen ganar elecciones. En muchos casos gobiernan en más de una ocasión, y luego entran en el natural proceso en que la población comienza a retirarles el apoyo y la confianza: por hartazgo, desgaste, errores, por corrupción, por ambiciones internas de sus líderes, por las pugnas y divisiones.

No desaparecen del todo los partidos, sino que se disminuyen hasta convertirse en organizaciones que lo único que conservan son la nostalgia por sus tiempos mejores, el nombre y sus oficinas.

Podemos mencionar algunos ejemplos:

El Partido Reformista, que empezó a gobernar en 1966, concluyó un período de doce años en 1978. Recuperó el poder en 1986 y lo mantuvo hasta 1996, año en que empezó su declive hasta convertirse en lo que es hoy, una minúscula organización, pese a haber gobernado por 22 años.

El Partido Revolucionario Dominicano, que tuvo un primer gobierno de solo 7 meses, debido al golpe de Estado contra su primer presidente Juan Bosch, no recuperaría el poder sino hasta 1978, ya sin Bosch, que lo abandonó al final de 1973. El PRD gobernó 8 años consecutivos hasta 1986. No volvería a ganar elecciones presidenciales hasta el año 2000, aunque dos años antes, en 1998, ganó de manera aplastante las congresuales y municipales. Perdió el poder en 2004, y desde ese año entró un período de crisis interna que terminó dividiéndolo y achicándolo hasta convertirse en lo que es hoy, un partido que apenas existe.

Los que hoy se lamentan por las derrotas, y sufren por no estar en el poder, ayer disfrutaron victorias, dominaron todos los poderes públicos, apabullaron a sus competidores y, como es normal, también les tocó ser derrotados y pasar a la oposición.

La organización que sustituyó al PR y al PRD, los dos grandes partidos de la segunda mitad del siglo XX, fue el Partido de la Liberación Dominicana. El PLD estuvo a punto de ganar las elecciones de 1990, pero no pudo. En las elecciones de 1994 se redujo al tercer lugar, superado por el PRD y el PR. Dos años después, en 1996, el todavía pequeño PLD fue apoyado por el PR y derrotó al PRD. En el 2000 el PLD fue vencido por el PRD. En 2004 el PLD ganó de nuevo las elecciones, y no perdería el poder hasta 2020, superando así al PR en el número de años (16) con gobiernos consecutivos. Las peleas internas llevaron al PLD a la división. Hoy el PLD es el partido que sustenta la segunda posición en general, y la primera en la oposición, pero bajo la amenaza de ser desplazado de ese sitial por su aliado-competidor Fuerza del Pueblo.

En la actualidad gobierna el Partido Revolucionario Moderno, surgido del PRD. Ganó los comicios de 2020. El pasado 18 de febrero ganó las municipales, las primeras de las tres elecciones programadas para 2024. En mayo se celebrarán las congresuales y presidenciales y, según los pronósticos y mediciones de las encuestas, el PRM tiene amplias probabilidades de ganar ambas contiendas políticas.

Pero, como ocurrió con los demás partidos mencionados, el PRM tampoco será eterno.

Los partidos, como sus líderes, pasan, van perdiendo influencia y apoyo en la ciudadanía, y esa realidad nunca deben olvidarla quienes hacen política. Que un partido salga del poder, que decrezca y hasta que desaparezca, no es una tragedia.

Los partidos y los líderes no deben comportarse como si fueran indispensables ni pretender colocarse por encima de su pueblo. Y un grave error es sustentar la vida del partido atada a un único líder; si el líder es el "único", el "insustituíble", el "indispensable", ese partido empezará decrecer con el natural envejecimiento, desgaste e inevitable muerte del líder al que ha atado su futuro.

Otra mentira que suelen vender los partidos es que la vida del país y de la democracia dependen de que su organización y su líder gobiernen. Mas, ningún partido es indispensable, tampoco un líder.

Los que hoy se lamentan por las derrotas y sufren por no estar en el poder, ayer disfrutaron victorias, dominaron todos los poderes públicos, apabullaron a sus competidores, se pavonearon y, como es normal, también les tocó ser derrotados y pasar a la oposición.