El proceso electoral que tendremos el domingo, sobre todo para las congresuales, enfrenta en la competencia política a dirigentes que viven en las mismas comunidades y municipios.

Los dirigentes y candidatos de cualquier demarcación, aunque compitan en diferentes partidos, tienen más cosas en común, que los unen, que aquellas que los separan. Y son esos mismos hombres y mujeres del quehacer político local, quienes activan por uno u otro candidato presidencial.

Las provincias de mayor número de votantes son la de Santo Domingo, con 1.6 millones de votantes, para escoger un senador, seguida del Distrito Nacional con 794 mil votantes y luego Santiago con 785 mil votantes. Una sola provincia, la de Santo Domingo, tiene un número parecido de votantes a la suma de 19 provincias. La provincia que menos votantes tiene es la de Pedernales, con 20 mil ciudadanos hábiles para el voto. Esta demarcación aportará un senador igual que la de Santo Domingo, que con 1.6 millones también tendrá un senador que la represente, pese a que la primera es 80 veces más grande que la segunda.Pero esa es nuestra organización política, y debe ser respetada hasta que no se reforme.

Somos un país pequeño. Estamos hablando de que los candidatos a senadores y diputados, en la mayor parte de las provincias y municipios, competirán entre vecinos, parientes, conocidos y relacionados, con la única diferencia que han escogido parcelas políticas distintas.

La elección no tiene por qué dividir a esos candidatos y comunidades. Hay que razonar de forma civilizada sobre lo que implica esta selección ciudadana de los que entiende son los que mejores propuestas han presentado para favorecer desde la gestión pública a nuestra gente.

Ni comportarse como enemigos, y menos hacer uso de violencia, resulta juicioso ni provechoso en este proceso electoral. Tu vecino es tu hermano más cercano, dice el dicho popular. En este proceso hay que comportarse con ese criterio. Respetar la decisión del voto es una tarea sagrada de cualquier político que se considere democrático y merecedor del reconocimiento ciudadano. Se va a una elección, no a una guerra a muerte. Son los electores los que tienen el derecho soberano a elegir. El que recibe el voto está obligado a respetar esa voluntad del soberano.

En esta elección estamos hablando de vecinos, convivientes cercanos, personas que se conocen, han estudiado juntos o han tenido negocios y relaciones. Ni la política ni las elecciones son justificaciones para crear enemistades, que a la larga carecen se sentido, porque ganadores y perdedores seguirán viviendo y compartiendo en las mismas comunidades. Y ni qué decidir, que los vericuetos de nuestra política convierten en aliados y compañeros de partido a los que antes fueron contrarios, y viceversa.

Cuando faltan escasos días para las elecciones del domingo, abogamos porque donde haya habido desacuerdos, discusiones, gestos desaprensivos, se establezcan canales de diálogo y entendimiento. Que se respete la voluntad popular, y que se produzca el apoyo y se exprese la amistad entre los que compiten, gananciosos y no escogidos, porque siempre habrá nuevas oportunidades para que el soberano decida.