Entre los votantes de los Estados Unidos que acudieron a las urnas para este proceso electoral que acaba de concluir, hubo 67.8 millones de personas que votaron por la candidata del Partido Demócrata, Kamala Harris.

No es pequeño el número de votantes que coincidieron en apoyar las posiciones democráticas sostenidas por la vicepresidenta de Estados Unidos, ex fiscal y candidata presidencial.

Cientos de millones de dólares se invirtieron en la promoción de esas aspiraciones. Políticos, militantes, artistas, intelectuales, legisladores, empresarios, emprendedores, mujeres, grupos étnicos, regionales, religiosos, coincidieron en ofrecer su apoyo a Kamala Harris ante la posibilidad de que Donald Trump volviera a la presidencia. Preferían irremediablemente a Kamala Harris.

Pero el candidato del Partido Republicano arrasó en todas las posiciones (Senado, representantes, gobernadores) y logró una victoria aplastante en casi todo el territorio norteamericano.

Con razón la candidata derrotada ha dicho que alcanzar metas democráticas lleva tiempo, y que la transición tiene que hacerse pacíficamente, y no con violencia, como ocurrió con la salida del poder del presidente electo, Donald Trump, en 2020.

Está clarísimo que la sociedad norteamericana se encuentra seriamente dividida, fraccionada, y que lo natural sería que el presidente electo dijera que en este momento representa a toda la sociedad, a todos los que votaron, sin tomar en cuenta simpatías partidarias. Pero todos sabemos que Trump no es persona de temperamento colaborativo, y menos con quienes él considera enemigos internos de los Estados Unidos.

En todo el mundo hubo decepciones. Hubo simpatizantes que amanecieron la madrugada del martes, esperando encontrar una luz que transformara los resultados electorales y en vez del rojo apareciese ganando el color azul del Partido Demócrata.

En la República Dominicana hay muchas personas desconsoladas, que perdieron las esperanzas, que sintieron una derrota muy contundente, que jamás esperaron ocurriera. Y hasta temen que estemos en una situación extrema de riesgo democrático.

Por más autócrata y derechista que sea el presidente electo, y por más mal educado en sus modales, no hay que temer un derrumbe democrático. Tampoco hay que temer que su influencia sea determinante en otros países, y que a partir de ahora las posiciones de derecha se harán más atractivas.

Los norteamericanos tienen sus razones para haber hecho la selección que hicieron. Sí, es cierto, prefirieron al candidato condenado por 34 delitos graves, ante una candidata decente y correcta, que fue fiscal y persiguió la misoginia, el robo, la violencia, y tantas otras violaciones.

No hay que asumir el triunfo de Donald Trump como una tragedia. Es una opción posible en democracia. Habrá quien diga que Hitler también fue una opción en democracia para los alemanes al inicio de los años 30 del pasado siglo, y terminó siendo una tragedia para millones de personas.

Estados Unidos del siglo XXI no es la Alemania de hace casi 100 años. La democracia y sus instituciones en ese país han demostrado fortaleza, balances y contrapesos. Ahora hay menos, porque Trump tendrá las dos cámaras y el poder judicial. 

La democracia norteamericana tendrá la forma de fortalecerse o evitar los agravios y la destrucción que desee aplicar el señor Trump o su equipo, si tuvieran intenciones de acabar con el modelo tradicional en los Estados Unidos. Es un sistema fuerte y con experiencia. Ya Trump fue 4 años presidente. No respetó las reglas, pero tampoco dio un golpe de Estado y la manera de salir del poder fue por un proceso electoral que él jamás reconoció como legítimo.

No se acaba el mundo para las personas con vocación democrática a las que no les gusta Trump. No olvidemos que 72.5 millones de norteamericanos le votaron y confiaron en su programa de gobierno.