El domingo 24 de julio se cumplirán 98 años de la salida de las tropas norteamericanas que intervinieron militarmente el país en 1916. El 12 de julio de 1924 asumió el poder el gobierno de Horacio Vásquez, bajo el consentimiento de las tropas de ocupación norteamericanas, que nunca quisieron que se instalara un gobierno designado por el Congreso Nacional, como ocurrió con la designación de Francisco Henríquez y Carvajal, a quien los norteamericanos negaron el derecho de ocupar la presidencia.

Santiago Castro Ventura, médico e historiador, escribió un documentado artículo sobre ese proceso político e institucional, que representó la salida formal de las tropas de los Estados Unidos, y la entrega del poder a un gobierno tutelado, que implantó de inmediato la reelección, se quedó en el poder, hasta que fue derrocado por el brigadier Rafael L. Trujillo Molina, quien implantó una dictadura de 31 años, y con quien Estados Unidos se llevó excelentemente bien durante casi todo el trayecto del martirio del pueblo dominicano.

"Ya producida la invasión norteamericana de 1916, los políticos tradicionales se inhibieron de la lucha militante contra esta acción de fuerza en detrimento del Estado dominicano. Los lideres de los gallos bolos y coludos adoptaron actitudes de manilos. La movilización nacional e internacional por el rescate de la soberanía, correspondió al destituido presidente Francisco Henríquez y Carvajal y al movimiento nacionalista encabezado por Américo Lugo, Fabio Fiallo, Luis C. del Castillo, Peña Batlle, Rafael Bordas y Viriato Fiallo entre otros distinguidos ciudadanos”, escribió Santiago Castro Ventura.

Luego de imponer su propia voluntad sobre la política a seguir por el Estado Dominicano, bajo la intervención, los norteamericanos prefirieron una negociación confiable, para su propio beneficio, según establece Santiago Castro Ventura en el mencionado artículo:

Para negociar prefirieron a Francisco J. Peynado, un antiguo abogado de los ingenios azucareros norteamericanos, con el respaldo de la dirigencia política tradicional que en nada había participado en la movilización nacional e internacional por el cese de la intervención. Ahí surge el Plan de evacuación Hughes-Peynado, que validó todas las condiciones exigidas por los norteamericanos.

El movimiento nacionalista, en manifiesto emitido en Santiago el 11 de noviembre de 1923, definía ante el país el inefable Plan de evacuación;

“El Entendido Hughes-Peynado es un proyecto liberticida, igual al fraguado por Pedro Santana en 1860 y que culminó en la Anexión a España. Del mismo modo que este a la Reina, los signatarios del Entendido han tenido que engañar al César Americano, asegurando “que la gran mayoría del pueblo dominicano estaba con ellos”. (Julio Jaime Julia. Antología de Américo Lugo. Editora Taller. Santo Domingo, 1976. T. I p. 108).

Trujillo, acompañado de un grupo de intelectuales, asaltó el poder y gobernó el país como si se tratara de una finca personal. Siempre al servicio de los Estados Unidos, el dictador hizo y deshizo en la región del Caribe y se proclamó campeón del anticomunismo, mientras los Estados Unidos respondían complacidos.

Cuando hubo nuevamente gestos libertarios, y el PRD y José Francisco Peña Gómez produjeron el levantamiento del 24 de abril de 1965, los norteamericanos reiteraron su intervención militar nuevamente, esta vez con 42 mil marines, para evitar que los comunistas llegaran al poder, según la justificación.

Casi dos millones de dominicanos entendieron que era plausible irse a vivir a los Estados Unidos y no quedarse aquí, por los riesgos que implicaba. La conexión entre Estados Unidos y República Dominicana ha sido de dependencia, de imposición, de una amistad simulada, y de que aquí hay que hacer lo que Estados Unidos demande.

En ese momento decisorio de nuestra soberanía lesionada, de la necesidad urgente de los patriotas verdaderos, hubo una voz que se alzó proclamando que la intervención norteamericana era “civilizadora” y que iba a terminar con las prácticas caudillistas de la política dominicana: era la voz de un abogado llamado Pelegrín Castillo, padre y abuelo de los nuevos nacionalistas dominicanos.