La sociedad dominicana ha sido bombardeada con tanta insistencia sobre el llamado “peligro haitiano”, que mucha gente -mucha más de la que podríamos creer- ha creído esa historia y tienen la certeza de que el peligro de nuestra identidad y de nuestra soberanía pende del hilo que sostiene la seguridad de la frontera.

Pero los haitianos entran y siguen entrando al país. Y no son dos millones, ni un millón, como se dice con frecuencia. Puede haber un subregistro, pero los haitianos oficialmente no pasan de los 600 mil en todo el país.

Sin embargo se repite tanto que ya hay dos millones de haitianos, que es común encontrar a personas sosteniendo que en ciertos municipios y pueblos hay más nacionales haitianos que dominicanos.

Los hay que creen que los haitianos que cuidan los edificios en horarios nocturnos un día se levantarán y terminarán con las vidas de las familias que cuidan.

Otros creen que los haitianos contaminarán con veneno las cuentas de los ríos y lugares de abastecimiento de agua de los acueductos, y de esa forma terminarán con la vida de los ciudadanos dominicanos, para hacerse con todo el territorio de la isla, y finalmente gobernar la Española.

Otros sostienen que hay una organización militar haitiana que se prepara para atacar nuestro territorio y apoderarse de la producción, los puertos, aeropuertos, instalaciones militares, y finalmente tomar el Palacio Nacional, e instalar un gobierno de antiguos esclavos que tome venganza de la parte española de la isla que estableció la esclavitud.

Incluso, es frecuente encontrar profesionales, izquierdistas y ex revolucionarios divulgando mensajes de venganza y odio contra los haitianos, porque son los responsables de las grandes matanzas de la historia de nuestro país.

Los hay que se vanaglorian de la espada o el machete de Pedro Santana, y dicen que esa arma es útil hoy para terminar con el peligro haitiano, porque no ha cesado el riesgo de unificar la isla, y son ahora los países poderosos, como Francia y Estados Unidos, que desean unificar a los dos países bajo un solo mando.

En ocasiones, no debemos extrañarnos de encontrar nacionalistas que defendieron la soberanía nacional en 1965, ahora tratando de repetir su hazaña contra el imperio de los haitianos, que intenta invadir pacíficamente nuestra soberanía, para transformarse después en una horda criminal y violenta que nos haría desaparecer del mapa con la complicidad del imperio.

Todo es posible en este país insólito. Empresarios aparecen con frecuencia denunciando el peligro haitiano, y son los primeros en contratar la mano de Obra barata que representan los haitianos hambrientos que vienen a la República Dominicana a buscar trabajo para poder subsistir.

Y como una gran masa de gente se cree la historia de la invasión y el peligro haitiano, estamos ante una muy seria disyuntiva: Esa creencia supone que nuestra identidad es frágil, que nuestra lucha por la independencia no ha tenido consistencia, que no hemos enfrentado con valentía dos intervenciones militares del imperio del norte, o que nos hemos hincado cada vez que una potencia nos pide que nos postremos en asuntos de soberanía y dignidad nacional.

Esa creencia supone que nuestra democracia es débil, que nuestras instituciones no sirven, que nuestras Fuerzas Armadas y su ministerio de Defensa no cumplen con su deber, que los artistas no han ayudado a forjar la identidad que nos define, y que los políticos son unos desguañangaos que han dejado este país a la deriva.

Es como si los únicos que sirvieran fueran los ultranacionalistas, aquellos que cuando hubo dos intervenciones de los Estados Unidos se escondieron aterrorizados y se olvidaron de la dignidad y la soberanía. Es que su miedo no es a los Estados Unidos, que es la potencia, sino al pueblo más pobre y andrajoso de la región, que no puede ni siquiera levantarse para tener su propia democracia o paliar la hambruna de su población.

Y ahora somos un pueblo que sobrevive a una amenaza inexistente. Somos agentes de odio, cualquier negro nos inquieta y nos crea dudas. Desnacionalizamos y no nos preocupamos por las consecuencias. Lo peor de nosotros sale con frecuencia en los actos más sencillos. Cuando vamos al mercado, cuando montamos una guagua, cuando compartimos en una farmacia. El odio que nos anima y nos alimenta está a flor de piel. Y eso no es lo que aprendimos para convertirnos en dominicanos. Eso no es lo que nos mostró Juan Pablo Duarte.

Ahora deportamos miles de haitianos y domínico haitianos, y lo celebramos en los medios como un gran acto de patriotismo. Ahora prohibimos el gagá porque es una celebración que nos acerca a los ancestros espíritus de los migrantes cortadores de caña. Ahora queremos borrar a las comunidades que viven en los bateyes, y que contratamos para traerlos a cortar caña, pero ya no sirven, no tienen fuerza, pasaron a ser una amenaza. Es insólito.

Algo anda mal con esta historia que nos han contado. Lo mejor es no creerla, porque es un embuste más de los tantos que se han lanzado para que tengamos miedo.