El presidente Luis Abinader compareció ante la reunión de la Asamblea Nacional, él y la vicepresidenta Raquel Peña, juraron como presidente y vicepresidenta recién electos, en una ratificación concedida por las elecciones limpias y transparentes del pasado mes de mayo.
El presidente produjo un discurso de toma de posesión relativamente breve, con énfasis en los aspectos de reformas necesarias en las políticas públicas, en la transparencia de la gestión oficial, la racionalidad del gasto, los cambios en el ámbito laboral, de la seguridad social y la cuestión fiscal, y trazó una línea de trabajo con el propósito de inspirar al país, a los legisladores, a los dirigentes de su partido y a su equipo más cercano.
Es una cuestión rígida, en los discursos de inauguraciones de nuevos gobiernos, que los presidentes abordan las cuestiones esperanzadoras, los desafíos que implican al conjunto de la sociedad, como la seguridad ciudadana, los cambios y la inclusión en la cuestión de la salud y la educación, y la adhesión del gobierno a principios y valores democráticos.
Eso fue lo que hizo el presidente Luis Abinader en su discurso. Algunos temas se quedaron sin la atención del mandatario. Otros no fueron suficientemente explícitos, y en materia de relaciones exteriores supimos más de la defensa de la democracia en Venezuela que de nuestras relaciones con los Estados Unidos. Poco a poco se irán señalando los déficits del discurso.
Dick Morris, expertos en estrategias políticas y electorales, ha escrito que “los avisos positivos funcionan mejor que los negativos. La sustancia sustancia es más relevante que el escándalo. Los temas son más poderosos que la imagen y la estrategia es más importante que el prejuicio. Cuanto más partidario se es, menos efectivo se será”.
El presidente Abinader fue muy fiel a esta enseñanza. No hizo la extensísima descripción de su pasada obra de gobierno, como han hecho anteriores mandatarios. Describió el contexto en que él y su partido llegaron al poder en 2020, y se centró en señalar los desafíos a los que se enfrenta la República Dominicana en el siguiente cuatrienio que se inició este 16 de agosto.
Como era de esperarse, el protagonista de esta jornada fue el presidente de la República, por su discurso de instalación de su nuevo gobierno, por los decretos, por la presencia de visitantes destacados del exterior, y por el contenido de sus planteamientos, sus temas estratégicos. Tratar de negarlo es el trabajo de la oposición, adversarlo, intentar desmentirlo y hacer ataques alrededor de lo que dijo, lo que dejó de decir o lo que a juicio de los opositores debió decir el mandatario.
El presidente repitió su promesa de que gobernará para todos los dominicanos, sin importar banderías políticas, que no utilizará la mayoría aplastante de su partido para corroer a la oposición o para imponer lo que a él y a su partido les conviene. Dijo que las reformas será posible sólo porque benefician al pueblo dominicano y a la democracia.
En ese sentido, es válido que el presidente concrete alianzas políticas e institucionales con los sectores de la sociedad que apoyan esas iniciativas, que escuche sus planteamientos, acoja sus aportes y consolide de ese modo una visión que consolide el desarrollo institucional y político, la continuidad del desarrollo económico y social, la reducción de la desigualdad y la pobreza, y el empoderamiento de los sectores tradicionalmente postergados.
El presidente fue muy firme en su referencia al fraude electoral en Venezuela, ocurrido en torno a las elecciones del 28 de julio, sin que se hayan presentado resultados creíbles. Y fue muy claro sobre su apoyo a la transparencia, a la justicia y evitar que personeros políticos se eternicen en el ejercicio del poder, creyéndose únicos en gobernar a las naciones en las que nacieron.
Válido y justo, y valiente, lo dicho por el presidente en su discurso de toma de posesión sobre Venezuela, porque entre los visitantes que distinguieron al país se encontraban numerosos mandatarios de la región que respaldan esa postura, lo mismo que así quedó claro con los aplausos del Rey de España, Felipe VI.
Esta administración apenas comienza y los déficits que ha arrastrado en los últimos cuatro años son conocidos y están a la vista, en cuestiones como la seguridad ciudadana, la generación de empleos, la corrupción en la administración pública, la impunidad en la justicia, y la necesidad de mejoría de la independencia del Ministerio Público.