Por las más recientes informaciones provenientes de Estados Unidos y de Canadá, en los próximos días podría decidirse si los gobiernos de esas dos potencias, con el apoyo de otros gobiernos y el visto bueno de la ONU, enviarán militares hacia Haití para tratar de contener a las pandillas y garantizar la seguridad.

Cualquier intervención, como ha advertido la ONU, deberá hacerse con el consentimiento del gobierno interino de Haití, que cada día pierde más el control de amplias zonas de su territorio en las cuales mandan violentas pandillas armadas.

Este viernes habrá una reunión entre los cancilleres de Estados Unidos y Canadá para tratar sobre una posible incursión militar en territorio haitiano.

Una injerencia extranjera en un país soberano siempre será odiosa. Y aunque en este caso se argumenta la existencia de una crisis humanitaria, que podría alcanzar el nivel de tragedia humana, lo deseable es que cualquier operación militar no tenga costo en vidas humanas.

Y lo más importante:

Haití necesita mucho más que fuerzas militares que impongan el orden. Una vez disminuidas o desarmadas por completo las pandillas, si no se resuelven los problemas de la escasez de alimentos y otros bienes y servicios vitales, si no se restablece la actividad comercial, si los puertos y aeropuertos no pueden operar con normalidad, si no se crean nuevos puestos de trabajo, solo se habrá logrado un cese momentáneo de la crisis.

Haití necesita recursos, asesoría, acompañamiento, para caminar hacia la estabilidad política y económica.

De lo contrario, esta inminente intervención se convertirá en un doloroso parche más.