El odio hacia los migrantes haitianos ha llegado a un punto de gran peligro para la República Dominicana.

Ese odio abarca a la comunidad de migrantes, pero incluye a los dominicanos de ascendencia haitiana, y es muy probable que incluya a los dominicanos negros, que generalmente han sido víctimas de las redadas de la Dirección General de Migración.

Luego de la manifestación del viernes, de una organización racista y antihaitiana, en las redes sociales hemos escuchado grabaciones de personas diciendo que ya está bueno de protestas y manifestaciones, que ahora hay que salir a la acción, buscar a los haitianos que utilizan las calles y acribillarlos, asesinarlos, porque han invadido el territorio dominicano.

Otra derivación es que estos sujetos, cargados de odio y violencia, también de una inhumanidad vergonzosa, no tienen parámetros ni respetan a profesionales dominicanos, cuentistas sociales, artistas, periodistas, economistas, funcionarios, a quienes consideran y califican de traidores a la patria, y les desean la muerte o los declaran muertos socialmente. Hay varios casos que se pueden constatar en cualquier momento.

República Dominicana ha utilizado mano de obra haitiana desde finales del siglo XVIII, y reforzó la contratación de haitianos cortadores de caña en el siglo XIX y en el siglo XX. Esa mano de obra se mantuvo en los bateyes, creó descendencia, se incorporó a la vida comunitaria, trajo y mantuvo tradiciones religiosas, gastronómicas, musicales y todo eso se integró a lo que hoy conocemos como República Dominicana.

Incentivar el odio hacia esa comunidad es una injusticia desde todo punto de vista. Denigrar su identidad, por el color de la piel, por el acento del español que habla, y por proceder de Haití carece de sentido de la historia y del reconocimiento de las migraciones que han afectado a todo el mundo.

Por poner un caso, Estados Unidos, es el resultado de múltiples migraciones, incluyendo negros, que fueron esclavos, y que se incorporaron como parte de ese país y que le dieron su fuerza, inteligencia y dedicación para convertirlo en la potencia hegemónica que es hoy.

Hasta los años 60 del pasado siglo los derechos civiles de los negros afroamericanos no se reconocían y las grandes luchas hicieron posible que ese país se abriera. Estados Unidos ha fortalecido su integración racial, con norteamericanos destacados en la política, la milicia, los deportes, las ciencias, la diplomacia.

El escritor mexicano Jorge Zepeda Petterson, autor de la novela El Dilema de Penélope (Editorial Planeta, 2022), plantea un escenario que podría parecerse mucho a lo que se cuece en estos momentos en la República Dominicana.

El ex presidente de los Estados Unidos Dan Thompson, aspira a una reelección, y un equipo dirigido por su anterior procurador general y su jefe de jefe de seguridad nacional, idean una trama -denominada Los Nibelungos- y exacerban a bandas delincuenciales en Los Angeles, Chicago y otras ciudades, para que se acribillen entre sí, luego inventan que latinos colocan veneno en una fábrica de galletas de Chicago, y posteriormente inventan una organización de cocineros terroristas latinos, que provocan la muerte de muchos comensales en diversos restaurantes de clientes blancos.

Se inventan una crisis, y los norteamericanos comienzan a odiar a los hispanos, los echan de sus trabajos, los linchan en las calles, los echan de las aulas, y hasta les niegan la compra de alimentos. Y el candidato Dan Thompson sube en popularidad sobre un 70%, porque su discurso se sustenta en el rechazo a los migrantes.

La República Dominicana corre un gran riesgo. Punta Cana es uno de los lugares con mayores riesgos. Hay allí bandas de promotores del odio a los haitianos y dominicanos de ascendencia haitiana. La Dirección General de Migración tiene allí muchos inspectores y realizan redadas todos los días. Pero la promoción de la violencia es muy elocuente. En cualquier momento habrá una tragedia en esa comunidad, en donde llegan millones de turistas.

Las autoridades dominicanas deben evitar que ese odio siga siendo incentivado. Las campañas de odio racial están prohibidas en la Constitución Dominicana. Las organizaciones comunitarias, eclesiales, los partidos políticos, y las instituciones estatales están en el deber de evitar una tragedia incentivada por ciudadanos ignorantes y marcados por el odio, por la rabia o por la historia falsa que le han vendido de que la patria está en peligro, y que el mayor riesgo es la comunidad de migrantes desde Haití, y los que llegaron hace siglos y se establecieron para cortar caña.

Si esta historia de mentiras y odio no se detiene habrá mucha sangre corriendo por las calles del territorio nacional, y no podrá alegarse que no ha habido advertencia de que esto está marcha desde hace varios años.