En un brevísimo discurso, de apenas dos minutos, la noche de este martes el derrotado candidato y actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, admitió su derrota y garantizó que “seguirá cumpliendo todos los mandatos de la Constitución”. Es decir, que entregará el poder al presidente electo de Brasil, Luis Ignacio Lula Da Silva.

Bolsonaro agradeció a los 50 millones de brasileños que le votaron en las elecciones. No habló de derrota ni de triunfo, formalmente no felicitó al electo presidente, y quiso dejar en la incógnita su reconocimiento de las elecciones, pero está claro que cualquier otra cosa que haga, de ruptura del proceso democrático en Brasil, sería contraproducente y llevaría a ese país al abismo.

Lula Da Silva designó a su vicepresidente Geraldo Alckmin como coordinador de un equipo de transición gubernamental, integrado por 50 personas, y que deberá convertirse en el equipo de negociación frente al gobierno derrotado. Es positivo que Bolsonaro haya llamado a los simpatizantes que han utilizado camiones para bloquear más de 200 vías en todo el país, contra la elección de Luis. El Tribunal Electoral de Brasil ordenó a la Policía despejar los caminos y carreteras, y agentes policiales aceptaron el llamado.

Bolsonaro hace lo correcto en reivindicarse como el líder de la derecha, que todo el mundo sabe que lo es, porque entre la primera vuelta del 2 de octubre y la segunda del 30 de octubre, logró sumar más de 5 millones de votos, en un tiempo en que Lula apenas sumó cerca de dos millones de votos. Aunque en América Latina, Brasil parecía estar dando el paso hacia una consolidación de la derecha, expresada ya en extremo en el mandato del presidente Bolsonaro.

Una buena parte de los países de la región ha girado en los últimos años hacia la izquierda democrática, como ha ocurrido en Chile, Colombia, Perú, Argentina, Bolivia, Honduras, en donde ya se sabe hay tres países que mantienen una posición más firme en el llamado socialismo, encabezados por Cuba, Venezuela y Nicaragua. Esto ha ido poco a poco afianzando América Latina como territorio gobernado por la izquierda democrática, cuando Europa tiende hacia la derecha, con el crecimiento de las posiciones de extrema derecha en Italia, donde han ganado la última elección, en Francia, donde casi lograr la victoria, y han crecido en Alemania, España y en países como Polonia y Hungría, en donde ya gobiernan desde hace años.

Se puede decir que la derecha está de moda en Europa, y que también lo está en Estados Unidos, en donde los republicanos siguen disputando el control del congreso a los demócratas, especialmente en la elección de medio término que será realizada el próximo martes 8 de noviembre. En partido conservador Likud, que encabeza el ex primer ministro de Israel acaba de ganar su elección en las legislativas de de Israel. Segun los datos que se acaban de publicar, “el ex primer ministro y líder del conservador Likud suma con sus aliados entre 61 y 63 de los 120 diputados del Parlamento, gracias al enorme crecimiento de la ultraderecha en las quintas elecciones desde 2019”.

Un mundo complejo, con elecciones paradójicas, como las presidenciales brasileñas en primera y segunda vuelta, que acaban de ocurrir y que plantean serias disyuntivas a los electores. Bolsonaro, candidato a la reelección, es un hombre que hizo mucho daño a Brasil en la crisis de la pandemia, porque desaconsejó el uso de mascarillas, divulgó teorías conspirativas, patrocinó la destrucción indiscriminada de la amazonía y encaminó el país más grande del continente por senderos antidemocráticos y antiderechos. No era posible ratificar ese mandato, a la vista de las posiciones democráticas. La alternativa era, sin embargo, compleja, porque Luis Ignacio Lula Da Silva representa la corrupción y el clientelismo en su máxima expresión. Votar por Lula era votar por Odebrecht, por Joao Santana y todo lo que representa esa nociva historia de ruptura institucional y democrática del continente.

Una difícil elección entre dos males terribles para nuestra sociedad, y nuestro empeño en la búsqueda de la justicia, la equidad, los derechos fundamentales y la solidaridad.