José Miguel Soto Jiménez sigue escarbando en el prontuario documental e historial de Pedro Santana. Una figura militar y política contradictoria, que encabezó un movimiento regional de campesinos del Este, a su servicio, cuando fue llamado para ayudar en la protección de la naciente República Dominicana, el 27 de febrero de 1844, ante la embestida de los haitianos, quienes no aceptaban la posibilidad de dos repúblicas en la isla caribeña que los europeos llamaron La Española.
Luego de varios libros históricos, en los que aparece y destaca la figura de Pedro Santana, Soto Jiménez cruza la frontera de la narración histórica para entrar en la historia novelada. Valiéndose de una técnica literaria conocida como prosopopeya, pone un objeto como narrador: El machete de Pedro Santana. Es así como el autor ayuda en la construcción de una imagen pasable -y hasta entendible- de este personaje huraño, de pocas palabras, nada conceptuoso, que apenas utiliza monosílabos y palabrotas campechanas para entregar sus órdenes a los improvisados soldados macheteros que dirige.
El esfuerzo de Soto Jiménez es notable y alcanza su objetivo de configurar un carácter más entendible y asimilable de este personaje retorcido y de precaria formación escolar, pero de inteligencia campesina atrevida, de intuición y arrojo, que termina consiguiendo el control del poder político que tanto ambicionaron Tomás Bobadilla y Briones, y una cantera de jóvenes, idealistas, que se ilusionaron con la posibilidad de una República Dominicana independiente, sin pensar en las raíces del poder que ya existían en la parte oriental de la isla, en donde varios de los que apetecían el mando, como el propio Bobadilla, eran serviles al control haitiano o se desempeñaban como funcionarios del régimen haitiano o como representantes ante la asamblea legislativa con sede en Puerto Príncipe.
Esta novela inspirada en acontecimientos históricos, aunque narrada por un machete, es un intento de aproximación al hombre duro, controversial, pragmático, sin sentido de la trascendencia histórica, que fue Santana.
Es muy elocuente que el autor en su juventud se sintiera atraído por esta figura militar, y pese a ser Pedro Santana un antihéroe, déspota, traidor y villano, responsable de ordenar el fusilamiento de los grandes hombres que idearon y forjaron la patria, de haber deportado y declarado traidor a la Patria al propio Juan Pablo Duarte, y de casi ordenar su fusilamiento, lo asume como un personaje carismático, una figura con un imán especial para los temas históricos y militares. Y varias generaciones de oficiales dominicanos, sin haber escudriñado lo suficiente a este guerrero, lo asumen como un hombre duro y fuerte para defender la Patria, pese a que él nunca creyó en el proyecto de un país libre e independiente, y pese a que siendo presidente de la República, anexó a la pequeña nación al imperio español, dando pie a una nueva guerra nacional, en este caso, de Restauración de la República.
“Todavía hoy duele”, dice Soto Jiménez, “como una herida abierta, en la conciencia ciudadana” las decisiones de este sujeto, protagonista de esta historia contada por un machete.
La novela cuenta una historia de heroísmo sin contar una sola batalla de Pedro Santana. El esfuerzo enumera choques, enfrentamientos, órdenes y reparticiones de fuerzas militares y civiles, pero jamás aparece la figura de Pedro Santana conduciendo un solo combate. Es un sujeto cargado de complejos, que se traga sus versiones de los hechos, sin explicar a nadie lo que pretende, y tomando en ocasiones decisiones contradictorias para cualquier estratega militar, como el retiro de las tropas dominicanas de Azua, luego de la batalla del 19 de marzo de 1844. El general Santana nunca blande su machete contra ningún invasor haitiano, jamás monta su caballo para combatir contra los “mañeses” en un enfrentamiento. Aunque sí blande su machete contra Francisco del Rosario Sánchez, contra María Trinidad Sánchez, contra Antonio Duvergé y su hijo Alcides, contra los hermanos José Joaquín y Gabino Puello, y contra tantos otros a los que persiguió, desterró o metió a la cárcel por el sólo hecho de contradecir sus decisiones.
Santana fue un personaje funesto y cruel. De acuerdo con la reseña del autor, “siño Pedro no habla, el patrón que es también mi dueño nunca sonríe ni bromea. Santana es solo cavilar despierto, entrecejo arrugado, entre lanzas que esperan y machetes que aguardan”. Un perfecto dictador, sin carisma, sin otro objetivo que asumir el poder para vender la patria al mejor postor.
Una de las peores decisiones de Pedro Santana fue ordenar el fusilamiento de Antonio Duvergé, héroe de la batalla de Azua, del 19 de marzo de 1844, y adalid de las batallas de El Memiso, La Isleta, El Pilar y de las acciones de Cachimán y Bánica.
Santana es el sujeto militar que destrona el gobierno formado por los seguidores de Duarte, los Trinitarios. Santana es quien rodea con sus militares incondicionales la Asamblea Nacional Constituyente que aprueba la Constitución del 6 de noviembre de 1844, hecha para sus propósitos personales. Santana es quien se proclama “dictador Supremo”, y quien se hizo el propósito de fusilar a Juan Pablo Duarte. Lo declaró traidor a la Patria y lo expulsó del país. También ordenó el fusilamiento de José Contreras, en Moca, y ordenó el fusilamiento de los mártires del 17 de abril de 1963, incluyendo al patriota y poeta Eugenio Perdomo Martínez.
De todos modos es muy útil la intención de Soto Jiménez, porque en su búsqueda encuentra la manera de presentar a un hombre corroído por la ambición de poder, a un personaje virulento, nefasto, pero -en la lógica de los que organizaban la naciente República- necesario para enfrentar a los haitianos. Santana puso sus condiciones y les fueron aceptadas. Algunos pensaron manipularlo, mientras él estaba en el campo de batalla. Su representante político fue su hermano gemelo, Ramón, quien falleció temprano.
Pedro Santana fue un hombre arbitrario, depresivo, sin educación, con capacidad para arrear ganado y cerdos, y de la forma en que se comportaba con sus animales así trataba a los hombres que estuvieron a su servicio.
Soto Jiménez ha hecho un gran esfuerzo por darle consistencia a la figura de este antihéroe, y en esta novela histórica la parte más lastimosa es el circunloquio de su machete, en las últimas horas de vida de Pedro Santana, en su residencia de la calle Del Estudio, hoy Hostos, esquina Luperón.
Explica Soto Jiménez que Pedro Santana “tampoco supo jamás lo que era la indulgencia ni la tolerancia, llegando a la irreflexión de fusilar sin chistar a los viejos héroes de antes, sin importarle un carajo sus méritos, para exiliar de un plumazo a multitudes de próceres y de héroes, sin atender sus servicios a la Nación y a la Patria”.
Pedro Santana nunca creyó en la independencia dominicana, ni creyó en la separación de Haití. Buscó beneficios, ambicionó el poder cuando se dio cuenta que se requería a alguien osado, con unos cuantos hombres armados, para defender un proyecto que no era suyo.
Balaguer lo entendió y lo describió muy bien en su libro sobre Antonio Duvergé, El centinela de la frontera. Cita una carta de Pedro Santana a Tomás Bobadilla, requiriendo sus esfuerzos para obtener “el socorro de ultramar”, que no era otra cosa que la anexión a Francia o España. Y Balaguer describe:
“La flaqueza de ánimo de Santana, y sobre todo la desconfianza que siempre le inspiró la causa de la independencia nacional…El gran derrotista acepta como versión vergonzosa, indigna de quien tenía en sus manos en aquellos momentos los peligros de los destinos de la República”. Y reclama a Bobadilla acelerar los pasos para conseguir esa comodidad que anhelaba de las potencias europeas.
Ese es el mismo personaje que firmó la anexión a España, y que de presidente de la República pasó a ser el “Marqués de las Carreras”, adherido a una supuesta protección de la metrópolis. Lástima que siga siendo tema de debate hoy día, porque los restos de ese sujeto se encuentran en el Panteón Nacional y no en el zafacón de la historia.