Es un lugar común: Cuando los países sufren crisis, sobre todo crisis en la economía, asoma la tentación de buscar solución en un líder que promete gobernar con manos de hierro para imponer el "orden" y dirigir a sus conciudadanos hacia la seguridad y el bienestar.

En los últimos años el mundo ha vivido diversas crisis, desde guerras, pandemias hasta la expansión de la inseguridad ciudadana a causa del fortalecimiento de la delincuencia común y del crimen organizado.

República Dominicana ha gozado de estabilidad económica desde hace más de veinte años y su democracia, pese a las debilidades, es envidiable en comparación con las de otros países de la región en los cuales los procesos electorales terminan en crisis políticas e impugnaciones.

No obstante, República Dominicana tiene una seria tarea pendiente: reducir la enorme inequidad. Somos uno de los países que más crece en su economía, pero entre las cúpulas más ricas, la pujante clase media urbana y la población que vive con lo mínimo, hay una profunda e injusta diferencia.

Falta la democracia económica de la que hablaba el doctor José Francisco Peña Gómez. O, dicho de otra manera, como expresó Juan Bosch: la democracia no camina descalza ni se va a la cama sin cenar.

Es para que los políticos, los que asumen esa carrera como un servicio a sus conciudadanos, reflexionen sobre lo que deben hacer para recuperar la confianza de la gente.

Es un gran desafío histórico. Es una urgencia. Se necesita hacer todo lo posible para pagar esa deuda social acumulada por tantos años en la sociedad dominicana. Porque es la única garantía de que la democracia se fortalezca y se evite que la desesperación de los menos favorecidos, e incluso de los sectores medios, favorezca a algún aparecido que prometa el paraíso inmediato.

Los partidos y políticos tradicionales suelen advertir del peligro de lo que llaman la "antipolítica". Pero si toma fuerza la antipolítica, y la gente se embelesa por cualquier aparecido, es porque la gente pierde la confianza en la democracia y en sus líderes.

Los estudios sobre la democracia y la política están dando señales de alerta. Un porcentaje cada día más creciente mira con simpatías a los gobernantes autocráticos y hasta se muestra dispuesta a sacrificar la libertad a cambio de supuestas respuestas eficientes a los problemas que afectan a la sociedad.

Esa ola de partidos y líderes extremistas que prometen soluciones de corte al ras, no surge de la nada. Es para que los políticos, los que asumen esa carrera como un servicio a sus conciudadanos, reflexionen sobre lo que deben hacer para recuperar la confianza de la gente.

De aparecidos, chapulines, predestinados y vengadores sociales está llena la historia del mundo,  incluso de nuestro país. Y con ese tipo gobernante los resultados, la supuestas soluciones, resultan peores que los males que se prometen resolver.