Así se encuentra Haití. Atrapada, y no en los enredos de un poema ni en los de una canción. Con el magnicidio del ex presidente Jovenel Moïse aún lejos de aclararse, se impone la maledicencia. Ahora impera, en el intervalo de ese crimen y las elecciones nacionales en mientes, tanto las contrariedades de posiciones e intereses, como la confusión aparentemente desordenada. 

Por el momento, Ariel Henry ejerce las funciones de primer ministro del país. Como tal fue reconocido por instancias locales y gobiernos señeros de la comunidad internacional, luego de haber sido designado por el finado expresidente. 

Si todo hubiese transcurrido sin más bajo la presidencia de Moïse, su mandato presidencial hubiera terminado definitivamente el pasado 7 de febrero. Como se sabe, el magnicidio alteró tanta normalidad y ahora, a la luz del supuesto período constitucional prestablecido, se le exige al Primer Ministro que concluya sus funciones y ceda el poder otorgado.

A tal pretensión, el Primer Ministro respondió el 6 de febrero valiéndose de su cuenta de Twitter. En las vísperas de la para él y su gobierno fatídica fecha advirtió:

El 7 de febrero no marca el final del mandato del gobierno, que es responsable de organizar elecciones libres y democráticas. El próximo inquilino del Palacio Nacional será un presidente elegido libremente por todo el pueblo haitiano

En términos aparentes, así respondía el pedido recibido de parte de un Senado incompleto, aunque representado por Joseph Lambert, su presidente, y Patrice Dumont, también presidente pero de la Comisión de Asuntos Políticos. Ambos escribieron a Henry aclarándole cómo veían las cosas desde ese órgano estatal según el cual reconocían “de manera indiscutible e incontestable el fin del mandato del presidente Jovenel Moïse el 7 de febrero de 2022”. Y, como si se tratara de un ejercicio aristotélico,  por vía de “consecuencia lógica” ambos aducían en su misiva que la misión del primer ministro había llegado a su fin y Henry debía entregar la elusiva banda presidencial a la Cámara.

Pero si bien Ariel les respondió de frente por la vía negativa de los hechos a los miembros del Senado, como quien no quiere las cosas, difícil no intuir que su respuesta tenía bajo la mira a un segundo grupo de interlocutores.

II. La punta visible del iceberg es el duplo Fritz Alphonse Jean y Steven Irvenson Benoit, respectivamente nombrados el pasado 30 de enero como presidente interino y primer ministro interino de Haití.  El primero había sido primer ministro interino de Haití entre febrero y marzo de 2016 y gobernador del Banco Central entre 1998 y 2001. El segundo había cumplido su período senatorial. 

Ambos interinatos y sus incumbentes fueron concebidos y designados en sus nuevas posiciones con y por el respaldo de un conjunto de organizaciones agrupadas en el autodenominado Consejo Nacional de la Transición (CNT). Para fines de contexto, se indica que el CNT es secuela de un activo Acuerdo de Montana, que a su vez procedía de las ingentes manifestaciones opositoras a Martelly debido a las acusaciones de corrupción que recibió por su supuesto comportamiento a la sombra del finiquitado PetroCaribe.

En cualquier hipótesis, durante el mes de enero 2022, Fritz Alphonse Jean recibió dos avales a su ascenso como presidente interino de Haití. El primero lo recibió el 17 de enero, dos semanas antes que el del CNT. Fue ese día en el que, si no toda la diáspora haitiana en suelo estadounidense, al menos sí varios grupos de la sociedad civil se reunieron en la ciudad de Nueva Orleans en la llamada "Cumbre de la Unidad Haitiana" y lo nombraron, por primera vez como presidente interino de Haití. 

En esa ocasión la respuesta de Ariel Henry no se hizo esperar: 

"No es tiempo de discusiones fútiles ni de luchas fratricidas por la conquista de un poder efímero. En esta difícil coyuntura, no podemos empezar el juego de las sillas musicales con la jefatura del Estado"

Independientemente de si fue así previsto o anticipado, ex profeso o por coincidencia, a 48 horas de terminar el mismo mes de enero, el CNT informó que de la votación efectuada por sus integrantes para las posiciones de presidente interino y primer ministro interino de Haití, Fritz Alphonse Jean  ganaba la presidencia con 25 votos contra los 15 que recibió el expresidente del Senado Edgard Leblanc Fils. A su vez, la primatura haitiana recaía en Steven Irvenson Benoit. El mismo Centro especificó -como si no fuera poca cosa- que en el transcurso del encuentro fue instituído el Colegio Presidencial con cinco miembros; y sea dicho a modo de coletilla, uno de los cuales se le ofreció a un representante de Henry, solo que este no aceptó tal representación. 

El CNT aclaró en esa ocasión que objetaba a Ariel Henry por dos razones primordiales. Primera, el hecho de que su designación no había sido sometida ni aprobada por un Parlamento -inelecto en aquel entonces. Y segunda razón, ¿cómo silenciarla?, porque se le vinculaba a la trama que concluyó con el asesinado del finado Moïse. En consecuencia, enrumbado por la misma lógica aristotélica anterior “las nuevas autoridades haitianas” tienen el mandato de conducir los destinos del país durante dos años, hasta las elecciones para escoger las autoridades definitivas de ese país en 2024.

Esta vez la respuesta del Primer Ministro en funciones, que aparentemente cuenta con relativo respaldo interno e incluso reconocimiento -al menos por ahora- incondicional de la denominada `comunidad internacional´, apeló al sentido común aun cuando sea insuficiente para resolver revueltas cuestiones de poder político y económico:

“Nadie tiene la autoridad ni el derecho de reunirse en un hotel o en el extranjero para decidir en un pequeño comité quién será presidente o primer ministro. Todo esto es una distracción.”

Por demás, reiteró que su gobierno está avanzando en el proceso de organización de las elecciones, a pesar del ruido político y del creciente clima de inseguridad que se vive en el país alimentado por las pandillas, a las que calificó con un guiño de ojo al cierto reducto expectante de la élite empresarial haitiana, así como a la comunidad internacional, de “terroristas”. Y por tanto finalizó amenazando con perseguirlos y también persiguir “como si fueran terroritas” a aquellos que se apoyen en las pandillas para tratar de hacerse con el poder por la violencia. 

Obvio, el redoble de campanas está dado, de bando y bando. 

III. Ahora bien, del cúmulo de informaciones salidas a raíz del nombramiento de nuevas autoridades interinas en Haití, una llama la atención. 

Durante la votación en el seno del CNT se registraron dos abstenciones política significativas: la del partido Tèt Kalé, de los ex presidente Martelly y Moïse, y el partido Fanmi Lavalas, del disminuido ex presidente Bertrand Aristide. Solo uno de ellos se comunicó con la opinión pública: “La organización política Fanmi Lavalas firmante del Acuerdo de Montana informa que no participó en este proceso de identificación de líderes de partidos políticos para liderar la transición”. 

Cabe preguntar, ¿por qué ambos partidos políticos se apartaron del proceso de selección de candidatos a cargos de presidente y primer ministro? En particular, tomando en consideración que la escogencia a los puestos gubernamentales ejecutivos acontecía bajo la égida del Acuerdo de Montana, -concertación esta de la que ellos formaban parte-, promovido por múltiples organizaciones de la sociedad civil, partidos políticos y connotadas personalidades de la vida pública haitiana. 

De acuerdo a informes de prensa de circulación nacional e internacional, existe un amplio margen de conjeturas, pues se atisba una respuesta objetiva entre líneas de lo comunicado por Lavalas. “La organización política Fanmi Lavalas firmante del Acuerdo de Montana informa que no participó en este proceso de identificación de líderes de partidos políticos para liderar la transición”. Más aún, finalizó excluyéndose del susodicho pacto y llamando a respetar los lineamientos y propósitos constitutivos del susodicho Acuerdo. 

En otras palabras, al menos desde esa óptica partidista, extraños lineamientos y propósitos no especificados se hacían valer en el seno del ahora dividido lar opositor.

IV. En este contexto, y pasado el antedicho Rubicón del 7 de febrero, resuenan los términos emotivos y descarnados con los que, como si encarnaran el grito unísono de todos en Fuenteovejuna, la Conferencia de Obispos de Haití, en vísperas de esa fecha, se refiere a la gravedad de la actualidad histórica de su país. Al igual que fuera del país, ellos, en y desde Haití, así como miles de haitianos y haitianas de buena voluntad, deben saber las contrariedades que vuelven a escindir por intereses y concepciones particulares a la sociedad haitiana. Y, por tanto, suplican a propósito de Haití y de todo su pueblo, al borde del abismo: 

¿Quién detendrá su descenso al infierno? En verdad, el pueblo haitiano ya no aguanta más. Está cansado, extenuado, agotado. El país está viviendo en condiciones de vida totalmente alienantes, humillantes, inhumanas, deshumanizantes.”

Si bien es cuestionable que ese “quién” sea una persona individual, o incluso un gobierno émulo de algún Leviatán del color político e ideológico que se prefiera, lo indiscutible es la carencia de bienestar de ese pueblo en aras del cual es impostergable poner “el bien supremo de la Nación por encima de todo otro interés personal, para evitar que nuestro país no caiga en el caos total”.

Eso implica, con o sin excusas, no mirar la paja en ojos de Naciones Unidas, potencias extranjeras como la estadounidense, la francesa u otras, sino en los ojos propios. Nadie, absolutamente nadie es inocente de lo que acontece a su alrededor. Mírese, por fin, cada uno de los actores principales con un mea culpa en los labios por ser responsable del drama que padece esa población y todo el país como tal desinstitucionalizado. 

Solo así podrá tener más probabilidades de éxito el llamado de cuanto ser de buena voluntad se reconozca en este llamado episcopal: 

A la conciencia y al sentido de responsabilidad de nuestros dirigentes, para que trabajen al máximo, sin escatimar esfuerzo, de manera que el orden, la paz, la seguridad, y el respeto a las vidas y a los bienes, sean plenamente restablecidos y consolidados. En fin, así prevalecerán el derecho y la justicia en nuestro país”.

Lo sé y en la Unidad de Estudios de Haití lo sabemos. Por simple y socorrido que ese llamado pueda parecer, la historia universal demuestra que no hay mejor opción para escapar de la maldad de `los miserables´ (nada novelísticos, dicho sea entre paréntesis) y de la maledicencia de una élite encumbrada (por tanta plata) o advenediza (por los intereses creados), cuando se disponen a usurpar en beneficio propio el poder y las riquezas. Cuantas veces es ignorado semejante llamado, a todos nos acecha la “encrucijada particularmente peligrosa e inquietante de nuestra historia”; léase bien; aquí y ahora, la de Haití -enredada en sus propios enredos- y no solo -aunque por supuesto también- en el desafuero de los demás.