El año pasado fue publicado por la Universidad de Columbia el libro “Oil leaders”, de la autoría de Ibrahim Almuhanna, quien fue asesor del Ministerio de Energía del Reino de Arabia Saudita desde el año 1989 hasta el 2017.
En la publicación se resalta una visión sin precedentes del pensamiento estratégico de las principales figuras del mundo de la energía. AlMuhanna destaca cómo los líderes del sector energético han aprendido a través del tiempo a manejar las señales que envían al mercado y otros actores relevantes para evitar que los precios del oro negro caigan en un “free fall”.
En el análisis, el mismo destaca la historia moderna, donde muestra que los principales conflictos militares, o en revoluciones violentas que involucran a naciones en las principales regiones productoras de petróleo, como el Medio Oriente, han llevado cambios estructurales en el mercado del oro negro.
Los ejemplos notables incluyen el de la guerra de Yom Kipur, que fue liderada por Egipto y Siria contra Israel en 1973, la revolución iraní, la guerra entre Irán e Irak y la huelga petrolera venezolana en el 2002.
Esas confrontaciones afectaron directamente las instalaciones petroleras en varios países y condujeron a cambios en el “statu quo” general del petróleo. Y es que los resultados en su momento no dejaron de sentirse; por ejemplo, después de la invasión de Kuwait por Irak, significó la pérdida de ingresos petroleros para ambos países. Irak tardó más de veinte años en recuperar la capacidad de producción perdida (3.4 MMb/d), al que Kuwait le tomó una década para restaurar su producción de 1.5 MMb/d.
Mucho se dice que la historia sirve para no repetir los errores del pasado, no obstante, esa realidad objetiva Rusia no la ha admitido. No es un secreto que la punta de lanza ante la invasión de Rusia a Ucrania, era sin lugar a dudas la dependencia de Europa de su producción de petróleo, pero sobre todo de su gas natural vía gasoductos.
Sin embargo, un sin número de factores, tales como la gran producción estadounidense de gas natural, el sobreabastecimiento de países asiáticos, igual que un invierno con temperaturas favorables han ayudado a aliviar la transición de Europa de la dependencia energética rusa. De seguir esta tendencia estaremos en una reestructuración de los mercados energéticos sin precedentes. Es bueno resaltar que ya para el año 2022, Noruega reemplazó a Rusia como el principal suplidor de gas natural para Alemania, mientras la Agencia Internacional de Energía resaltaba el rol estelar que tendrá EE. UU. en los mercados internacionales en la comercialización del mismo gas natural.
Por el otro lado de la moneda, la producción de petróleo y gas natural rusos han sido prácticamente disminuidos a dos mercados, India y China, con la agravante de que el petróleo ruso (Ural), cotiza en los mercados US$52.33 al cierre de esta semana, que es muy por debajo de lo presupuestado por el gabinete económico ruso para el 2022 y para el mismo 2023. De la misma manera, producto de su limitado mercado, se refleja en el diferencial Brent/Ural es de más US$34 dólares a favor del Brent, cuando históricamente ha sido de alrededor de $5.
No está demás apuntar que en un gran trabajo realizado por la revista Foreign Policy, titulado “The World Economy No Longer Needs Russia”, resalta cómo Rusia ha disminuido su exportación a Europa en más de un 83% desde inicios del 2021, lo que tradicionalmente significa más del 50% de las recaudaciones del gobierno ruso. En la misma dirección Pierre Andurand, inversionista en commodities comentaba: “Rusia ha perdido para siempre a su mayor cliente y le llevará al menos una década redirigir esas ventas de gas al Asia. Una vez que Rusia solo pueda vender gas a China, Beijing estará en posición de decidir el precio. Todo parece indicar que Vladimir Putin cometió un error de cálculos y por vía de consecuencia ha matado la gallina de los huevos de oro.