La historia no se repite, pero rima. Una frase que se le atribuye al escritor estadounidense Mark Twain, tiene hoy en día más validez que nunca.
Han pasado más de 14 años desde que la crisis financiera del 2007-2008 provocó el colapso y la quiebra de uno de los bancos de inversión más grande de EE. UU., Lehman Brothers.
Y ahora, un colapso similar no parece muy lejano para Credit Suisse y Deutsche Bank, dos de los bancos más grandes del mundo, pues en medio de una desaceleración económica existen los temores de una recesión y una liquidación mucho más amplia del mercado, sabiéndose que ambos están sufriendo dificultades en sus valoraciones y se informa que los niveles de seguro de incumplimiento crediticio se acercan a niveles no vistos desde la crisis del año 2008.
Así, viéndolo en contexto, Lehman Brothers representaba alrededor de US$600 mil millones en activos, mientras hoy Credit Suisse y Deutsche Bank representan más de US$2800 mil millones en activos. La precariedad de estas dos instituciones ha sido interpretada por los mercados con una disminución en su valoración 70% y 50% respectivamente, desde febrero del 2002, y con sus “credit default swaps” a niveles similares a los de Lehman en el 2008.
No hay marcha atrás en la lucha contra la inflación. ¡La suerte está echada!
Sería llamarnos a engaño el pretender emitir una opinión con una simple comparación entre instituciones que colapsaron en el 2008 e instituciones que en la actualidad presentan similar comportamiento; por eso, en un intento de confirmar nuestros temores recurrimos a un sin número de indicadores que apuntan más allá de una coincidencia.
Veamos. La circunstancias e indicadores del momento ameritaban rebuscar los datos de la historia de los mercados y así nos encontramos con que el valor del dólar se encuentra en su más alto nivel desde el 2000 en comparación con las monedas de los países del G7, con una apreciación de 22% contra el yen, 30% contra la libra esterlina, 13% contra el euro y un 6% con los países emergentes desde principios del cursante año.
Lo anterior se interpreta más que como una causa, una consecuencia de la política “hawkish” de la Reserva Federal, en su afán de mitigar la persistente inflación, a la vez que se han desencadenado incómodas situaciones tales como el peor año del mercado de bonos norteamericanos desde el 1920, la disminución de los precios en el sector inmobiliario por primera vez en más de una década y el mercado de capitalización del sector tecnológico que ha perdido casi todo el crecimiento exhibido desde la pandemia.
Cuando cruzamos el Asia, la semana pasada, nos encontramos con el anuncio del Banco Central de Japón (BOJ), de llevar a cabo operaciones de emergencia, ofreciéndose a comprar más de US$600 millones de dólares en deuda pública. Al ver esta operación tan agresiva de un Banco Central que posee más del 70% de los bonos japoneses a 10 años, y al mismo tiempo acapara más del 60% de los fondos mutuales locales, eso nos dice que “algo anda mal en Dinamarca”.
Siguiendo con Asia, allí notamos una China que retrasó abruptamente, sin ninguna explicación, la publicación de sus datos económicos de su último trimestre, y posteriormente anunciando un crecimiento de un 3.9%, que está muy por debajo de se meta de 5-.5.5% para el cierre del 2022. Como consecuencia, hemos visto la más alta depreciación del yuan en los últimos 27 años, con señales cada día de una tendencia mucho más fuerte, tal vez producto del nivel de reservas de dólares más baja en los últimos 5 años.
Más adelante navegamos hacia Europa y allí observamos el Banco Central de Inglaterra, con operaciones similares a la del Banco Central de Japón, ante la falta de liquidez de sus bonos, poniendo en riesgo los fondos invertidos en los planes de pensión públicos.
Sin lugar a dudas, que entre lo antes abordado y la GCF hay muchas similitudes, pero igual es un período muy similar en muchos aspectos a las secuelas de los aumentos de tasa de interés de 1994 por la Reserva Federal (FED), con el efecto “Tequila”, la crisis asiática, y el “default de Rusia”.
Es de observar, finalmente, que todo tiene su génesis en una política monetaria restringida por parte de la FED y como consecuencia el de un dólar fuerte, traduciéndose en la depreciación de los commodities, disminución del intercambio comercial y debilitamiento de las economías de los países emergentes.
El mensaje es claro: no hay marcha atrás en la lucha contra la inflación. ¡La suerte está echada!