A inicios de este año causó mucho revuelo un artículo publicado por Paul Krugman, titulado “The Year of Inflation Infamy”, que traducido al español sería “El año de la infamia de la inflación”. En el mismo, el laureado economista hace un recuento de los distintos acontecimientos inflacionarios a través de la historia económica de los EE. UU., al igual que el mecanismo usado en el momento para enfrentar esos fenómenos.
Y lo que más nos llamó la atención fue su profunda sinceridad al admitir que sus perspectivas de inflación para el año 2021 estaban equivocadas. En la misma publicación Krugman expresa que “Tal vez lo que hay que tener en cuenta es lo poco que sabemos sobre dónde estamos en este extraño episodio económico. Los economistas que, como yo, no esperaban mucha inflación se equivocaron, pero los economistas que sí predijeron la inflación quizá acertaron por razones equivocadas, y nadie sabe realmente lo que está por venir.
Mi opinión es que deberíamos dudar mucho de acabar con el auge antes de tiempo. Pero, como todos los que se toman en serio este debate, estoy pendiente de los datos y me pregunto cada día si estoy equivocado”.
En un similar cambio de postura se evidenció el presidente de la Reserva Federal de EE. UU., Jay Powell, a finales del 2021, al decir que era hora de no utilizar la palabra “transitoria” para referirse a la inflación, en una audiencia ante el Comité Bancario del Senado de los Estados Unidos.
Así mismo, la semana pasada, para una entrevista al canal CNN, la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen, causó mucho revuelo con sus declaraciones, al decir: “ha habido grandes impactos imprevistos que han disparado los precios de la energía y los alimentos, y cuellos de botella en el suministro que han afectado gravemente la economía estadounidense, me equivoqué con la inflación”.
Traemos esto a relucir, porque en el otro lado del espectro, los que sí percibían una inflación, con razón o no, en el momento han recibido con algarabía los pronunciamientos de “mea culpa” y les ha servido de gasolina para sus egos, acompañados del tradicional “te lo dije”.
Sin embargo, en nuestro caso vemos todo lo contrario; vemos una actitud refrescante, poco usual y hasta gratificante, en un mundo que cada día se aleja más de las discusiones constructivas enfocando más sus energías en buscar información que refuerce sus opiniones por más descabellas que sean, pues parece ser que de lo que se trata hoy es de tener razón, y lo demás es irrelevante. Vemos un premio nobel de economía en Krugman, una de las mentes más brillantes en Yellen, y una Reserva Federal compuesta por más de 400 doctores en economía que hoy de una manera u otra admiten sus errores.
Y es con ese tipo de actitudes con la que siempre hemos soñado. Precisamente, le comentaba a un gran amigo hace unos días que, con la entrada de las nuevas autoridades gubernamentales de nuestro país, se nos brindaba una oportunidad de oro como sociedad, de construir una oposición responsable, con críticas y sugerencias constructivas; que no se podía apostar a un mal gobierno, en razón a que afectaría a todo el país en su conjunto.
En tanto que, por el lado de las autoridades de turno, lo sano sería que fuesen más abiertas a las críticas, y no por el contrario ser sensibles a las mismas, ya que nunca está de más escuchar sugerencias; diría incluso que la sociedad les reconocería sus esfuerzos, al admitir errores, y no por el contrario justificar las fallas, pues se podría interpretar como soberbia. A los eruditos criollos les recordamos la frase “La soberbia es la máscara de la ignorancia”. Con ese proceder hay que tener mucho cuidado.