“La década perdida” es una expresión que se utilizó inicialmente para describir la crisis sufrida por América Latina durante los años 80 del siglo XX. Posteriormente, el mismo término fue usado por el período de estancamiento económico de Japón, encausado por el colapso de burbuja de precios de los activos a fines de los 90.

En el caso particular de América Latina, son cuantiosos los estudios publicados que tratan el tema de una forma muy detallada, pero para lo que nos concierne, nos limitaremos a abordar el tema como punto de referencia al panorama actual. Transportándonos a 1975-1980, es de resaltar que, América Latina como región, triplicó su nivel de endeudamiento externo con una creciente proporción de la deuda contraída a mediano plazo, y de la restante (o sea, a largo plazo), el 66%, fue contraída con tasas de interés variables.

Para entonces, similar a la situación actual, los Estados Unidos enfrentaba fuertes presiones inflacionarias, obligando a aumentar sus tasas de política monetaria (TPM) de 9.25% a principios de 1980, a 19.25% a mediados del año 1981, mejor conocido como el “Volcker shock”. El endurecimiento monetario. como consecuencia, agudizaron el alza de la carga del servicio de la deuda externa de la región donde de repente países de América Latina que pagaban una tasa de interés de 5%, experimentaron un aumento de hasta un 200%, pagando intereses en un 15%, y ya para el 1982 los mismos representaban el 47% de las exportaciones.

Contrario a los 80, EE.UU. tiene hoy un nivel de deuda mucho más abultada que en 1979-1980, lo que no le da el lujo a la Reserva Federal de aumentar los tipos al nivel de la época de Paul Volcker, pues sería insostenible.

Justamente dos días, luego de tomar posesión Salvador Jorge Blanco como Presidente de la República Dominicana en 1982, el gobierno de México anunció a sus acreedores que no tenía con qué pagar su deuda, lo que creó un efecto multiplicador dando origen a la crisis de la deuda de América Latina, que como consecuencia tuvo profundo impacto en toda la región; de hecho, muchos todavía recuerdan la reestructuración de la misma y medidas impositivas que sugirió el Fondo Monetario Internacional (FMI) a nuestro país para ese entonces. De acuerdo con el hoy ministro de Hacienda de Colombia, el economista José Antonio Ocampo, este episodio económico ha sido el más traumático que ha experimentado América Latina a lo largo de su historia.

En retrospectiva, en un artículo publicado por Ocampo para la CEPAL, el mismo afirma que: “La región retrocedió del 121% de promedio del PIB per cápita mundial al 98%, y del 34% al 26% del PIB por habitante de los países desarrollados”. Y más luego apunta que: "América Latina solo retornaría a los niveles de pobreza de 1980 en 2004, por lo cual en término de pobreza hubo no una década, sino un cuarto de siglo perdido".

Ahora bien, somos de los que piensan, que producto de la globalización, la interconexión de los mercados y la financiarización de la economía global, hemos tomado un segundo respiro, llevando relativamente baja la inflación y una deuda pública sostenible en el transcurso de las pasadas dos décadas. No obstante, los últimos 3 años han sido desalentadores, pues en el tramo 2020-22, con la pandemia del COVID-19, que a pesar de solo contar con 8% de la población global, América Latina representó, de acuerdo al World Health Organization (WHO), alrededor del 40% de todas las muertes, al igual que experimentamos la contracción económica más aguda en los últimos 100 años.

Luego, precisamente cuando ya la región estaba experimentando un rebote económico (no crecimiento), fuimos golpeados por los efectos colaterales de la invasión de Rusia a Ucrania, y presiones inflacionarias de carácter global, donde todo lo anterior disparó la inflación en los países de América Latina entre 8-12% y un aumento de la deuda pública en más de un 70%.

Al comparar las condiciones que contribuyeron a una de las más severas crisis que ha experimentado América Latina, nos damos cuenta que muchos elementos al igual se manifiestan en la actualidad: presión inflacionaria, EE.UU. enfrentando una inflación con un TPM agresiva, exorbitantes precios de energía, y grandes acumulaciones de deuda pública, sobre todo extranjera.

Sin embargo, desde un ángulo tal vez embriagado de optimismo, también existen ciertos elementos a nuestro favor que llaman a un mejor desenvolvimiento de los hechos. Lo primero es que contrario a los 80, EE.UU. tiene hoy un nivel de deuda mucho más abultada que en 1979-1980, lo que no le da el lujo a la Reserva Federal de aumentar los tipos al nivel de la época de Paul Volcker, pues sería insostenible. Lo otro es que en la actualidad, gracias a la apertura de los mercados de capitales, y la madurez de las mismas instituciones financieras de nuestros países, prácticamente toda la deuda pública emitida tiene tasa de interés fija; y por último, producto de la misma interdependencia de los mismos países, es casi un mandato velar por el bienestar económico y financiero de cada uno de sus participantes, para así evitar cualquier propagación de una crisis en el sistema financiero global.

 

Miguel Andújar en Acento.com.do