(*) El autor es director de la Oficina Nacional de Evaluación Sísmica y Vulnerabilidad de Infraestructura y Edificaciones (ONESVIE)

Cuando en el 2011 publicamos el libro “El día del Terremoto… puede  ser hoy” lo hacía con la única intención de rescatar parte de nuestra memoria histórica sísmica reciente. La mayor fuente de información fue el periódico La Nación, en cuyas páginas se describían al detalle los diferentes niveles de afectación, es decir de daños, en todos los rincones de la República Dominicana, ilustrándolos con una gran cantidad de fotos, hasta el momento ignoradas y sobre todo olvidadas, al menos por nuestra generación.

Esas fotografías muestran sutilmente nuestra realidad olvidada Este terremoto, considerado el más grande del siglo pasado, alcanzó una magnitud de 8.1 en la escala de Richter, produciendo una enorme cantidad de “réplicas”, incluyendo una que alcanzó la magnitud de 7.9, el 8 de agosto de 1946, apenas cuatro días después del evento principal. Se produjo en ambos casos el fenómeno conocido como tsunami, siendo el del 4 de agosto el responsable de la destrucción de Matancita, en Nagua.

Nos sirvió este evento entre otras cosas para entender el estado del arte de la ingeniería y  de arquitectura nuestras. Por una parte, se hizo la modificación de la ley 675 de construcción y ornato público que había sido promulgada en 1944, prohibiendo a raíz del terremoto las construcciones de tapia y obligando a que las paredes y las losas de las nuevas edificaciones quedara correctamente amarradas.

Otro aspecto positivo de este evento fue la invitación al padre Joseph Lynch de la Universidad de Fordham quien impartió una cátedra en la Universidad de Santo Domingo, explicando sobre el origen de los terremotos y sobre todo alentando a la población que estaba exhausta por las tantas réplicas.

Uno de los aspectos más positivos de esta visita fue la partida del ingeniero Héctor Iñíguez a formarse en la referida universidad como el primer sismólogo dominicano y la posterior creación del Instituto Sismológico Universitario.

Esta historia se fue diluyendo con el tiempo, siendo ligeramente recordada por los terremotos de febrero de 1971, en marzo de 1985 y el más vivo en nuestra memoria el ocurrido el 22 de septiembre del 2003, que afectó las ciudades de Puerto Plata y Santiago, que produjo el colapso de varias edificaciones escolares y un sinnúmero de otros edificios. Culmina nuestra memoria con el más reciente de la Isla, de importancia extraordinaria como el que ocurrió en la parte oeste de la Isla el 12 de enero de 2010.

¿Cuál es la situación actual sobre estos eventos y dónde nos encontramos en estos momentos respecto al 1946?

Hemos tenido avances significativos en cuanto a la obtención de información sísmica, determinación y estudio de las diferentes fallas tectónicas, la creación de SODOSÍSMICA en 1977, la redacción de dos reglamentos sísmicos en 1979 y 2011, su implementación obligatoria, la llegada de la primera maestría en ingeniería sismorresistente en la PUCMM, así como la creación de la Oficina Nacional de Evaluación Sísmica y Vulnerabilidad de Infraestructura y Edificaciones, (ONESVIE), cuya función es evaluar y eliminar las vulnerabilidades de las construcciones en general que se realizaron antes de la salida de los reglamentos citados, entre otros.

Ahora bien, SI AÚN TENEMOS TIEMPO ¿qué nos ha pasado que no ha sido posible iniciar un programa selectivo de evaluación y refuerzos en escuelas, hospitales, edificios de uso público, puentes, presas, entre otros?

Quizá esta reflexión nos ayude a entender la posible causa de este letargo en la acción para salvar vidas y garantizar que nuestro país pueda aumentar su nivel de respuesta antes de que nos llegue nuestro terremoto:

El gran problema que dejan en evidencia los terremotos es que la historia de largo plazo de estos fenómenos normalmente trasciende la vida de los humanos. Si nos remontamos al terremoto de Haití, de 2010, encontraremos que el último evento anterior importante y destructivo había ocurrido 150 años atrás.

En tal sentido, es muy fácil desarrollar la confianza en las generaciones posteriores de que este tipo de desastre no volverá a pasar, lo que tiende a paralizar las iniciativas de prevención y mitigación, alejando cada día más a nuestros países de la tan necesaria resiliencia post-desastre.

Si bien es cierto que el referido terremoto fue en el lado de Haití, no es menos cierto que es un terremoto de la isla Hispaniola, de la que formamos parte integral. Esto significa que en periodos de retorno de aproximadamente 100-150 años este fenómeno se produce unas veces de aquel lado y otras de este lado de la Isla, fortaleciendo esto la razón del por qué somos tan poco sensibles y despreocupados ante estos fenómenos cuyos resultados son extremadamente catastróficos.

Basta con recordar la pérdida de 316,000 vidas en el terremoto de 2010, que duró tan solo 14 segundos.

Quiero esta vez, que me permitan insistir en la importancia de la duración entre terremotos catastróficos históricos y su relación con la vida humana. Esta probablemente es la razón por lo que países como el nuestro no han iniciado una jornada de evaluación profunda de las diferentes infraestructuras, líneas vitales y edificaciones, única garantía de que nuestro país pueda sentir que su recuperación post-terremoto será posible en un tiempo relativamente satisfactorio, haciendo honor al concepto denominado resiliencia. Este concepto, que viene muy apegado al compromiso de nuestros países contraído en la reunión de Sendai para ser fortalecido en el periodo 2015-2030, tiene como norte la reducción de nuestras vulnerabilidades, como la mejor garantía de la preservación de la vida y de nuestros patrimonios.

Las preguntas que todavía hoy nos hacemos siguen dejando un gran vacío entre nosotros.

¿Cuándo entenderemos que este tema es de vida o muerte? ¿Cuándo iniciaremos un programa responsable que nos permita seleccionar en cada una de las áreas enumeradas en el párrafo anterior, aquellas obras más vulnerables y actuar en consecuencia para garantizar que podrán seguir funcionando después de nuestro terremoto? ¿Por qué aún no nos llega el firme compromiso de no seguir construyendo vulnerabilidades a pesar de que desde 1979 y su versión actualizada y revisada en el 2011 tenemos reglamentos que ordenan la aplicación de las fuerzas de los terremotos en nuestras obras?

Si reflexionamos un poco más sobre este tema observamos que la ausencia de los terremotos en nuestras últimas generaciones, prácticamente implica que no lo hemos vivido y en tal sentido, en lugar de ser cada día más precavidos y rigurosos en el respeto de nuestro reglamento, muchas veces entendemos que aquí no va a pasar ningún terremoto y cada día respetamos menos sus requisitos mínimos, bajo la ignorancia de pensar que si mi edificio garantiza la vida, aunque haya que demolerlo después del terremoto, hemos triunfado como ingenieros. Craso error, porque así como los terremotos pueden durar grandes periodos de tiempo en aparecer, también debemos pensar que en una vida, el ser humano no tiene la posibilidad de volver a comprar su vivienda varias veces y que al día de hoy, como consecuencia de esta realidad, ya se ha iniciado en diferentes países la corriente de que los códigos sísmicos no solo deberán garantizar la vida de los usuarios, sino que también sus viviendas deben sobrevivir el terremoto y seguir siendo utilizable después de que este pase.

Las implicaciones económicas que estas decisiones puedan tener tendrán que venir unidas al nivel de conciencia que nos permita entender que cuando se diseña en zona de amenaza sísmica, necesariamente nuestras construcciones serán un poco más costosas que en aquellos países donde no haya la presencia de los terremotos, pero en un futuro no tengo la menor duda de que nuestro nivel de conciencia al respecto se adecuará, porque seremos capaces de ofrecer viviendas que garanticen la vida, al menor costo y que sigan siendo habitables después que pase el terremoto. ¡Aún TENEMOS TIEMPO!