El mundo está viviendo una tragedia galopante y toda frontera global es violentada como consecuencia de la férrea ambición de las potencias que aspiran adueñarse de las riquezas económicas y el poder de la información. Esta situación está provocando crisis sociales y humanas que están aniquilando el espíritu de una época que costó muchos años en construir en base a ideales y propósitos verdaderamente revolucionarios.
Las libertades, base de la convivencia humana y el desarrollo de los Estados para evitar los peligros de la guerra, hoy se ven, seriamente, amenazadas ante el flagelo de las redes sociales y la globalización de capitales que estrangulan las economías de los países subdesarrollados. Es preciso, pues, reparar en este cuadro dramático que desorienta y de manera engañosa proclaman que cuanto hacen es con el propósito de detener los conflictos bélicos y totalitarios que propician naciones de Occidente y de América Latina.
Un tema recurrente en su agenda son las inmigraciones, las cuales, consideran su movilidad ante la falta de clima, alimentos, viviendas y empleos, entre otros factores. Este choque de civilizaciones y de costumbres ensombrecen las de por sí precarias condiciones de muchos países que, después de la COVID-19, atraviesan por serias crisis económicas, de desempleos y de la irrefrenable barbarie de precios y escasez de productos básicos para la alimentación.
Lejos estamos de la idea de que los hombres tienen un papel en la historia universal porque las naciones poderosas han revertido la dialéctica del progreso y del conocimiento a un extremo tan creativo que contrasta con los sentimientos y las experiencias que, por siglos o décadas influyeron en la autenticidad orgánica de los seres humanos. La influencia de la era de la inteligencia artificial arremete con tal magnitud contra éstos que Yuval Noah Harari, pone el siguiente ejemplo:
“El 7 de diciembre de 2017 se alcanzó un hito crítico no cuando un ordenador ganó a un humano al ajedrez (esto ya no es noticia), sino cuando el programa Alpha Zero de Google derrotó al programa Stockfish 8. Stockfish 8 el campeón mundial de ajedrez en 2016. Tenía acceso a siglos de experiencia humana acumulada en ajedrez, así como a décadas de experiencia de ordenador”.
Añade: “Podía calcular 70 millones de posiciones en el tablero por segundo. En cambio, AlphaZero solo realizaba 80.000 de tales cálculos por segundo, y sus creadores humanos nunca le enseñaron ninguna estrategia ajedrecísta, ni siquiera aperturas estándar”. “En cambio –sostiene Noah Harari– AlphaZero se sirvió de los últimos principios de aprendizaje automático para autoenseñarse ajedrez al jugar contra sí mismo”.
“No obstante, de cien partidas –subraya– que el novicio AlphaZero jugó contra Stockfish, AlphaZero ganó veintiocho y quedaron en tablas en setenta y dos. No perdió ni una sola vez. Puesto que AlphaZero no aprendió nada de ningún humano, muchos de sus movimientos y estrategias vencedoras parecían poco convencionales a los ojos humanos. Bien pudiera considerárselos creativos, si no geniales”. (Yuval Noah Harari, 21 lecciones para el siglo XXI, Penguin Random House Editorial, S. A.U., España, 2021, p. 51).
No hay dudas de que el mundo actual carece de afectos y solidaridad y somos presa de temores ante el aciago destino que nos deparan la red de información y la pandemia de las redes sociales; cabe estar convencidos de que los derechos de libertad y los grandes ideales humanos se ven enormemente amenazados por una globalización despiadada que amenaza con barrer estos valores.
Las corporaciones industriales y económicas conservan el predominio de la fuerza e imponen sus poderes de manera antojadiza y hasta con instintos cavernarios eliminando con ella las perspectivas de mejoría social, política y económica de los grupos humanos. Las conquistas democráticas del pasado donde se derramó ríos de sangre hoy no es más que una caricatura ideológica donde no hay orden jurídico que respeten.
Con toda ferocidad, los grupos homogéneos económicos traspasan las fronteras de la prudencia ocasionando colisiones que no hay voluntad, por poderosa que sea, que pueda detener. Las ideologías han ido desapareciendo a una velocidad sorprendente y el interés exclusivo de soberanía de las naciones y las corporaciones globales han impuesto toda clase de medidas arbitrarias e injustas en cuanto al pago de deudas y concesión de préstamos.
La ética es un mero recurso retórico que dejó de gravitar en la mayoría de los gobernantes y funcionarios. Todo un abierto desafío a la tolerancia de los recursos del Estado. La desesperanza no tiene escapatoria, tampoco puede oponerse a la marcha de una revolución tecnológica que se propone invadir –y, de hecho, ha conseguido en gran medida– la privacidad de los grupos humanos pasando por encima de sus valores, principios y privacidad.
En vez de revolución de la inteligencia artificial, las corporaciones y las oligarquías, a nivel global, han devenido en un primitivismo social y político. Para las masas, las reivindicaciones sociales, políticas y económicas son una especie de sujeción que las asfixia y no les deja espacio para la reflexión, y el cómic ha sustituido el humanismo y toda clase de filosofía convirtiendo además la excelencia de la cultura en un fenómeno robotizado en cuanto a lo audiovisual y comunicacional convertida en proliferación sistémica.
Existe una energía convencional que aniquila la conciencia del individuo, reglamenta sus emociones y su capacidad de pensar debido al surgimiento de los monopolios tecnológicos. El problema está en que su absolutismo va más allá de la conciencia y las relaciones humanas que va tomando cada vez más supremacía frente a lo ético y la noción amorosa.
Con razón, el filósofo José María Ripalda, aboga por el regreso de las humanidades, al contenido espiritual de la vida, al afirmar que “lo que hay que hacer es pensar la pura vida… la conciencia de la pura vida sería conciencia de lo que es el ser humano”; en ella, advierte que no hay diversidad ni pluralidad. “Sin embargo –arguye– esta simplicidad no es negativa, no es la unidad de la abstracción, o se trata solo de una concreción de la que se prescinde de todas las otras cualidades y en su pura unidad se limita a sentar la existencia de abstraer de todo lo determinado la indeterminación negativa”.
Ilustra en ese tenor que “la pura vida es ser, en razón de que pluralidad no es algo absoluto y de la pureza surgen todas las vidas singulares, los impulsos y toda acción. Por lo que de ellas reflexiona, aflora en la conciencia de quien cree en ella y así es como se mantiene viva en el ser humano” (José María Ripalda, Filosofía en tiempo de descuento. O de Hegel a la velocidad de luz, Editorial Siglo España Editores, S. A., 2022, p. 170).
Por otra parte, los estudios filosóficos de Yuval Noah Harari, de cara al presente siglo, están enmarcados en los distintos retos que acarrea la presente época, como las poderosas fuerzas que actúan sobre la información y la búsqueda de una humanidad que motiva a los individuos ante las insatisfacciones que expresan como consecuencia de la sociedad del consumo y la indiferencia a sus aspiraciones de vivir en paz y armonía, y no acosado por la irracionalidad de las redes sociales y las arbitrariedades que sufren los obreros ante el imperio de los medios de información.
Procesos que no se pueden evitar ante el dominio global que ejercen fuertes antagonismos entre las oligarquías y el panorama de los trabajadores en función de la distribución de sus salarios y la restricción de sus espacios sociales para el disfrute de la vida y de sus familias. Se trata, de una época totalmente deshumanizada donde lo único que se aprecia de verdad es el dinero que se acumula mediante el consumo y la explotación.
Por lo que esta subversión reprime la conciencia de los sujetos pasando por el tamiz de los sufrimientos, de las desigualdades económicas, sociales y espirituales. En este aspecto, las oligarquías, incluyendo gobiernos, reprimen y aniquilan la primitiva conciencia del individuo, sufriendo un proceso de transformación que la hace distinta al pasado donde el disfrute de la felicidad, el amor y el trabajo, se caracterizaban por una magnífica vitalidad en cuanto a ideas, proyectos y libertades, y la especificidad de los valores éticos.
Partiendo de ahí, Zygmunt Bauman establece que “No se puede evitar que se produzcan colisiones y un antagonismo en permanente ebullición entre dos perspectivas y narrativas derivadas de distintas experiencias”. Se trata de una condición aberrante que entorpece el futuro de la humanidad. En ese sentido, partiendo de su bagaje intelectual, reflexiona sobre la base de que “No es posible impedir que emerjan lo conflictos y tampoco frenar el antagonismo una vez que se ha suscitado”. Y para arrojar luz a la controversia de este tiempo global, asevera que “La relación entre administrador y administrado es antagónica por naturaleza: los dos lados aspiran a resultados opuestos y solo pueden existir en estado de potencial colisión, en una atmósfera de desconfianza mutua, presionados por una siempre creciente tentación de buscar pleito” (Zygmunt Bauman, La cultura en el mundo de la modernidad líquida, traducción de Lilia Mosconi, Fondo de Cultura Económica, México, 2013, p. 96).
En tanto, cerremos este trabajo con algunas consideraciones de Yuval Noah Harari, filósofo que, con sus acertados enfoques sobre los efectos nocivos que vive hoy la humanidad, se ha colocado en el centro de atención a nivel global. Desde su perspectiva, “Al menos a corto plazo, es improbable que la IA [Inteligencia Artificial] y la robótica acaben con industrias enteras. Los empleos que requieran especialización en una estrecha gama de actividades rutinizadas se automatizarán. Pero será mucho más difícil sustituir a los humanos por máquinas en tareas menos rutinarias que exijan el uso simultáneo de un amplio espectro de habilidades, y que impliquen tener que afrontar situaciones imprevistas. Pensemos en la atención sanitaria, por ejemplo”.
Propicio es el debate cuando señala: “Muchos médicos se ocuparán de manera casi exclusiva a procesar información: recaban datos médicos, los analizan y emiten un diagnóstico. Las enfermeras, en cambio, necesitan también buenas habilidades motrices y emocionales a fin de administrar una inyección dolorosa, cambiar vendaje o contener a un paciente agresivo. Por tanto, expresa, “De ahí que quizá tengamos una IA médico de cabecera en nuestro teléfono inteligente décadas antes de que tengamos un robot enfermera fiable”.
En un ejercicio más amplio, donde el utilitarismo juega un papel preponderante, y al extender sus enfoques para que amplios sectores o grupos humanos se percaten del futuro que le espera a la humanidad tomando en cuenta la disminución de las relaciones humanas, del optimismo, la proliferación de los egoísmos personales y la falta de motivaciones en la exaltación de los valores humanos y políticos, argumenta que “Es probable que la industria de ancianos siga siendo un bastión humano durante mucho tiempo. De hecho, dado que las personas viven más y tienen menos hijos, el cuidado de los ancianos será probablemente uno de los sectores del mercado de trabajo humano que más deprisa crezcan” (Yuval Noah Harari, 21 lecciones para el siglo XXI, Penguin Random House Editorial, S. A.U., España, 2021, p. 44).