Yo también fui uno de ellos. Yo también vine a Norteamérica en la década de los noventa a buscar lo que dejaba atrás, abandonando un sueño de oro puro, por la fantasmagoría de una realidad que todavía hoy no alcanza la bisutería.

Aunque en el presente tengo el código de acceso [US Passport], no olvido que lavé a dos dólares la hora, más platos que los que utilizaré en esta vida y en lo que me queda de la otra.

Yo también busqué trabajo tocando puerta por puerta en los negocios de las inmensas avenidas del bajo Manhattan, atravesando los suburbios de la ciudad de los Ángeles, en los cuchifritos de Miami, en las panaderías de Georgia, en las lavanderías de Texas, en las joyerías de Chinatown.

Por eso es que te entiendo hermano de Centroamérica. Porque también caminé cientos de bloques por no tener dinero ni licencia de conducir. Yo también rogué por una chamba para pagar el cuarto donde agonizaba cada noche. Al igual que ustedes me salvé del frío, gracias a un abrigo viejo del «Salvation Army». No tienen que contarme de tu dolor ni tu tristeza, yo ya estuve en la patrulla sin otro delito que no saber inglés. Yo también tuve deseo de pedir hasta poder reunir el importe del boleto de regreso, yo también tuve vergüenza de regresar “Vencido” por no volver con la “Troca” ni con la “feria” para comprar la casa que le prometí a la vieja.

No te soy indiferente, solamente estoy confiado en que, como yo, también saltarás sobre este muro, sobre el muro de siempre, ese que no ha levantado la “migra” ni la patrulla fronteriza, el otro muro, el más grande, el sempiterno, el que tenemos desde hace más de 600 años.

No es apatía ante tu desamparo, es confianza en tus viejas raíces, en tu pasado de gloria, en tu estirpe guerrera, en tu nobleza de cuna, en tu abolengo de grandeza.

Yo también, igual que ustedes, me preguntaba porque tanto alegato, si estamos aquí, porque antes ellos estuvieron primero en nuestras tierras, allí donde no fuimos chicanos, ni newyoricans, en donde no fuimos mojados, ni argonautas de Canal de la Mona, en donde éramos hijos de príncipes y de artistas y nuestros padres hablaban con los dioses y conocían la lengua de las estrellas.

Estuve en tus zapatos y reedité muchas veces tu caída, por eso de mi orgullo, que ellos llaman soberbia ingratitud. Por eso de mi esperanza que ellos llaman persistencia de burro. Por eso de mi fortaleza que ellos llaman sobreviviente del tercer mundo.

Yo también fui como ustedes, un reclamante pasivo de mi herencia legítima de inca, de mi heredad de maya, de mis posesiones de taíno, de mi mascarada de mandinga. Yo también pensé que pedía cuando en realidad demandaba de los detentadores, que devolvieran lo nuestro, nuestras artesanías y nuestros monumentos, nuestras vasijas y nuestro arte rupestre, nuestro presente y nuestro futuro, nuestras voces y nuestra identidad.

Por eso te pido que aguante otra semana, que resista otro año, que sobreviva otra década, que si es posible atraviese descalzo otro milenio, pero que no te rindas, que no dejes de mostrarle el rostro puro del indígena que llevas dentro, que acoses al “cara- pálida” con tu rostro más duro… para que sepan, que como al cóndor de Los Andes, te pueden enjaular pero siempre serás eternamente libre. Yo también soy como ustedes, mitad chamán y mitad hombre, hijo del sol, de la sangre, de la concha y del humo.