En la coloratura variada de su voz, en el vibrato increíble, rigiendo por entero el orden natural, asumiéndose en su profunda e incomprensible complejidad, es el poder salvaje de la voz única y  sobrenatural. Es el viento, la flauta, la lluvia y el tucán.

Era una mujer (muy hermosa por cierto) antes de que el “ultraje de los años” se lo llevara todo, la diva de divas, Yma Sumac, imperio de la sublimidad, voz que surge de un breve susurro a la más alta nota a la que nadie  ha podido llegar, a la imposible octava.

Va de la entonación atenuada hasta el infinito, va cambiando sin esfuerzo de barítono a soprano y de ahí, a lo que se le ocurra. Eso sucede,  puede suceder, una vez en mil años, (salvo que también existe Nana Mouskouri, un ser divino y regalo del cielo..

Con una garganta privilegiada y un gran dominio en la modulación, la peruana universal es el mito inolvidable para el que no quedan ya más adjetivos de admiración  y de estupefacción.

Todo muy lejos de los chillidos, gritos, ruidos y alaridos-y otras cosas peores- que se atreven a llamar con el nombre  de música en estos días deplorables del arte del canto.

Están bien los cambios en todo porque todo cambia, pero no pude ser para peor, no puede ser para aceptar el ruido como música ni la baba como dulce gelatina musical.

Ella se ofrece al mundo como una princesa inca capaz de llevar el sonido humano a lo imposible y a lo incomprensible. Solo tantos peruanos no lo saben.