Dentro de la poesía renacentista, Garcilaso de la Vega se erige como una figura sobresaliente cuya obra sigue resonando con la misma intensidad que en el siglo XVI. Este informe se adentra en el análisis de cinco de sus sonetos más célebres, donde se despliega toda la maestría de su pluma y la profundidad de su sentir. En el primer soneto Cuando me paro a contemplar mi estado, se percibe una introspección melancólica y reflexiva; en el segundo soneto En fin a vuestras manos he venido, donde se aprecia una rendición apasionada y devota; un tercer soneto La mar en medio y tierras he dejado, nos habla del dolor de la distancia y la separación; el cuarto soneto Un rato se levanta mi esperanza, expresa la oscilación entre la esperanza y el desespero; y finalmente un quinto soneto Escrito está en mi alma vuestro gesto, revela la intensidad de un amor grabado en el alma. Cada soneto es un universo en sí mismo, reflejo de las emociones humanas más profundas, y si analizamos al autor conoceremos las claves de su inmortalidad literaria.
El Soneto Cuando me paro a contemplar mi estado es como una reflexión profunda sobre la condición humana y la fragilidad de la existencia. En los primeros cuartetos, el poeta medita sobre su vida y el camino recorrido, reconociendo con un tono melancólico que, aunque ha evitado grandes males, el recorrido lo ha llevado a un estado de pérdida y confusión. La introspección revela una sensación de fatalidad y resignación, una aceptación de que su destino podría haber sido aún más desdichado, y sin embargo, la desorientación sobre cómo ha llegado a su situación actual le produce un desasosiego aún mayor. Esta reflexión se amplifica con la constatación de su finitud, tanto física como emocional, simbolizada en el verso "sé que me acabo, y más he yo sentido ver acabar conmigo mi cuidado."
Garcilaso introduce un elemento crucial en su escrito: la influencia de una figura amada cuya voluntad tiene el poder de determinar su destino. El poeta se reconoce a merced de esta persona, admitiendo su propia incapacidad para manejar sus afectos con sabiduría, lo cual lo ha dejado vulnerable. La entrega "sin arte" a este amor implica una entrega total y sin defensas, lo que lo coloca en una posición de indefensión total ante los deseos de la amada. La posibilidad de que esta persona no corresponda a su amor añade una capa de tragedia, sugiriendo que su fin es inevitable debido a la indiferencia o el rechazo de la otra parte. La conclusión del soneto refuerza esta idea: si su propia voluntad tiene el poder de destruirlo, la voluntad de la amada, que no le es favorable, seguramente lo hará.
Un segundo soneto de Garcilaso de la Vega titulado En fin a vuestras manos he venido es una profunda y dramática expresión de la entrega total y la vulnerabilidad del poeta ante su amada. Desde el inicio, el poeta se resigna a su destino inevitable, reconociendo que ha llegado a un punto en el que la muerte, provocada por el amor no correspondido o la crueldad de la amada, es segura. La desesperación se hace palpable en la afirmación de que ni siquiera puede aliviar su dolor con quejas, lo que indica una situación de total impotencia y sufrimiento. Este sufrimiento parece ser el propósito de su vida, como si su destino fuera demostrar cuán letal puede ser el amor no correspondido, descrito metafóricamente como una espada que corta al rendido. La imagen de la espada no solo sugiere el dolor físico sino también el emocional, intensificando el sentido de tragedia y desesperanza. Garcilaso profundiza en la desesperación del amante rechazado, donde sus lágrimas, símbolo de su dolor y súplica, caen en terrenos áridos y estériles, incapaces de producir fruto o consuelo. Esta metáfora de la sequedad y la aspereza enfatiza la inutilidad de sus esfuerzos y la infertilidad de su dolor, que no recibe la menor consideración de la amada. A pesar de todo el sufrimiento que ha soportado por ella, el poeta pide a su amada que cese su venganza sobre su fragilidad.
En el tercer soneto se expresa la dolorosa experiencia de la separación y el exilio. Los primeros cuartetos describen un viaje que no solo es físico, sino también emocional:
La mar en medio y tierras he dejado
de cuanto bien, cuitado, yo tenía.
La distancia física de la amada y de todo lo que una vez fue familiar y querido se vuelve un símbolo del dolor y la desesperación. La acumulación de experiencias extranjeras "gentes, costumbres, lenguas" no hace más que acentuar su aislamiento y desarraigo. La desconfianza en un posible retorno se convierte en una constante fuente de angustia, mientras que la idea de la muerte se presenta como el único remedio seguro para su sufrimiento. La expectativa de ver a la amada: si esperallo pudiera sin perdello…, se convierte en una contradicción dolorosa, ya que el solo hecho de esperar sin tener certeza lo sume en una angustia mayor.
En un cuarto Soneto se aborda la inconstancia de la esperanza y la lucha contra el desaliento. El primer cuarteto describe cómo la esperanza, aunque momentáneamente se eleva, pronto se desploma, cediendo su lugar a la desconfianza:
Un rato se levanta mi esperanza;
más, cansada de haberse levantado,
toma a caer, y deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.
Esta oscilación entre la esperanza y el desánimo refleja un estado emocional turbulento, donde cualquier atisbo de optimismo es efímero y vulnerable a la realidad adversa. El poeta se pregunta quién podría soportar tal cambio drástico de emociones, implorando a su cansado corazón que encuentre fuerzas en medio de la miseria. Se observa también que se adopta una actitud de firme determinación frente a los obstáculos. Declara su intención de superar cualquier barrera por más insuperable que parezca:
Yo mismo emprenderé a fuerza de brazos
romper un monte, que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso.
Esta afirmación subraya su resolución de ver a la amada, independientemente de los desafíos. Ni la muerte, ni la prisión, ni ninguna otra adversidad podrán impedirle alcanzar su objetivo, ya sea en vida o en muerte:
Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,
quitarme de ir a veros, como quiera,
desnudo espíritu o hombre en carne y hueso.
El soneto destaca la tenacidad del amor y la esperanza persistente, aun cuando la desconfianza y el sufrimiento amenacen con dominarlos.
Un quinto y último soneto por conocer de Garcilaso de La Vega se centra en la profundidad y permanencia del amor del poeta hacia su amada. Desde los primeros versos, declara que la imagen de la amada está grabada en su alma:
Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo.
Esta inscripción es tan íntima y esencial que solo él puede leerla, incluso guardándola de la propia amada. La paradoja de guardar para sí mismo lo que siente tan profundamente revela la intensidad y la privacidad de su amor. Además, afirma que aunque no pueda comprender plenamente la grandeza de lo que ve en ella, su fe en este amor es suficiente para aceptar y creer en lo que no entiende. Se expresa la predestinación de su amor:
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida.
Este amor no es una elección, sino un destino intrínseco a su existencia. Todo lo que tiene y todo lo que es, lo debe a ella, subrayando la totalidad de su entrega:
cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida.
La última declaración encapsula la esencia de su devoción, mostrando que su vida misma está definida por su amor hacia ella. El soneto, por tanto, es una celebración de un amor absoluto y eterno, que es tan esencial y natural para el poeta como su propia existencia.
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