Johan Mijail es poeta aunque él mismo reniegue de su condición:

«Algunos han osado en llamarme poeta, / ¿es qué nadie respeta nada?, / ¿nadie entiende la connotación que eso lleva?, / que hay que mermar el cielo con sus ojos, /ver el apocalipsis/ y desviar las olas que vuelven con fuerza a darle un abrazo a esta isla…».

Detengámonos en el término. ¿Qué es o quién es un poeta? Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española un poeta es la persona que compone obras poéticas y está dotada de las facultades necesarias para componerlas.

En palabras del poeta mexicano Jaime Sabines: «Un poeta es una gente “descarnada”, es decir, una persona que va por el mundo sin piel, con la carne viva. Por lo tanto, las cosas que suceden le afectan más que a otros. No tiene nada que lo cubra, que lo proteja, y entonces, como respuesta a la vida, se le da la poesía».

Pero ahora se nos abre otra interrogante: ¿Qué es la poesía? La poesía, en mi concepción personal del término, es todo o mejor dicho la poesía es la sensación que causa en nosotros absolutamente todo cuanto nos rodea. Y eso lo confirma el quehacer poético de Johan Mijail que recibe las sensaciones de todo lo que le circunda y lo transformar en un decir poético original, desgarrado y onírico.

En este ejercicio del decir que practica el poeta con plena libertad la ciudad es un elemento clave y es que desde siempre esta ha ejercido una seducción mítica para el rapsoda que la transmuta con su mirada individual en una continuación de su yo biográfico:

«la ciudad donde vivo, o sea, mi ciudad es mi propia decadencia»

Y precisamente lo que hace Johan Mijail en «Metaficción» es escribir y describir la relación de amor / odio que tiene por esta «jaula de lodo» dentro de la cual (sobre)vive.

El poeta declara su imperio sobre la ciudad: «hijo del sol / capitán cabeza de esta ciudad atrincherada en el ruido / dueño de un imperio de mármol, levantado por hormigas inquietas»; mientras deambula por las calles con nombres ilustres mientras los personajes que las pueblan llenan de pasos las noches:

«…la morena es cuero desde hace años / se la busca como loca cerca de la Ovando / la morena gime como el cielo flaco…»

«…el otro día no tenía sueño y el mismo delivery me salió con los ojos borrosos…»

«…entre chóferes borrachos, travestis y tecatos,  / compartiendo la luz de la luna.»
El poeta refleja la violencia de la ciudad y la frialdad con que los habitantes de ella han empezado a acostumbrarse a esta violencia:

«…era la muerte / un señor había matado de dos plomazos a un limpiabotas en  Las Mercedes,  / la ciudad se consumió en un cigarro y mi corazón se volvió un vaso de agua fría…»

Va (des)dibujándose como una sombra en una esquina cualquiera de Gascue o de La Zona. Es al mismo tiempo objeto y sujeto que se hunde en la cotidianidad y que emerge cargado de versos que riega sobre la humedad de «esta ciudad de telarañas».

Haciendo uso de elementos como el humor, la cultura popular y una revalorización del lenguaje popular Johan Mijail construye una poética cotidiana, autorreferencial e irónica. El poeta construye una crítica mordaz de la sociedad tercermundista en la que vivimos:

«…soy Santo Domingo, la ciudad de los elevados,  / de los maricones en la Ortega y Gasset…»

De la plasticidad y la superficialidad con las que está cubierta nuestra convivencia diaria:

«Nos estamos volviendo de plástico. / Yo, por ejemplo, / tengo que sonreír diez mil veces sin quererlo, / dibujando una sonrisa enorme, que diga: “soy feliz”, sin estarlo»

«…caminamos en medio del imperio del plástico…»

En la poesía de Johan Mijail hay lugar para el amor, o más bien para cantarle al amor, a pesar del pesimismo y la denuncia que impera a todo lo largo y ancho de estos textos. Un ejemplo de ello es el poema titulado «ahora ámame» y que transcribo a continuación:

«ámame ahora, que la casa ha sido tomada por los gatos y las paredes son la luna y las estrellas vacías»

En este texto se vislumbra la construcción de una historia de amor apasionada y a pesar de la brevedad del mismo el sujeto que poetiza reclama con urgencia la llegada del ser amado al que guarda la luna y las estrellas tapizando paredes que testificaran la unión indisoluble de los cuerpos.

Johan Mijail es poeta por el hecho simple y sencillo de que solo, y tan solo, un poeta puede (d)escribir con pasión y destreza toda la plasticidad, toda la suciedad, toda la mierda que le rodea sin sacrificar ni un ápice la belleza poética que poseen todos los elementos que rodean esta poética.  Johan revienta las palabras para sacar de ellas la savia que las engorda y entregar versos bien logrados en los cuales a pesar de la marcada influencia del realismo sucio y de lo neo testimonial la estética no es sacrificada logrando así un balance interesante que nos permite disfrutar del aliento poético que flota desde el primer hasta el último verso.

Johan Mijail hace una poesía límpida, poco pretensiosa, que me hace recordar a  Rafael P. Rodríguez cuando escribe que la poesía «no busca validar a los poetas, confesar un gozo o una pena, llenar espacios solitarios. La poesía no busca nada. Y en esa ausencia de pretensiones llega a lograrlo todo».

Y mientras se escribe, se desvive y se desmuere en  esta «jaula de lodo» en la cual deambula armado de versos, Johan Mijail  «llega a lograrlo todo».

Texto incluido a modo de presentación en «Metaficción» de Johan Mijail (Santo Domingo: Coleactivo, 2012).

 

Luis Reynaldo Pérez en Acento.com.do